miércoles, 11 de febrero de 2015
Reseña de un Acantilado
El siglo se ha cansado en alguno de tus jardìnes.
Sobre la postrera mueca de tu rostro
habìa un giro de uniformidad. La
historia de un clan ortodoxo
con la realidad. Allì se derramaba la gente.
Y miro a lo lejos el morro.
El planetario que durante nuestra adolescencia
fue una medialuna, aùn continua allì como
un demonio transparente y real a la vez.
Su espìritu sigue cultivando cosas profundas,
màgicas mitografìas.
Partes de tierra que desconocìamos
-los andenes- han crecido en sus faldas; casas y
torres con la vida de otros hombres. Tù mirabas
esas faldas donde la creaciòn escondìa
otros hombres que este verso sòlo
podrìa convertir en nombres.
Tù los mirabas y el
sol del atardecer tomaba formas de acertijo en
tu rostro, con una intensidad que no provenìa
de este mundo y a lo lejos, buscaba
perpetuarse.
Me pregunto -no sè si tù- Què habrà sido
de esa intensidad que en lo eterno
pretendìa inmolarse.
Paralelamente el siglo es una raiz.
Creciò sobre la hierba que alguna vez pisamos
y se convirtiò en una extraña forma del tiempo, igual que
todas las cosas en este acantilado.
Las que conocimos tuvieron nuestro destino.
Todas se arrojaron al amor como nosotros a los abismos.
Sòlo nosotros hemos regresado.
Amparados por diluvios y trenes.
Sometidos por los latigos que besan las playas
al desnudarlas.
Mimeticamente como el sol cuando
duerme en la superficie del oceano.
Intentando vanamente que el devenir en
èl no logre destruir nuestra memoria.
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