jueves, 16 de julio de 2020
Constantemente
Constantemente pensamos que hay ídolos.
Que recogemos a diario sales de aluminio en las calles.
Con persistencia inhalamos el vapor de otra piel
y es un vapor con reminiscencias de ángulos
y collares marrones.
De druidas de papel en los cabellos.
Con frecuencia
el sudor que posee un conocimiento
se ignora tanto como aquel que desliza sus sienes en
una metáfora.
Con persistencia elevamos una mimesis
sin ser conscientes de ello.
Veteranos y puros en una extraña realidad.
Constantemente.
Como si la luz fuese a la vez una sombra
y las siluetas que proyecta sobre la oscuridad nos son
vedadas igual que el prodigio en los ojos de
una palabra.
En ese punto donde inventamos mástiles
para reconocernos.
Mástiles y hojas.
Serpientes que descubren el mito o el ritual
en ellas como reductos propicios a una andanada.
A un temblor que conduce girasoles
mientras duermes la exacta naturaleza de un mar
que aún esconde sus heridas.
Debo añadir que el mar resiste en ellas.
Debo concluir que en cada etapa de arroz
el polen es continuo a la lluvia
o algo despunta al poniente
con estandartes de un insomnio sagrado.
Sí.
-también lo has adivinado-
Semejante al que posee todo maleficio.
domingo, 12 de julio de 2020
La Magia de las Sombras
La ceniza o el silencio que cae de las uvas.
Mientras contemplas un dios desciende por las mejillas
transformado en liquido. Tiene como base una
emoción.
El mar duerme como un espejismo en el corazón
del heliotropo. Nuestros huesos lo miran.
Desde un guetto amarillo una cascara de nieve
lanza su grito con una duda gramatical
posterior a los parpados y los
relatos del sueño.
Indicios de arena entre calles de dirigibles
donde el ser de la poesía distancia sus conjuntos
de los parpados
tal como lo hace una visión de la realidad.
Es decir.
Dejándonos ver su rostro entre la magia de las
sombras.
miércoles, 8 de julio de 2020
Hacia el Cielo
Dado este país macizo y crepúscular en los ojos.
Dada esa intermitencia con la que asciendo a tus pupilas
con una serpiente emplumada en mi sangre.
Según esa teoría en las venas desde la cual este recipiente
recibe en el instante una palabra.
-Una palabra que en el momento
de ser nombrada pierde su significado-
En esta ciudad boreal en la cual tú y yo presentíamos
y en sus orillas la ilusión de un oráculo
reiteraba la esencia de un día luminoso en la carne.
Con apariencia de verbo.
Con apariencia de relieve o vellocino.
Con semejanza de trigo o carbón que inunda la hierba
de espejismos. Tanto o más como lo hace una
poética. En el sigilo o la renuncia a una andanada.
A una capital sin tropos ni hipérboles
que hoy en los collares despiertan la memoria de
un pubis. Entre la ira y la sal desfiguradas
por reencarnaciones que descuelganse de los
pájaros con un carbón amarillo
en su cuerpo.
Con un trazo que alude a polinomios
o la vertical de mi sed cuando oprime en la pregunta
una respuesta.
Dado este recipiente que en vilo es un trance.
Un exorcismo que proviene de una estela.
Según la continuidad y el deseo en un broche que
circunvala muelles de algas y a partir de otra trama
la hojarasca es un desvelo.
Una cita con el sol.
Una maldición de ámbar o el itinerario
con que una cúpula borda en nuestros tejidos
un canto.
Desde una replica o una lamina
que colisiona en la intuición con un lápiz de papel
o el roce de una citara.
De toda superficie.
En las cuales descubro que las cosas que dejaste
tienen alas.
En el momento de intentar tocarlas.
Se elevan hacia el cielo.
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