Creo que el silencio puede ser épico.
Que algunas de sus cotas son simultáneas o ávidas.
Inundadas por negros terciopelos.
Que debajo de cada noche de neón existe una mañana
de crucifijos.
De bosques que llevan prismáticos y sienes
como si tratarase de marinos o relámpagos de nieve en
un rostro.
También creo en esa obra de la luz donde el brillo
cruza la realidad con una especie de metáfora en su boca.
-por más que parezca el asunto dejó por ello de ser poético-
Con una forma de definición llena de hélices
y espantapájaros.
Con un extraño mundo - si se quiere - de lechuzas que crecen
y alcanzarán un día no sé que inmensidad de naipes.
De neologismos.
Oprimiendo siempre una sentina de hollín en
la silueta que deja una xilografía o el acto de la sed
con reductos de algas y serpientes.
Y yo pienso en ello.
Con la percusión de un violín que humedece sus fibras
hasta llegar al verbo o la carne.
Yo vivo en ello con esa consistencia
que hace de los objetos lo más vulnerable en el mundo.
Es así cuando son guiados por las palabras.
Toda palabras es un prófugo. También un rehén.
Existe en la posibilidad igual que los cometas.
Narra orillas donde la naturaleza es de acrílico
y las figuras dormidas en ella
convocan fractales como si algo semejante al principio
sucediera.
Pero no.
Al igual que en este poema.
Es una herida la que se abre mostrándote el final.
Y el poema lo celebra.
Porque en ese instante se separa de los hombres.