sábado, 31 de octubre de 2015

La Luz





La luz me despertò.
Era la luz de una marea proveniente de
un racimo.
Era una forma de agua, acaso inalcanzable
llena de pàjaros y siglos ardientes.
La luz despertò y era un ancla.
Una botella de piel. Un atentado en español en
el aire.
Era una cresta que llevaba el diario del hidrògeno
por donde el sol descendìa hacia los 
hombres con una incursiòn azul en el pecho.
Era la ciudad de una tibia.
La proyecciòn del perone.

Y tambièn era extrañamente un deseo
de relojes que abotonan una marcha.
La ciudad marxista del estruendo con un
circunferencia dotada de ballenas.

El libro occidental de la carne.
La longitud natural del reflejo.

La luz; clasificada por los helechos en un universo
lleno de carabinas.

Llena de estacas y puertas de algodòn en 
invierno.

La luz me despertò y despertè con ella a
un mundo que no conocìa.

Y donde esa luz creaba las sombras.






Reencarnaciòn de una Flauta




El verbo; es asi que
pensamos en una isla.
En una ciudad en el interior del color.
En una esquina proximamente escrita por la palabra.
En los matices del cisne al atravesar la aurora.
En un jardìn y el calor de sus cimientos.
En los patios del agua cuando quedamos solos.
En el pensamiento que llena esa soledad hasta el encuentro
con un juicio.

Reflexionamos en una peninsula.
En los yacimientos del helio en la carne.
En los mensajes de todo archipielago llevados por un pelicano.
Pensamos en las estrellas si son ojos. 
En las fraguas si adquieren una forma de pùbis en la noche
que se orienta o se alarga segùn los procesos de 
los màstiles.

En lo terrestre, pensamos en lo terrestre con una daga, con el
espacio exacto para una flor y el àrbol que frota con el
naipe una apariencia.

Pensamos en una isla. 
Todas poseen una orilla donde se queman las cosas sin llegar
al fuego.
Todas son llamaradas de ardientes fronteras donde la naturaleza
nos ha separado del agua.
Inmediatas. 
Intuitivas como una silueta de animales llena de purpuras,
igual a violetas junto al puente donde respira la escarcha y el dìa
lanza su primera pregunta entre granos de obsidiana.

Meditabundos como las piedras que dejamos de ensamblar en
los muelles. Extraños como un fruto rojo que aùn se suspende en
una alameda, cerramos los ojos para conservar de otra forma
el enigma en esa oscuridad.

Meditabundos en esa isla.
-reiteradas veces estarà en el poema-
Allende a una premoniciòn que apenas sortea abanicos.
Disciplinados ante el lumen y los periodicos con un lenguaje
de fotosintesis que raspa las tinieblas. La luna, la brisa
llegando de los acueductos con un friso verde
y amapolas de ceniza acompañadas de 
baladas de polen.

Pensamos en una isla.
Una llena de jinetes y barcos.
Una donde creemos que los hechos creceràn como las agujas
hasta encontrar molinos.

Una isla donde el mito empieza, no sin antes haber tocado la
reencarnaciòn en una flauta.




viernes, 30 de octubre de 2015

Poema




Comprenderàs esta hoja a modo de un verano que
impregna de sol una superficie de aceite.

Te derramaràs sobre una ceniza de relojes 
que señalan.

Escribiràs sobre una palabra donde una historia
deviene del irradiar de una lamina.

Te desprenderàs del sueño por la noche entre
criaturas de humo.

Escenas de barro en una manzana de ecos.

Una lampara asciende a la bocina, igual que a un hueso.

Las cartas conmemoran en lo celeste, la existencia
de dioses de vidrio.

Las sienes son una daga que se transforma en una imagen
cubriendo el atardecer.

Solfeos que caen de la lluvia con el matiz de un enjambre
caminando hacia un palacio.

Filtros de estrellas subiendo por una colina.

Excepticos mundos de estrellas sobre la gravedad del iridio.

Caminatas de cera que llevamos sobre terrenos de plastico.

Meditabundas cartas. Las bruces de un calìz que es humano
disecandose en las membranas del tropo.

Talleres de luces persuadiendo al mundo.

Palabras iguales a caparazones de circulos.

Evoluciones; misteriosas evoluciones hasta el respiro del
cometa.

Indicaciones de plantas de dominio amarillo.

La coraza del oceano con una fibra.

Cintas de formidable carne en las almenas.

Estaciones de ambar para un grito concreto.

Un grito que forma un otoño de peces en tu cuello.





Llegada a lo Irreal





Los àrboles pasan.
Detràs de ellos los asteroides del ojo.
La silueta de un esbozo, asi que tenemos una
pregunta de hierba para los animales. Un acento 
en el matìz se curva. Nace un prolegòmeno.
La lluvia del ocaso recoge un protocolo
de la arena, junto a ello la nociòn de
una estrella que duerme en la bahìa.

Peninsulas, muelles que esta vez caminan al
mar con una sola palabra.
-el nombre es tambìèn uno en los labios-
Brota un exordio, la campana del agua cita
uniformes de sueño en las colinas; èstas llegan como
un eco.

Flautas de vanguardias, como incendios que dejan 
sus labios entre la luz. Esporas abandonadas en un calendario.
Las mismas acontecen.

Muerde el dìa la escena de la apariencia. Observamos la
fortuna de un sepulcro en un coeficiente de araña. Vemos el
pigmento de un ferrocarril cruzando los umbrales.

El eter vuelve a ser de nieve, citas de estigmas sobre
una hebra. Generaciones de mejillas y libelulas exactas con
un trazo de frascos en su nuca.

Los àrboles pasan. Hubo una vez una reja.
Un circuito de alambres entre la poesìa.
Existiò hace mucho una brisa de metal que se reencarnaba
a cada instante en el polvo, entre barros que
desenterraban alabastros.

Entre cenizas que como relampagos se astillan en los
pendulos.

Existiò una ciudad que sobre arcanos regueros se marchitaba.

Sòlo para llegar a lo irreal.








jueves, 29 de octubre de 2015

Mapas de Alfileres






A determinada hora caminaba en una ciudad 
como si un sauce emigrara. El evento de la luna
era verde y una flor celeste incendiaba el
paso de violines, boreales y terrestres.

Murcielagos teñidos por un canto invadìan las
epifanìas con una dimensiòn de lances. Soles
como la cautividad aludìan a dirigibles en los
rotulos de la carne, con serpientes invisibles.

El deseo se teñìa de cotas como una luz
donde advertimos el desarrollo del cielo;su 
erotismo semejante a una sabidurìa que entre
mapas de alfileres, encrespabase.

En determinado momento los rascacielos
tomaban un hecho llamado trascendencia
hasta la apertura de los cisnes, en una 
esquina de bolicheras.

Los cristales reproducìan el oceano.
Las lagunas avanzaban por la tierra buscando 
peces. Vidrios sin direcciones soñaban 
con el tiempo.

Reproducciones de latigos donde el ansia
de una ciudad volvìa al vertigo en los pabellones.

Y desde todas las ventanas de los mismos un
pàjaro de caucho unìa celulas edificando
asi los tallos.

Hasta la formaciòn de las corolas.








La Arena de Huesos





La arena es de huesos.
El sol ha entrado por sus cabellos
dejando ver su craneo. Diriase
ademàs que esta imagen es
ecuestre. Los caballos que la transportan
lo hacen en el aire.

Aereas las cintas que atan el viento en
sus filos para darle forma. Aereas tambièn las
calles convertidas en objetos. La quiromancia
del pez junto a un cipres salado. La gripe
en una grieta del caracol. Aereo lo que toco y
lo que soplo, lo que bebo junto a una raìz o
aguardo para el fin de este invierno, en que
cintas blancas se convierten en meteoros.

Amarillas las citaras en un galpon donde un arpa
llega a la palabra sin pronunciarla. Donde resplandece
un heraldo en las incrustaciones de vidrio en un tallo,
junto al talòn de un pàjaro en un coliseo dotado de
sienes, ungido practicamente por la aguja
o un barrio de heliotropos con
recuerdos de cera.

La arena es de huesos.
Es importante en la medida que el mar nos sea
indiferente, es necesaria de modo que el desprecio
siga uniendo melenas en el espacio.

Es importante, escencial hasta las huesos.

O una arena en la playa que los forma.








miércoles, 28 de octubre de 2015

De Noche Alquilamos un Buho




De noche la carne de la montaña es un eco.
Vacilantes cadenas de fosforo siguen al musgo.
Son incursionados los bosques hasta convertirse
en ciudades. Llamamos por telefono a una 
araña.

El pajaro de agua confunde su rostro con el del vaticinio.
Prodigiosos enjambres de piel encajan en un punto, donde
nace y crece la escarcha, es ocre el purpura como en
un juicio marròn. Macabros pabellones siguen a
las ninfas.

Santabarbaras de cupulas desfilan en una comarca
cerrada ante el brillo por el pecho. Mariposas negras nocturnas
dirigen el voceo de un fantama en un nido de polvora
donde ya antes se juntaron las sìlabas.

De noche alquilamos un buho para despertar.
Tomamos un alfabeto al lado del mar porque aùn ante
el mar todo el sediento, oimos a los muelles; desencajados
llegamos a un puerto, al sol que en los simulacros de
su hierro, convoca orillas de molinos y espectros,
de fantasmas que traen manantiales y raices
en sus sienes, direcciones de hambre
y dromedarios.

De noche. Cuando la ciencia respira en el parpado con
voces de milenios y piramides. Cuando el màstil de un
equinodermo conjuga su sombra con un asta en los patios
donde una revelaciòn era la infancia y el respiro encalla
en el pulmòn antes de llegar a la realidad.

Y nosotros creemos en èl como un barco.







martes, 27 de octubre de 2015

La Palabra que es Rosada





La palabra que es rosada
sin prologos. No posee titulos, ni edad, 
ni vaivenes en el pelo. Que piensa en nosotros
sòlo al disecarse. Que lleva el diàlogo en 
una de sus sombras. La palabra 
que escribe en un reloj al
humedecerse. Que lleva siluetas por
demàs fantasmagoricas. Que es siniestra si
la punta de una aguja termina su atardecer
pensando en la piel o en el matiz de 
la milenaria humareda que nace
entre los juncos.

Que lleva un bosque al final de los labios
donde las oraciones aparecen. 

La palabra; aquella que reunes entre los
termometros o coses en los acantilados.

La que en su apariencia lleva el amanecer 
de una sortija inclinandose a la nieve.

Desintegrandose en terminos de polen y 
arroz, cabalgando entre fusiformes estelas,
buscando la saliva en el paladar, la garganta
en el pelo.

La palabra que forma aquello inasible en
el correr de los vientos y metaboliza lechos
como la transparencia. Cinematogràfos de
carne semejantes a un evento. A una luz
en el periodico donde duermen las hormigas
llenas de verdaderas fotosintesis.

La palabra dialectica juntando isocronìas.

Cromosomas y lenguajes donde las nubes 
imprimen en las chimeneas sus historias.

Llenas de carbones y flamas azules.







lunes, 26 de octubre de 2015

Puerto




Languido puerto, alguna casa toma el papel
de este otoño, convirtiendolo en frecuencia. En 
alguno de tus simulacros escribimos pètalo para
que seas de eter.

Orillan los trazos algunas de sus lineas en una
extraña contienda de puntos y de àngulos llegando
hasta el mar. Es formada la orilla. Peces de ambar
sobre los minerales ascienden a la edad de las
efigies marinas donde resuena un latido.

Barcos de espuma llevan una flor ardiente.
En alguna de las casas es formado el oido y en los
muelles el sonido de las olas al reventar que
llegarà hasta èl.

Languido puerto, lleno de enigmas como un dibujo
del amanecer en la sangre; un dibujo solitario que a 
veces es desfigurado en las entrañas por nuestras venas.

Relampago sordo sin calles, donde una vez màs el
aliento convierte en pavor aquello que diseminan los
pulmones.

Sobre ti el atardecer, sobre ti los cabellos con juguetes 
azules de gemas, tocando cosas preliminares de alas,
describiendo cometas que alguna vez fueron de fosforo,
sobre ti la llegada de la carne y los castigos.

Verdugos de sebo sobre victimas de agua, agitando
en la saliva sus cuerpo. Languida puesta de sol
en una cubierta donde la primavera lapidaba el amparo
de un jardìn entre placas de cemento y la corteza del
hierro, despertando a la corriente de una brisa en esa
oscuridad ebria de almenas que tambièn era un patio
fosforescente; primaveras con la espuma de un lago
con ponientes de fuego.

Puerto. Criatura de agua siguiendo estrofas en la
espuma y el pliegue de un corazòn como el nuestro
hundido en las aletas de un pez sobre las piedras.

Un pez que llevaba la escritura de la edad del 
cuchillo en una dìa plateado.





Poema




En esta hora el pensamiento es el mismo que
aquel tembloroso en una hoja.

La palabra vuelven a encontrarse con la antorcha.

El mar va a ser una maldiciòn en la arena; està
lleno de jardines donde florecen el placton y las algas.

La orilla parece un relieve y la arena detràs una 
mandibula.

Estàn las comparaciones.

Los hombres que llegan con sus botes.

Una ola atraviesa una araña.

Un trasatlantico recibe un alamar en su cubierta.

Sobre las superficies de un himno quien revienta es la ola.

Gaviotas y tempanos resuenan en los quistes.

Gramòfonos de agua vuelven al encuentro del oceano con
otra palabra en la boca,

Remotos son los deslizadores.

Marrones como un mastil de àrboles y muy cerca los tallos.

Las calles a lo lejos observan.

Centellas de bismuto avanzan entre los vagones con un
relampago amarillo.

A esta hora el pensamiento es el mismo cifrado en una 
hoja; no sè porque fuè escrito.

El poema no ha hablado de ello.

Simplemente lo ha hecho del mar y otras cosas.





domingo, 25 de octubre de 2015

El Secar de las Panteras






El agua sobre la hoja concibe un dón, el animal
explora un sacrificio. Un lenguaje de bronce camina
a lo autoctono, entre sílabicos países.

Como un enigma suena la voz, el objeto de sal y de
zinc vuelve a la tierra en la imaginación. La misma
toca además una lampara.

Arañas de fervor entre los fragmentos. Lirios
levitando entre pares de tierra que al migrar recogen
de la brisa las mismas cenizas que ayer, las mismas
que mañana.

Luces de un paredón abriendose paso entre escamas.
La soledad del jardín amarilla como los vaivenes.
Goznes azulados como lo lejano de la noche.

Sentidos de un animal entre la oscuridad del agua.
Palabras de hierba como la razón empotradas en una
imagen de feroces transfiguraciones. Lo ecuestre
vuelve a tocar la existencia del reflejo. 

Surge un clarear, terrestre y maritimo como la orilla
de las playas y los ríos, un barro con una herida dramatica
de sauce y tonos como el hielo en las pupilas
contradicen lo ardiente.

Solitarios conjuntos de niebla en el espesor de las panteras,
cada una con un oceano diferente en la boca, con un caracol
distinto en el aire.

Ese aire, donde silenciosamente se secan.






Elasticidad del Dìa







Dìa elàstico. Un gran pergamino en el
horizonte. Un verde latigo.

Venerea es la sombra. Un piloto junto a una
bandera. Un tridente sobre el hemistiquio y en una
maquina de escribir, la solitaria fabula de la realidad
y un hombre.

Pigmentos de escarnio. Un angulo renace sobre la
vida con cintas paganas. Desprecios y sueños como el
vaticinio agitan las sentencias, donde se oprimiò
el desvarìo.

Formas de hule en el ocaso.

Automoviles de gomas siguiendo a la nieve. Una fractura.
Un periodico de gasas detras de las cigarras ocultas
entre pètalos de leche.

Temporadas de sueño en una placenta.

Direcciones de viento ahora que el ocaso es de barcos
y antecede a las cabelleras tan inesperadamente como
la imagen de una boina en el mar despertando
a los cachorros.

Piezas de madera, en ellas este corazòn tan personal
para alcanzar su cansancio, tan personal entre 
la magnitud o los primeros iones de un
ciclo en vano que colocamos por
los racimos del mundo.

En los cuales seres de cera aguardan.

Màs no a nosotros.




Crepùsculos de Manadas




Despertabas al mar.

Alguien habìa traido una ola que no cesaba de
romper en tus palabras.

Flores de ancas dando fìn a las perlas, habitaciones
de fluor donde tambièn empezaban los paises.

Te trasladabas en un poema igual a una estrella de
frìo en el verso disecada por misticos inviernos.

Juegos de luz entre reversos de plata donde pavimentos
de halcones hallaban sus raices, encrespandose entre
gobiernos de verbos.

Situaciones de sol, manchas de calles, en una de todas 
se encontraba el silencio y sus astillas de soledad en el
codo.

Valles de pliegues en la boca de un ala, la escalera de 
prismas junto a un cuadro, buscando imprecaciones de 
fraguas en la arena. Despertabas.

Tenìas las nociones del arca en un poema. Las
dimensiones de la misma en la flor de un cuchillo, habìas
traido la latitud de un megaterio para tus relojes, inundabas 
de batistas las manos.

Y colocando una bujia de vidrio en las uñas dijiste lo 
siguiente: Lo hago para que palabras y hombres entre si 
mismos nunca puedan ser alcanzados.

Y vaguen entre maravillosas penumbras.

Entre crepusculos de manadas.





sábado, 24 de octubre de 2015

Elevaciòn del Sol





Como un ojo. Como la 
salud trascendental de la libelula.
O los ritos mentales de la madera al paso
de una horda serena como el sueño. O los
silencios apasionados donde el agua toca
un velamen. Una ola roja luego del 
diluvio.

Como un leviathan tambièn, tambièn como uno,
disecando figuras de nieve en un pedazo de 
goma o en el espacio de plastilina que el tiempo 
arroja a la tarde para que encuentre un mundo,
una narraciòn de semidioses que posean uno o dos
actos, tres o màs colores. En ese teatro.

Igual a esa representaciòn que
respondiendo al instante inventò un cronometro, 
un reloj en la muñeca, una clepsidra colgada de la 
brisa donde dormìa la mariposa invernal. Era
la mas pensativa, con burro inmemorial con 
lampos-dequeismos.

En la frente occipital del verso
con planos y nucleos llenando plataformas de 
dagas y monasterios, donde se formò el sol en el
reflejo de un lago. Alguien entre las sombras 
nos dijo que era todo para llegar a èl.

Sòlo faltaba un paso para elevarlo al cielo.

Pero no lo dimos nosotros.





Llegada a una Profecìa





De noche somos como pendulos, tocamos el aire en un 
punto, luego buscamos su opuesto. Podríamos hablar de angulos
por ello, pero no vemos paredes horizontales o verticales entre
lo transparente. Nos preguntamos si tendrá algo que ver con
el presagio.

Y ese aire del cual hablamos es un poco mas arriba el cielo, 
donde se pliegan a si mismas, estrellas silenciosas.

Después hay un barco amarillo.
-no sé si tiene sienes-
Lleva un mentón de color rosado como iglesia. Se sorprende
de estar indemne después de todos los epitafios que forman
las palabras. También se sorprende de las insignias,
del peso de una linea junto a un templo,
de las circunvalaciones y los techos, del ansia
que lleva como seudonimo la sigla morada encerrada en
un espejo.

También hay una mancia que serenamente es el ala
o una curva que inmortaliza cosas inutiles en el barro, de
ello surge una efigie y una corona donde se azulan los elementos
de la época y los juglares sinopticos del siglo. Pienso
denonadamente en sus tiestas. En su fondo marino y terrestre
como las escarapelas. Aqui la pregunta está ligada a
sus vidas como una continuación de la magia.

Después hay un barco celeste.
-no está ligado a la providencia, no hoy-
Es sólo un piano con muchos abanicos donde el velero
buscó un ancla. Es la historia de la desnudez en un amanecer 
en que extasiadas formas invadían hasta la parte del llano una
figura, en ella una carta donde lo primero que leían nuestros
ojos, era el maravilloso canto de una profecía.

-estás caminaban entre fuegos-

Y ese poema que escribiamos -igual que el de hoy- no llegò
a ella.









El Poema y el Oceano






Luego el poema se extiende.
Un caballo vuelve a la tierra buscando
sus raices. Otro se eleva al cielo añorando los
cometas; es una dimensión ecuestre
de platino la que roza.

Y entonces volvemos a ver un corazón. Está
junto a un violeta que fue detrás de las grevas. Vive
en una conciencia de brillos con los pájaros
y las branquias. Ha seguido su pulso y el de algunos
hombres dormidos bajo los árboles.

En el punto donde empieza la superficie diría.
En el punto que el esqueleto del pez supone o alude
a aquellas branquias. Por éstas sabemos que
el poema se extiende, que es fisico, sepulcral o
axiologico, que es mental o tiene la 
posibilidad de mas de un decenlace por la noche
cuando el sol ya no nos deja levantar la mirada y lo
hacemos. Pero el poema ha bajado la mirada.
Tuvo que hacerlo para encontrar una aleta.
Para tocar una branquia.

El poema bajó la mirada.

Y lo primero que encontró fue el oceano.





Dada la Vastedad






Dada la vastedad y el hilo. Dados los
cometas y la serpiente del otoño desde un gris
que acaso tensa este manantial en una horda
o las estrellas que lucen un puerto maravilloso
de plagas, donde ondean policromos dorsos.

Y dada la civilización del tren, el vicio del
mar en los tornos, la imagen que aferra el tiempo
a esas maquinas de luz y viceversa donde 
ayer el viento llegaba a los paises con una rueda
en su rostro, semejante a los tropeles.

En la carta de la ojera en el riel y comunmente
el dedal en las ruedas de los barcos donde un
equinoccio muta emanando a los cirios y en
esa forma de caminar hay bruscamente un reloj
un jardín sin topacios ni amuletos de sed sobre
las mascaras.

En los muelles que dan como fundados los ecos
en las santabarbaras de una fila de epitafios, donde
centellea el molino y el pensamiento llega al final
de la idea con una secuencia amarilla de velas
apostando por incursiones en el lumen.

En los castillos que son las voces de los labios
o los conjuntos de sal que tempranamente llaman
conjurando un bosque, una ciudad de opalos
o quizá esa extraña espera de una mantis
sobre la rama azul de las encrucijadas.

Donde dada otra vastedad, ondean hacia el mar
tus cabellos.






Primero fue la Entraña




Primero fue la entraña con
su espìritu de prado y babel, dando 
fìn a los circulos.

Seguidamente la hoja con un martillo
de coral proveniente de un bosque, que
arrastraba humaredas.

Luego el protocolo, trajo una ruina,
una ciudad abierta a las marismas, en la
cual los duques danzaban entre 
lamparas.

Archipielagos de nubes y tatuajes
llevando en el corazòn una flauta, una
luz flotante y sagrada en las veletas.

Monografìas de puntos en las aspas
de un extraño verano de molinos,
acantonados en las sirtes.

Humaredas por un lado del mar y por
otro el silencio de un evangelio, anclado
en las aguas.

Ministerios de pus con la brisa,
iniciaciones de ambar sobre lo inhospito
con funciones de corazòn en el pecho.

Estaciones de sol durante evangelios junto
a un nimbo dorado, lleno de siglos y
de olas.

Composiciones al lado de un dorado 
secreto, recorriendo serpientes de magma
en una sudestada.

Torridas formas de misas en la playa,
llenando el brillo y la luz de limites.

Primero fuè la entraña con su bosque
de primate; extraño y milenario como una
nupcia en los cirios.

Y luego, mucho despuès nacio un 
ritual de forasteros.





viernes, 23 de octubre de 2015

Ritual de la Palabra y el Mito




El rito es de un violeta con valles de hangares.
Cicilico como un lugar de sinonimos en el instante
de una hoja, llegando de otra presencia con un
pàjaro, con un mortero.

El rito se encuentra con la palabra como un
fuselaje se encuentra con el aire.

Extraño el viento de esta catapulta en la brisa
Extraño lo que enciende la bengala de una
pregunta en la paràdoja.

La contradicciòn eleva algo como el musgo o el
espeso silencio de esta apertura y aquello que es
invocado.

Manifestaciones de ramplas y un agudo objeto
como el sueño buscan un palacio con reinados de
duques que diariamente izan el agua.

Yo me pregunto por ese hacer con el agua.
Por esa ninguna verticalidad de los horizontes.
Y en el peso de una que otra gramatica pienso
en las manchas del aire, en los solfeos de un
dialogo encerrado en su leyenda.

Yo pregunto por esa historia en la carne como
un litro de algodòn suspendida en la escarcha,
por un heliotropo en el vapor adjetival de
un enjambre

Escribo leyenda, porque todas las cosas llegan
alguna noche a sus ritos.

Y los ritos evolucionan en la playa.

Todos en absoluto hacia un mito.






La Civilizaciòn de los Huesos




Que suceda de noche y que nocturna sea
la direcciòn del cometa; ese presagio que hunde la
soledad entre yescas; ese privilegio de bovedas
rosadas con una sola alambrada.

-hay algo como la belleza incrustada en ella-

Que tus insomnios caminen vestidos de gritos
y en el horoscopo de las sienes vibre màs de un
tatuaje.

Ten como silencio a la obra de la libertad en movimiento.
Al norte de la palabra una noche de aviones y medusas
que reiteran palabras siempre escritas desde la
astrologìa.

Suspende a la ciudad y la manada en el lirio.

Busca al verbo que da origen al sueño.

Observa el poema que llega desde la cavidad con
sus visceras.

Observa las plataformas donde a conformidad
vive el higado.

Sosten esa eventualidad en la ciudad de los huesos.

Tantea esa golondrina que es parte de la virginidad
en los galpones.

Mira la mancha portadora de estambres alrededor
del azogue.

Toma del rigor lo amarillo.

Busca ese espejo del pavimento donde no se 
desarrollan las algas; espejo que se forma por lo
general cuando llueve.

Ten en cuenta que las apariencias son ahora todo
el sentido de las civilizaciones.

Riega nebulosas, ten en cuenta al jazmìn en el
envìo de tus supersticiones.

Y hazlo siempre, siempre bajo un blando estruendo
de visiones y desesperados acapites.





Poema





Era la palabra. Como un semidios o un 
bajorrelieve en las entrañas, donde un espectro
colgaba en el dìa una braza, una particula,
una celula desprendiendose del mito en el cual 
era errante; errante como en el universo un otoño,
antes de ser arrojado a la realidad.

Como un sino de telescopios y barcazas
flotando en una casa de peces o el
ayuno de sacerdotes amarillos en el agua
mientras el oceano dibuja sus primeros coloquios; 
uno de ellos se dirije hacia el papel por la noche.

Moradas y lunas de garrochas, el paso violeta otra vez
del asteroide y un confìn de inercia hacia el cual
viajan los destellos con la infancia del helecho en la
selva y con la adolescencia del mismo en el cemento; la
juventud serà de los cometas.

Era la palabra. Su silueta encarna por el dìa los
promontorios donde venenos y arquidiòcesis viajan
hacia puntos electricos de hierba y en la incandescencia
del futuro en los planos, el ejemplar primero de la
mistica incendia de sueño las remotas torres del
verano, las abadìas.

El dìa de bosques donde el sol se oculta con un cuello
en la hoja, rodeado de botellas y cisnes.


Joroba






Despuès de un cuerpo.
De una ciudad en la herida.
De aquello que vuelve a ser una fronda.
Luego de la magnitud y los peces, del coral y
la unidad en el espacio.

Cuando los dìas del equilibrio vuelven al oceano
convertidos en extasis y un hemisferio semejante al
crepitar se forma en la rada.

Cuando lo ardiente impregna de cabalgaduras el
atardecer por el cual vivimos, llevando una existencia
identica a una raìz o un menton, a un coeficiente de
agua en la arena.

Despuès del virrey y la borda
de los antecedentes de una popa en un sesgo que lo
siniestro matiza en el prodigio. Luego de un crater, de 
una bahìa.

Despuès de todo ello, cuando dejamos de ser animales
para ser hombres y subimos por las enredaderas de un 
paradero con las ùltimas imagenes que nos quedan del bronce;
en una de ellas, nuestro nombre ha sido colgado del
àrbol.

Justo en el instante que del lado izquierdo del sol, brota
una joroba.






jueves, 22 de octubre de 2015

Evento de Oceano y de Hilo





El agua llegando del oceano; algo de su casta
errante en la arena. Algo igual a sus antepasados, cuando
bajo una piel de bronce llenaban las orillas. Algo
de su latigo convertido en urna. Esta noche 
tales ancestros transformados en jardines
contemplan los barcos; uno de ellos
llega al equilatero.

Màstiles para los mismos.
-tulipanes de acero en el infinito del agua-
O màstiles para las espigones que siguen a las frondas.
Màstiles sobre la brisa sin poder dar equilibrio al viento, ni
a las murallas que terminaron al fìn de la tarde como
pabellones, con un invierno de ceremonias
entre los sepulcros, donde una maldiciòn atada al verbo, cedìa.

Y la llamamos sepia, contenido grisaceo de altas campanas
entre las bovedas y lo inmediato, sol empirico de grasa que en
los travesaños formò el recogimiento y los aludes,
los crateres y volcanes, las grutas por
donde hoy la inspiraciòn vuelve a caminar empinandose
un poco en la rama, desde la cual se puede ver una araña colgando
en el angulo que una la rama con el àrbol, una madeja.

Eso aconteciò una tarde.

Y el hombre que se acercò lo hizo para esparcir por el universo
sus hilos.






La Raìz de Bocina





Preguntamos si ese es el papel que nos humedece.
El que nos amarillea con un retrato de su academia.
Y gira fantastico entre grevas de apariencia.

Preguntamos a los sedimentos por esa
apariencia. Nos planteamos un
retrato de la garza en una luminosa reyerta
de crestas.

Interrogamos por sus luces ahora que sueña, por
los brillos de un grito en sus medias, por los paraguas
donde muestra un retazo finisimo de epitafio, junto
a una columna celeste que es de vidrio.

Vagones a partir de hoy en la selva
donde cada atardecer es de saurios, poemas como el
sentido de un dios algebraico, encendiendo polinomios 
con matices de nieve en el tiempo y los grilletes
del espacio blanden un rìo como una siniestra disertaciòn
de alambradas para las direcciones. Todo ello
como una luz de lacrimògena fiebre.

Direcciones de musgo, de adioses como el coral
y el verbo, trensados en una especie de muñeca que
desfila perfilando entre el mito, un gesto antiguo
de quimera.

Un gesto antiguo de quimera escribe la luna en
una de las superficies del mar.

Donde cada noche una interminable espina
describe una raiz de bocinas.











miércoles, 21 de octubre de 2015

Escritura del Maleficio




Y sobre los caminos el vilo.
El maleficio en una flor de madera y en el interior
de ella, una frecuencia, una araña.

El parpado que forma algo extranjero; un viento y 
casas sobre las mejillas en el sueño, irrumpiendo sobre
lirios y sus gritos todavìa de ambar.

Caen decenas de cuchillos sobre la tierra. Alguno de
ellos lleva ancestros, pero no exactamente para perpetuarse.
Sòlo es una agonìa del lado del sol, entre agujas de hierro.

Y si caen, caminarèmos al oceano con el acento de una
silueta en  la piel y las sienes humedecidas por plasticos,
allì la inmortalidad es la mirada de un cefiro bajo una
idea de anclas, con valles y nucleos en los labios,
pronunciando cosas milenarias como la palabra.

Y si lo milenario es tambièn esa palabra, algunos 
relojes volveràn al infinito, como un deslizarse
bajo el tono de un astro en el silencio, de
una estrella, de una visiòn apagada
por los truenos.

Y si, recorremos el agua desde sus parpados
seremos objetados por un travesaño de oasis en una
calle, inclinando su estela de mar a un paradero; la
textura de un cometa la despierta

Asi la estrella serà origen del riel y en el heliotropo
crearà silabas de cera en pleno movimiento. Entonces
una palabra conquistarà eso que es inedito tan sòlo para
un tallo o una pupila, para una paràbola o un obelisco
donde el presagio se forma en el sueño
del aire o los tulipanes.

Tulipanes semejantes a los caminos de la razòn en el vilo.

Que diariamente comparamos con los maleficios.








La Visiòn Plateada




Un àrbol de grutas.
Un parpado en la nieve por el cual arrastra
su rostro el invierno. 
Sobre las grutas un pàjaro negro cristalino
con visiones plateadas.

Sobre una de las visiones hace su apariciòn
otro àrbol. Trae el ejemplo de la hoja donde 
una ceremonia completaba por la mañana
el peso de la flor con el hambre.

El hambre preguntaba por gloriosos peces.
Por jinetes, automoviles y valles de brea
donde la atmosfera llenò 
de ferrocarriles una vereda de agua; allì 
emparejabanse los mastiles
en un extraño sonido
llegando de las radas. Un àrbol. Lo plateado.
La extrañeza del purpura ahora que
el universo abre sus entrañas y sòlo un ser
debajo de la gravedad sostiene
que son escarlatas.

Y ese ser convertido en pàjaro asciende por las
entrañas de la tierra hasta llegar a las del àrbol.

Y arroja desde ellas su visiòn plateada.








El Despertar del Eter





La colina que despierta al eter o la palabra
como un simulacro entre voces de hipnosis.

Las columnas se abren entre los cabellos de
un pez con mandibulas.

Las redes vuelven a conjurar invocando en 
un soplo.

Planetarios nombrados por eventos del sur
en una moneda.

Reliquias como el amparo del verbo al tensar.

Faenas llenas de escafandras en una amapola.

El cielo y el desliz. Palabras como la noche ahora
que el mar aprende a conjugar sus aguas en la 
orilla: nace una ola.

Alquimias como el liquido y los templos.

Casas milenarias de àrboles respirando el fuego
de la belleza.

Jinetes de carbòn en una lìnea de cuarzo.

Tradiciones de lluvia en el verbo.

Constituciones de animales en la palma de una mecha.

Estrellas como el manantial de un dardo o la visiòn
de una polea en un encuentro con un manifiesto de 
arañas, junto a un sol dorado.

La tea de una escama llameando en el pecho.

Circulos semejantes a una ballesta ondeando en el hecho
imaginario de los cuartos crecientes irradiando una flor.

Pròximos caminos de un cometa son, donde las agujas y 
los rìos vuelven a los fòsiles.

Y nosotros con ellos.




El Oso Amarillo





Los pájaros en la carne siguiendo a los cabellos.

El oso es amarillo en la puerta.

La estrella roja con un crucifijo.

Los umbrales eligen silenciosamente sus frutos de
silicona.

Elixires de petroleo en algún punto del muelle escrito
por los animales.

Durante la trascendencia el sol ha dejado un
talisman que ahora tocamos, junto al mismo había
un oráculo que decidió caminar hasta el mar. Lo seguían las 
sienes.

La mandibula atada extrañamente a los cabellos. Se habían
extenuado las pocimas en un albergue palido y condiciones de 
espuma en el craneo, enarbolaban un hemisferio de crestas.

Los pájaros en los cabellos.
Lo aereo sobre lo ecuestre y un jinete con una boina,
recorría el interior de un automovil como si fuera la cordillera
de país lejano, indómito, casi inaudito.

Torreones. La galería del sol ahora es un circulo e imitamos
las residencias que orientan los pasos hacia un equipaje,
hacia un dormitorio donde las casas son un augurio
ensimismado en la rama, en las dagas de las hojas, en el
espacio que deja la resina.

Mientras el corazón inunda sus especios de eter.
Sus espacios nuevamente, de gasas.










Efigie





Un ave.
Todavía es nocturna, aún las estrellas en el vuelo
rozan su pecho. El amanecer inunda de infinito su pico.

Estelares ríos. Cada uno más grande mientras
llevan astros en su corriente y sobre la condición del hemisferio
algun rumbo de coplas y siniestras escenas. 

Vertigos de carbón
llegando del mineral vestido de purpura. Andanadas que
son desde algún planeta la rafaga que se ensortija. El momento
de la voluntad en el agua al imitar.  El orfico y mediterraneo planear
sobre la uva. El pronunciado sentido de carne untado de fuego
por el sol. Todo ello manando de pronunciaciones esta
noche, todas a la deriva sobre la nube
vestidas de grasa.

Y sobre los galpones cristalino un eje.

Uno que jadea en pos de transparentes insomnios donde la 
existencia recicla uno de sus movimientos convirtiendolo y este
deja alczana la dimensión de una sombra.

Entonces el ave llegando con su vuelo arranca de la
punta de aquel eje esa sombra.

Y entre las estrellas que rozan su pecho aquella sombra
vuelve a ser una efigie.









martes, 20 de octubre de 2015

La Estrella




La estrella.
La estrella es verde.
Lleva una melodìa de plastilina en una
de sus herraduras.

Estira lapices donde la reproducciòn indica
el lugar para legendarios megàfonos tocando en
el solsticio, la constelaciòn de 
una uña.

Posee mandibulas como las de una epoca cetacea
con olor a cipreses.

Naturales como la espuma donde habita una
escalera. En ella quien encontrò el camino hacia
el cielo mas rapido que el hombre, fue el aire.

Es ella quien encontrò el camino hacia los sacerdotes
fue el viento.

La estrella. Imagino que debido a su color verde
existe una frecuencia,
un mundo simultaneo donde las banderas 
presionan los brazaletes
de la hierba.

Imagino que sus habitantes son de un color
que es inasible para alguna parte de nosotros.

-la otra parte es institucional como el aliento-

Como el silencio de un dios que entierra un cometa.
O la verticalidad del viento es una lluvia horizontal
de cromo.

Tal vez de bronce.
Quiza de un talamo donde un espejo de bruma
deviene entre ojos cerrados intentando tocar el parpado
de una nebulosa, de un valle
antartico entre fisuras, de un sacrificio tensado
por una manifestaciòn de àrboles.

El evento de la poesìa conoce esa imagen, incluso un
poco màs allà, llevarìamos un templo con aquellas
fantasìa que proviene de los huesos y
la hunde entre brocales y las piastras.

Asi la arroja en los sedimentos o los gritos de un muelle
por cada instante de la noche.

Por cada uno que nosotros al cual le toco vivir sobre 
la porcelana de los faroles.

De los monjes en cada brisa tomada por un ayuno.

El evento de la poesìa conoce esa imagen.

Data de siglos y ahora se vuelca entre los crateres.

Con la emociòn, con esa extraña intensidad
del verbo en un jardìn cuando es desfigurado.





lunes, 19 de octubre de 2015

El Pez Rojo del Violeta






El pez que elevandose del oceano vuelve a ser el color
rojo de un violeta.

Un rojo incandescente.

Violeta en una de sus sienes es el campamento de nieve
o el descenlace de una tierra donde
derramanse piscinas, entre historias 
de monarquias. Esto podrìa ser un significao
que fijamos de noche en una linterna, en una estalactita.

Despuès el barco llena de jabalinas sus mastiles.
De propiedades como el mar que no es exactamente
un solido.

Los jardines en este instante ya son industriales.
Qimico el don del zocalo.
Porporcional a la sombra la propiedad de un zoologico.

El contenido del martillo en una de las aletas del pez
nos conmueve hasta
algo profundamente inmediato.

En la otra aleta se ondula un dirigible.

Nos acercamos
tanto al pez como al martillo
con una gruta en las manos y una constelaciòn
de cabellos donde leemos.

Tambièn volvemos por un instante al violeta.

A las sienes, a esa vocalizaciòn de baul y priorato
con versiones de cañas en alguna de sus manadas.

El pez que mira, que pulseando llega a un tanteo
de tulipanes cerca de una balsa, en ella un angulo del
crepusculo aguarda, con un baul secreto escarlata
entre los animales. 

Pero estos solitarios y extraños, siguen el itinerario
de una iglesia o una profecìa de carne an las cortinas
de la tierra.













Memoria





Piensas en el verso sin ninguna memoria, de esa
forma llegas a crearlo.

El mismo no dice nada que puedas recordar. El mismo
es una noche, donde los relojes tienen la apariencia de 
un dìa y la superficie del mar se cubre de cavernas.

A continuaciòn la noche es alta como el espacio o el 
tiempo y conoce del ser en la medida que escribiò en una
camisa o propuso temporadas de sueño entre sus 
entrañas.

Altas las venas que segregan un bàculo.

Amarillos los indicios de dios sembrando en las alas
de la noche conjuntos de boinas.

Luego las sensaciòn de que aquello ya habìa sucedido; en
vez de boinas fueron algas.

Pero estamos en un verso.

Y estamos en èl sin ninguna memoria.

Desde ese pensamiento es como volvemos a crearlo.




sábado, 17 de octubre de 2015

Organizaciòn de la Luz




Organizaciòn de una luz en la mente
cuando los pàjaros agitan sus alas de plasma entre
nuestras voces si son de acrilico.

Y entonces vemos, desde un universo lacteo
de platos marrones, vemos esa figura plateada
sindicada por el brillo en el aire.

Dìas que escriben a las esquirlas desde un
corolario tomado de esos pajaros, entre horas de 
albedrìo o nociones de estrellas que de noche
encuentran su reloj en el agua.

Idolatras peces de arena se hunden entre las
piscinas.

Cuadernos que abrense sòlo en un cuello.
Piastras que recogen del mar esa palmera descubierta
por un cristal de barro.

Carbones en la joroba de un dromedario tomado esta noche
por el vidrio y conducido a una rueca, al sol de un estribor
en la carne donde suceden las cosas siempre
entre parabolas.

Este lenguaje de hambre es el poema es su testimonio.

Esta civilizacòn bañandose en las puas y los contenidos.

Ese enjambre que olvida debajo de las palmeras su
mitosis.

Articulaciòn de andas en los huesos.
Articulaciones que hunden un empedrado o la escalinata
donde las helices recuerdan el abordaje del viento
o la brisa; sì, esa brisa de animal en los
parques.

Junto a una dimensiòn de pabellones que morìan entre
las paredes.

Y sòlo la belleza donde se ahogaban podìa evitarlo.









El Pensamiento del Verbo






Ten la huella, lo homogeneo como parte de un 
tallo en el momento que los pétalos dan un significado
al agua. Se heterodoxo igual al magma en las
serpientes de un valle; tal magma siempre
está coronando sus cabezas. 

Mira el helio encerrado en ellas.
Calza un bergatin por tarde.
Se también tu oido. 

Busca un oleaje lejos del mar, entre palacios
que fueron conquistados por el hidrogeno, camina al
oxigeno como si ello no sólo fuera una metáfora, 
da por cumplida una fecha con el sol y observa
el corcel que apenas roza el maleficio con una
de sus sonatas volviendo a pensar como el verbo.

Pero quién sabe como piensa el verbo.

Intenta ser ese pensamiento del verbo. Camina a
la cúpula, detén a las hormigas en el interior
del gorjeo.

Ve a la orilla, allí descubrirás que estás incompleto.
Que la sombra de una amapola ya no te acompaña
y arranca sediento la ultima concha de ambar en los
farallones, en ella las tripulaciones de un navío
también dijeron adios desde castillos de crateres.

No seas inmortal porque ello vive sólo un instante.

Indica el sentido de la erupción a los volcanes.
Ten por libreta un correo de arroz sumamente amarillo.
Se atroz nuevamente como un cono.
Reconoce a los sonidos por las cosas que llevas, no lo
hagas jamás por sus percusiones.

Marca un paso, todos lo hacemos pero es necesario
que lo olvidemos para que la memoria de la palabra lo
instituya como recuerdo o figura que desde una
ceremonia atraviesa el sueño.

Cruza basicamente ese sueño.

Es escencia de la realidad donde las bengalas por 
la noche toman los espejos.

Es el pensamiento de un verbo cruzando los colosos.

Es el ritual irrenunciable de una cadena a los tiranes.

Es el viento de una silueta que naufraga en las huellas.

Esas huellas ciñendose en el atardecer a las fraguas.

Donde es el fuego quien elabora los cantos.









Las Palabras del Papiro





Es reciente.
El animal que divisa el prado con una balaustrada.
El rompiente donde la tormenta llega a la playa intentando
alcanzar màs alla de las civilizaciones, la nieve.
Esa tradiciòn de zinc en los colores que las
bicicletas divisan como algo extraño en
la distancia. Es reciente, el ardiente dìa en que
en el calor retumba como un eco.

Como el tallo que recoge un venado del granizo y enlaza
a ese momento el cuello de una lampara, como el silencio
que conduce los instantes de un mamifero hacia una 
cisterna.

Herviboros de tela caminando entre el movimiento.
Serenas brujulas quemandose en el calor de una de nuestras  
venas; la hemos puesto a su lado por amor a las direcciones.

Vertiginosos espacios de dromedarios que juntan cabelleras
por la noche, cuando el amanecer es nocturno como
un epitafio.

Cintas de espliegos rodeando una caverna.
Grutas de arroz en la temporada de una lirica estampida
en los huertos. Los recuerdo y evoco porque sólo 
conocí los jazmines en ellos.
Los evoco porque ello podría llegar a la reminiscencia
que es lo mismo que un árbol sin sombra.

Que una noche sin azul.

Que un papiro donde jamás fue escrita una palabra.









Las Ruinas de Polen





El cuenco es la amapola que tiene una hoguera.
El jardìn para los cipreses cuyas ramas el viento encorva.
La necesidad de alcanzar es un tambièn racimo.
La rosa meditando profundamente en el silencio data de muchos siglos
antes de una palabra. Recordamos un bucle precisamente en
la brisa de una sortija. Del mito colgado debajo
de la tierra por raices.

A veces nos sumergimos para tocarlo.

Tiempos. Pronunciaciones. 
Los lances ubicados de extraña manera
por el aluminio. Crotalos de runas para las casas, no asi
el periscopio donde la mitografìa es un otoño
lleno de buques impregnados de plastilina
y objetos que los cuadros del mar
encadenan al solsticio de
un vellocino.

Griales, en alguno de ellos los adjetivos vuelven a la naturaleza
con un halito que prestidigita las columnas y las jabalinas,
con un exhalo que es ferviente como la corona de
un mineral entre los borceguìes, mientras
la huella de los mismos vuelve
al pensamiento.

El cuenco de una amapola posee una hoguera, pero tù has
querido un cristal en el espacio donde se transforma en pubis
y tambièn has deseado que la noche derramara sus astros
con un instante que fuera humano y mostrara el
punto al que nunca se logra llegar, ese yelmo
que entre las grevas de la ciudad es un
sepulcro inalcanzable.

Una forma de trigo con gestos.

Un eslabòn de ruinas de polen.




Los Goznes del Silencio




Es un silencio.
Lleno de impulsos como las razas del aire.
Como el pulso de la corteza o el tallo es un silencio.
Igual al granizo sobre el plano del pelicano en la rada.
Como una alborada de bandadas grises cortando el crepùsculo
a lo lejos. Ahora puedes tocar esa lejanìa.
Ahora todo es lejano para que suceda ello. Los barcos.
Los puentes. El espacio que separaba tu vida del color.
El camino que te indicaba el de la estela. Los dìas ante el oceano
cuando todo en tu corazòn lo completaba la resaca y no la ola.
Tù elegìas aquello que regresaba a la vida.
Y el mar lo hacia en la resaca.

Un silencio. Un sacerdote lo ha posado en tu piel 
para que vuelvas a pensar en los jabalies y en los protocolos.
Una hoja de nubes lo describe como si fuera con exactitud
un jinete. Un caracol deàmbula nuevamente entre
el escrito donde la intuiciòn deja un gozne o los latidos son
la alambrada que detiene un bosque en la mirada
de los telescopios.

Uno.
Igualmente se ha involucrado en las siluetas.
Procesò su aliento en los embarcaderos sin meditar en los botes.
Alentò sus cronicas junto a las de un fosil cuando este
llenaba de betùn la popa de los bergatines.
Empapelo de cines una araña y asistiò a los parajes donde
la soledad era un manantial, la unidad de un 
extranjero que es lucido como un animal de paraderos y oboes.

Un silencio. 
Volveràs a èl otro dìa.
Caminaràs hacia su espìritu otra noche.
E intenta escribir en èl esta mañana desde la locura.

Nada del mismo ya nos puede decir la poesìa.






La Flor de Metal





Vuelas hacia el cuerpo.
El mar te ha traido un dibujo. Los faroles
exigen algo de ti entre las palabras. El viento alcanza
la metamorfosis del diàlogo.

Crees en los umbrales como el lugar donde la yesca
es algo que asumes en comùn con cada paso de tu vida, pero
no es asi. Este instante en que aquella se quema
es la prueba. Nosotros nunca llegamos a
las cenizas.

Vuelas hacia el cuerpo. Tienes una flor en la mano pero
eso no tiene importancia y aunque debes observar el mundo,
esa tarea la dejas para el universo. Tù te dedicas a 
hablar con los pianos. Lo haces con prudencia, ello podrìa 
convertirse en una pretensiòn.

Piensas en este invierno. En sus àrboles con flores
de metal -la que tù llevas en las manos tiene otra textura- miras
aquella que cae de sus ramas y te desplazas para que en su caida no 
intente incrustarse en tu pelo.

Eso sòlo significa una cosa en este atardecer. 

Ella y sus petalos volveràn a incrustarse en la tierra.





viernes, 16 de octubre de 2015

Espacios de Aceite






En la imagen llegabamos a una ciudad.
Ello es reciente como una salida de sol. Es completo
si lo observamos desde un conjunto de naves; en
una de ellas nos encaminamos hacia el sueño.

Escritos de cera en un universo con los bolidos.
Ceremonias que tocando el aliento de una bocanada
queman el incienzo de una armonìa que se humedece en el
eter. Matices de laudes en algùn lugar del huerto
bebiendo de cenizas en las ramas.

Espacios de aceite donde la inercia posaba su gurbiòn 
de gasa y junto a ello, la naturaleza de un sol raido por 
la boca.

Barcos de espuma que tocan la noche desde el sonar de 
un ruido, cabelleras de imanes colocadas perpetuamente en
las superficies del hierro.

Barcos de espuma que son bergatines, frecuencias de 
peces donde brotaban los aros hacia un confìn de venenos
y circulos.

Barcos. Algunos de sus parpados volvìan a ser una 
palabra.

Otro se alejaba lleno de enigmas hacia un universo de
mentones.







La Piràmide en el Pecho





Llegamos a los ejes con alguna intensidad, al transito,
al dolor en la piedra.

Lo hicimos llenos de crespones y con  algùn mechon en
la carne. Lo recordamos porque ese dìa eran arrastrados en
la nieve, toros de agua.

Semejantes a un talisman que dilataba las entrañas
de la magia.

Llegamos acompañados por escamas que arrancamos de
nuestra piel en èpocas de silencio.

Imitabamos a esos cadaveres en las ojeras que tensaron un dìa
aquello llamado amor por los bucles, amor por las superficies
y los lances que caben en las propulsiones.

Descendimos de las amapolas con un grillete en las uñas, sucios
como temporadas de ira en lo moderno.

Dejamos un grito cuando encendiamos las sortijas.

Lo conocimos porque se convirtiò en megàfono.

Ebrios de corolas llegamos a la historia de las bovedas.

A la serpentina.

Al mural donde la horda empujaba al oceano con paciencia
un verso al aire, un verso que dirigiase hacia la conmociòn
o la idea, hacia la espina y los vertigos.

Parecìa que escribiamos en cualquier idioma pero sòlo 
conociamos el que se bate entre la oscuridad.

Ese que tiene una piramide en su pecho.

Y un diluvio de arena en el corazòn.







Mi Calle





Mi calle sin un pensamiento lirico.
Sin una bocina o un boceto a los cuales pudiera llegar.
Sin un sólo y neurológico trance.
Con minimas elevaciones de lirismo que pueda resumir
en un mortero para lo literario.
Con una carta de marfil obsidiano.

Ataviada por las catalinas o la afirmación del azufre.
Llena de logotipos y veranos que llegan desde las tinieblas.
Elevando rigores de azucenas o rangos vestidos de tipología.
Con elementos semejantes a la lluvia o los vestigios.
Escatologica, hermeneutica de percusiones para un día donde
lo inexplicable surge con un alfabeto.
Dada al vibrar, dada a las luces en los origenes; quizá
de los diluvios.
Secreta sin nada que plantear en el corazón.
Dotada de autos y pleamares de misticos virgenes que
sientes con un ojo.
Decorada por enfermedades celestes y morgues que se pudren.
Mi calle con estaticos y elasticos sudores de follaje.
De limbos sucediendo en la hierba como tenazas que prensan
en sus nervios un grillo o los aeropuertos de una cigarra.
Mi calle con sus veredas y los fanales en una de sus esquinas.
De vaporosos jinetes durmiendo en un cuadro.
De forasteros que hablan con un astronauta de placton.
O la mitad de un fondo de mar coherente.
Con particulas de mirra ahora que llega el verano y los sauces
desprenden voces de antimonio y analisis de sangre
en una bahia donde las peninsulas pertenecen
siempre a la magia.

Mi calle donde la magia -lo olvidaba- es una colina
recorriendo los pigmentos marrónes de una ventana, 
inclinandose en las escaleras como un veredicto o escribiendo
en los sardineles de un bosque como lo hace un gitano
mientras sueña o expresiona misticos valles
antropomorficos de praderas.

Mi calle llevando siempre  la morfología de una jabalina en el aire.
Durmiendo en maleficios que sinopticamente cuelgan la carne 
en los labios con herramientars arrojadas por las selvas
o el conjunto de los saurios en una hermosa
visión de la hojarasca con su primer color amarillo.

Ese color que honra de violeta a todos los seres que pasan por ella.






El Arbol





Este àrbol se ha suspendido lo mismo que el silencio
de un vuelo.

El vuelo es llevado por el ave.

Lo que se suspende por el recogimiento.

Intentarè apartar el vuelo del ave.

Pensare en èl con intensidad para asi llegar a lo desconocido.

Olvidarè el ave de modo que pueda descender y
caminar por los puentes, manejar un utensilio o saludar a los hombres.

Pero este àrbol del cual parte el poema està hecho de madera.

Se traslada entre emanaciones.

En su interior los pianos yerran como luciernagas.

Este àrbol en el cual separamos el vuelo de la criatura que la
forma hasta llegar a aquel que por si mismo nos narre su leyenda.

Su mitologìa al pie del mar donde las ostras casi logran
ser inasibles.

Donde los barcos son  palidos antes de tocar el azul.

Donde las cosas se inmolan en la epifanía.

Este àrbol donde un nombre grabado no nos da la consistencia
de una existencia, tan sòlo nos habla de un nombre en general que
fue grabado aquì. Sellado aquí.

Asi que yo no grabaré el mío.

Yo iré a una tienda y volveré a los parques.

Me sentaré en las pistas. Hablaré con la brea de noche.
Propiciaré -de ser posible- incursiones al pavimento.

Grabar un nombre en los árboles...

Esa era una pretensión de cuando existían motivos incluso para
llegar hasta las algas. Escribir una ecuación. Vivir pulseando
una parabola, una ideología que podría ser ecuestre o
poseer latitudes digamos.

Este árbol se ha suspendido lo mismo que la soledad de su
vuelo.

De ello es capaz por el vuelo.

Por las cosas que de día y de noche se suspenden.

De ello ahora que cubre todo el hemisferio de modo que todo
ese hemisferio es sólo un árbol.

Y las condiciones para que se desplieguen las ramas
de él son imposibles.













Las Superficies que Escriben






Abajo las cosas se enrolan.
Perfilanse, llenan de mar el cemento.
Dibujan, son ecuestres. También encaminanse.

Unen botones de cera en las ramplas.
Sacrifican clasicos juguetes como una amapola.
Levitan clasicamente.

Abajo, las superficies escriben, hablan de los
cuadernos, de los vertigos que al moverse agitan el
polvo; entre las sacudidas presentan niveas cicatrices
de ondulaciones, en éstas vaga circunstancialmente una
herida, un relámpago.

Y entre las cosas objetos de oxigeno se mueven.
Temporalizan su edad entre las crines, ascienden a los
elixires con cintas de acuarios y eufemismos, como en un
apogeo de rieles incursionan en los vagones de los 
trenes con ese amor por los puertos cuando son
secretos y una de sus olas lleva incrustado
un color mediterraneo de aura en 
sus alas.

Y no puede ser de otra manera.

Asi tiene que ser para que vuelen.







El Violín del Leopardo






Desde que el leopardo atravesó la puerta
nada es lo mismo. El reloj detuvo su movimiento,
los objetos fueron abriendose paso en el espacio
hasta llegar a la otra habitación. Los astros
que habitaban ese mismo espacio desaparecieron.
Las reliquias volvieron a adquirir existencia de
brujulas.

Desde que el leopardo cruzó la puerta, el hemisferio
que cubre esta casa dejó de pensar en los límites.
La naturaleza que lo contemplaba todo, pensó
en el sentido de esa contemplación cuando se duerme
y no hay goletas ni nombres rosados que cruzar
o soñar, no hay caminatas con cuestas ni erigires
o el sur de los filos con una cabellera que sigue 
oceanos emplumados de extrañas aristas como
los que poseen los filamentos.

Dioses de escamas en una de las mesas donde nace
un predicado de hierbas con el periodico mineral
de un escrutinio. Dioses que hablan de lenguajes
en el interior de la saliva acompañados de nombres
identicos a los que forman un dique en el instante
que sus ojos forman un reino disipandose entre 
las sombras de los muelles.

Luces y palabras de mar suspendidas en el pelo, desde
que un jaguar atravesó esta puerta hay meandros y
cirros, esquirlas que desprendense de una espoleta,
maniobras de gas en los rincones donde el aura ofrecía
un sitio profundo a las raices.

Partes de barro, colores en sueños que nos ciegan.

Y desde ese momento que el leopardo pasó a habitar
este lugar, el violín que sonaba en ella no es el mismo.

Ningun objeto entre la realidad puede imitar un rugido.










jueves, 15 de octubre de 2015

Estandartes





Adquiero una palabra.

He llegado a ella según el tratado de 
los trineos y equinoccios. 

Duermo en su corazón según los oficios
del ancla debajo de las superficies.

(Oficios submarinos, terrestre-religiosos)

Me presento ante el sol con
una ciudad terrorista de emblemas 
mientras el viento es cohesionado entre alas
como las de un minotauro cuando duerme; de
ello nunca ha de hablarnos una mitología.
Menos una mitología personal, esas que
son desesperadamente subjetivas.
Lo último es casi semejante a un manicomio.

Tomo una palabra.
Es el seudonimo del acento en una cuchara.
El idilio del tenedor en la mesa, el cuadro de un
mamifero tomando apuntes de su vida desde
las escaleras y los lances donde la 
escritura apunta al anda, al crucifijo, a la vereda
donde una bovedas anuncia las cupulas; alli
un gallinazo muestra aún la saliva
de dios en su frente.

Saliva con un diente y sólo una encia de color
amarillo.

Saliva que es casi un estandarte.

Allí el verde de la naturaleza vuelve a 
brotar en sus origenes.

Y en la metafisica salud de la noche vuelve a
saludar a los hombres.

Con ese material y fisico latido que ambos
conocemos hasta la saciedad de su pecho.










Metamorfosis






Después de esa escalada en las formas
cuando los vidrios despiertan banderas o
un jirón de agua se enlaza a una vereda 
donde un limón en el sueño recoge una batista
de cromo y de carbón en un seno.

Bajo los cascos que alguna vez igualan un
desordenado norte, lleno de puntos boreales
o quijadas cubiertas de sentinas persiguiendo
una coraza por la noche, un yelmo igual a
los que poseen los navíos por la brisa,
entre sudorosos vapores que también navegan.

Más allá de los cuadros y equipajes, sobre los
desembarcos ofreciendo la mitad de una hoja
adherida a un tallo o el secreto obelisco donde
posamos un mito rosado como la anatomia
entre rectilineas figuras de cromo.

Enre civilizaciones de bronce insinuadas por
el oceano y castillos de nieve donde un husar
tensa la noción del don y el talento junto a la
estrella incrustada en el rostro de una cebra.

En los idilios que son temporadas, en las
temporadas que vuelven desde una caverna
atesorando su himno oscuro lleno de semidioses
y escarchas de acido que se pierden entre los
astros mientras todo es manifestado por los
astros en una reliquia.

En una constelación que desesperadamente
abandona a los hombres por la noche.

Y el universo la deja vivir, sólo si llega a la 
metamorfosis del poema.





Efigies





Llegamos a la noche sin tener muy clara
una idea de la misma.

Inolvidable como la caida de un demonio.

Pero entonces preguntamos a aquel demonio.

Y la pregunta es: Cómo nos alejamos del poema.

Cúales son las cosas que debemos hacer para
que sólo camine entre nosotros, pero no 
se involucre en el texto.

Pero no tenemos respuestas.

Incluso en una de nuestras uñas florece un
barco.

Asi las palabras que fueron en busca
de tal ser adquieren mas de un significado.

Y la palabra adquiere el suyo.

Nace la definición de una mandibula.

Aquello que es legendario con su amor 
convertido en páramo, calza la especie.

Luego llegan las efigies.

Luego millones de relatos son una efigie.

Y todo lo vivido alejado de las palabras y 
los demonios,
se interna profundamente en el texto.

Tan profundamente.

Igual como lo hace un angel entre la 
realidad.





La Piedra





La piedra con algo en común con los árboles.
Llevando profundas estacas igual que los cipreces.
Equilibrando ciclos amarillos en sus ofertorios.
Tomando el nombre de los pergaminos en
una ciudad dorada.

La piedra de purpuras manufacturas.
Irreconocible como las cartas de las estampidas.
Atroz como una forma desparrandose entre
luces individuales.

Llena de inutiles verdores ahora.

La piedra devorada por las circunferencias
Occidental al agitar sus cabellos.
Con muchos vasos y tenedores.
Llena de inmensos y violentas faenas de tierra.

Entre pelos de agua y milimetros de libelulas.

Con proporciones en relación a la noche y algunas
torres acariciadas por lo grotezco. La piedra que el
sol de oriente apila en los jazmines.

Formando orillas cuando los interiores son de plastico.
Deteniendo esquinas en las paredes de una cronica.
Con estelas hidraulicas y aquellas escritas por
las amapolas en un río.

Diseñada por el eco de un espectro y diviendose
entre soledades maritimas.

La piedra del ancla o el acero; juglar de ningún
predicado en las ojivas.

La piedra del jaguar en una jungla con infinitas regiones
si medita. Las dimensiones en ella con otras mareas.

Perteneciente a la sensibilidad como un auto y las cifras
absolutas de un auto de goma.

Poseida por un mago de vidrio en el instante de definir
el hollín y el helio.

La piedra.

Llena en este momento ante el mar, de misticos leones.




miércoles, 14 de octubre de 2015

Jiròn de Sed







Manantiales de prismas.
Los angeles sobrevuelan las bovedas y una
manifestaciòn de estrellas borda el hemisferio.

Lenguajes de grietas donde la piel se agrupa
formando un cuerpo, conjuntos de sueños que unense
para crear la noche en esta brisa que el invierno
roza al lado de la yesca.

Frutos de anguilas sobre una visiòn en el agua.
Palcos de fiebre donde una vaina despierta junto al
grillo.

Orquideas y oboes son la señal de un universo
desconocido.

Ramas amarillas sobre un tratado de verde
con los cuales volvemos a imaginar este dìa, este soplo
de màstiles lleno de aletas, este silencio de una cadena apartado
en una construcciòn por un friso.

Surge una jabalina como un extraño jinete de granito.
Grises mechas.

Siluetas de espinas en un oceano espumoso, el tren sobra la
edad de la lluvia, el himno de una azotea es un
recorrido de templos encorvandose en un pergamino.

Quietud de una tarde que medita en sus colores antes
de convertirse en crepùsculo.

La migaja sobre la luna es nuevamente un simio.

El aliento sobre la tierra, un desmayo.

El jiròn de sed entre los zoologicos es una palabra compuesta
por equilibrios.

Ese mar de toda escena deja de ser nuestro por un momento
trayendo rutas supersticiosas. 

Pensamientos de ruinas.

Algunos recogen de su sueño sòlo una quimera.

Algunos trazan el sueldo del latigo, de una flor en el metal
llevando una conciencia de truenos que despierta en
los parpados.

Yo volteo buscandote ahora que eres un vortice.

Y desde tu nihilismo se derraman los mares.







El Izar del Muerdago





Soledad de algunas esquinas iguales a heraldos.
Nuestros pasos en ella semejantes a otros.
Ahora setiembre posa un color de enigma
en ellos; la época que se iza nos busca
en los muerdagos.

Extraños los árboles que no nos pertenecen.

Silenciosos los pasos del abismo donde
hallamos un ancla llena de ejes y rastreamos
el sol a través de una campana negra.

Inviernos que languidos forman una escultura
entre granizos de porcelana,
enigmaticos paisajes que traen el calor de una
flor en los dientes.

Nace el fosforo sobre el pavimento.
La hipotesis del mar en la albufera cobra mas
fuerza, ahora que los acantilados se pudren.
Pero igualmente, desconocemos.

-desconocer es la longitud y latitud de todo lo
que hacemos, también es el verbo-

Espíritus de bronce junto a una columna
despliegan la exacta velocidad del espacio.

Historias como el agua y el ayuno regresan al
extasis.

Jardines de plomo recorren debajo de las superficies
con su olor a rayo.

Se desnudan los ángulos en las improntas.

Esa misma desnudez sube a la forma acompañada
de muestrarios; todos son de barro.

Mastodontes como el papel y la reliquia
recorren silenciosas ventanas
donde una cortina ondula su textura hasta
crear un pliegue.

Es lejano nuevamente el movimiento.

El tono de la apariencia junto a un caño; el lampo
perpetuado en alguna aparición.

Solitarios nichos junto al mastil donde un hombre 
vive ocupado con alguna palabra.

Día de esquirlas en una parádoja.

Plantaciones de espuma en el aliento; cada una 
formada por paises en la garganta.

Raices de plataformas e iridios.

Páginas de barro como un obelisco donde sólo
sólo su sombra vuelve a los contenidos del mar con
un finisimo hilo; el mismo es liquido.

Diminuta ceremonia frente al mar que desde la razón
nos lo devuelve.

Y algo silencioso como la vida en nuestro espíritu 
lo sella.








Poema





Pienso en la simpleza de este pulso.
En las ciudades al vibrar.
En los relojes que llevan un significado.
En el ion y las telecomunicaciones.

Pienso en todo aquello que es tocado junto a
los embalses. En una mañana, en una moneda, en
el tiritar del plastico que dormía en uno de mis
sueños; el de la realidad terminaba bajo una
abstracción debajo de una colmena, entre
centenares de abejas.

Busco un camino. El espacio para la estela y el
mito. Venero una horda de carne abrazada a un 
murcielago o una pieza de luz en el aire
dilatada por el calor más intenso de modo que 
podamos hablar de temperatura.

Reflexiono antes que una vereda digiera el
nombre en un alambre y ese hierro del que está
compuesta haya dejado la simetría, por el universo
de las puas, esa es una forma también en que
nacen las heridas.

Lo sabe el topo.
El espacio del ornitorrinco y la plaza llena de
astas.

Lo conoce con exactitud aquello que hoy humedece 
la arena, de modo que nuestros pasos queden
adheridos a ella.

Y nunca logremos llegar a la playa.




La Humareda en la Boca





Caminè hacia la tarde con una humareda en la boca.

La humareda provenìa de una chimenea
donde escrutabamos civiles.

Habían notas de estrepito y temporadas de sueño.
Dialógicos puertos de arroz.
Pieles de zocalos.

Caminè al nubarròn con un paìs de agua en el humero.
Esperando las raices que religan el despertar
de un huerto en el primer vuelo del alba.

Ese vuelo que no pertenece a los pájaros.

Trasladé mi pasos a un mundo que tal vez nunca es
conjugado en nuestras vidas.

Que sólo pertenece a una linterna o el dialogo de
una mariposa al deshacerse.

Aguardè un cuerpo en los circulos.
Uno lleno de lamparas y abundantes reflejos como los
que suspende por la noche una libelula.

Todos eran amarillos.

Todos guardaban un edificio en las uñas.

Palidos como el profundo color del resplandor .

Yo estaba solo con mi humareda y caminaba con ella.

Se había apostado en la boca.

Si lo hubiera hecho en el sueño.

Tal vez hubiera podido despertar.



 

Mirada






Creo en esta ciudad.
En sus nociones hasta llegar a la concepciòn de lo fisico.
En sus materiales -por lo general- de matices celestes.
En la emociòn de los papiros sobre sus citaras.
En los solidos al emparentarse.
En los castillos sin sombra.
Tambièn creo en una especie de astrofisica.
En los vaticinios de una astromelia junto al piano.
En la sensibilidad de la liebre en las esferas del himen.

Creo en sus cabellos. 
Son los mismos que escriben en una plaza al renacer
o descuelgan espejos de los bolidos.
Son aquellos que descifran lo milenario en una bengala
cuando duermen los relampagos.
Aquellos que ligan armaduras de polen en casos
de plateadas arquidiocesis. Esos que eligen
cervicales entre los virreyes.

Son adioses se dice.
Bajorrelieves de espuma en las curvas.
Centimetros de oxigeno en una herradura.

Mitades de un sueño conquistado por las hojas.
Por el aroma rojo de una entraña aùn dinastica.
Por el desierto donde mora una cota.

Creo en los cascos.
En las insignias de una huella en el bronce.
En las capitales donde los jinetes desatan el mastil
invisible de la popa.

Creo en eso tan cotidiano que existe en la luz.
En los millones de habitos en las palabras cuando clasifican
los paramos y uno de ellos cubre una purpura 
nociòn escindida en el velo.

En los barcos.
En el significado de una ruina y la expresiòn de
la escarcha mientras representa la secuencia de un dinosaurio
que bebe de la lluvia.

Secuencia por lo demas gelatinosa.

Llena de telescopios como el corazòn de aquellos que intentan
mirar en el amanecer hacia el cielo.

Y sòlo un astro puede sostener y devolverles la mirada.








martes, 13 de octubre de 2015

La Hoja Despierta






La hoja despierta.
Intento pronunciarlo desde mi higado.
Desde alguno de mis pulmones. Desde este cielo
de cartòn con muchos adjetivos que empiezan a ser
estilizados entre los demonios.

Pero quièn soy para decirlo, incluso quièn soy
para escribir o revelar una noche en que todo sucede
de manera amarilla como en otoño y las pustulas del agua
se llenan de aceite y nucleos igual que un abril maritimo
emparentado a las bovedas y plasmas.

Quièn soy pregunto. Tal vez precisamente ese que pregunta 
al follaje y se detiene impavido ante la suerte de un caracol en
los ojos de un pàjaro, mientras algo de color azul indaga en
los overoles donde duerme y espera un cuchillo su funciòn 
entre las anclas.

La hoja despierta. Renace igual que lo inutil y lo absurdo.
Toma medidas del oceano ahora que las palabras vuelven a 
escupir y trajinar como un tropo. Uno metafisico si se
quiere, lleno de escafandras y telescopios de nieve.

Donde termina de desvanecerse aquel que soy.
Eso que ante los espejos sòlo se transforma en una pregunta.
Y en otra.