domingo, 31 de julio de 2016

Llegada Mitologica a las Imagenes






Hundiendose como una boca de platino cerca
de un silencio de hogueras.

En el equinoccio que llega desde una lampara
suspendida por latigos de vidrio en el
viento.

En los conjuntos satinados de iridio
y una razon en la imaginacion errante como 
un bucle.

O la apariencia donde los animales 
confunden sus reliquias entre inmensos
silogismos de madera.

Alada o sutil como el vuelo de una mariposa
en los venenos, cuando los colores anuncian
marchas de encantamiento
en el verbo y los colores de las utopias.

Como un nucleo donde la piedra y lo vertiginoso
son complices de los telescopios.

Y el rigor de la lluvia empieza a caer por la
tarde mostrando sus sotanos.

Y el rigor de un crepusculo en esa tarde 
empieza a colocar sus paradojas de luz en esos
sotanos.

Muy cerca de los dageurrotipos y los barcos
que son elevados a la copa de un cipres por las 
rafagas.

En las transfiguraciones.

En las reencarnaciones que pierden su pelo o 
su boca.

En los huesos descolgandose de la luna.

Entre la vida adherida a los opalos por donde
seguramente hallaras los pronombres de los vilos.

Hundiendose entre tropos con sonidos de
falanges y grevas incendiandose en el pelo hasta
la llegada de los mitos.

En la saliva de los antepasados pronunciando
los nombres del aerosol y uno que otro himno que
repta entre los horizontes.

En las nupcias remotas de los bosques
cuando los prados son unidos por fragmentos de
menguantes o partes de nieve llena de vocales
y dirigibles.

De espiritus que trafican con el transito de espejos
o criaturas de leche.

Bajo pleonasmos de un luz marron donde
nacen los heteronimos.

En la huella.
En el cuerpo que la dilata en su sombra.

Y en las partes donde el sol alcanza de noche la
orilla.

Mostrando un antilope.

Ofreciendo nada mas que iguanas.













sábado, 30 de julio de 2016

Las Ciudadelas de Los Prismas





Cualquier mañana tiene un tren.
La noticia del mar que llega a las veredas buscando
una aguja. La constelaciòn atravesando el color verde
de una amapola, junto a una circunferencia o un semirrelieve
grabado en las boinas.

Cualquier espejo, cualquier tigre o la memoria del vagòn
donde millones de rieles, cuelgan un vaticinio llegado de las fabricas, 
donde los numeros y las astillas se descuelgan entre cifras de
aletas, impulsadas hacia cartas que sòlo tienen existencia
en las mejillas, como a veces un prologo o una prenda
de aluminio, ensortijada por cruces y litros 
marrones.

Como en toda portada que atraviesa la noche,
cualquier mañana tambièn posee un piano, un nombre de dioses
colocados en los circulos de sus entrañas, un nombre de
capitulos en ellas con sueños irreconocibles,
donde la memoria alcanza a distinguir en las corolas
flautas y matices de iguanas,
pabellones de cera que igualmente toman
hemisferios abstractos de lo cetrino,
de eso que conceptualmente recoge las lamparas
de la lluvia, antes de la llegada de un eje o de un vilo
para convertirlo en madera.

Como en la flor que despega del hidrògeno para transformarse
en fuego y los manantiales de las fàbulas que proceden de 
barcos con un universo extraño de antimonio, escrito
antes de los acidos por los candelabros. Eran tiempos de escenas
y puestos de arena en la sangre alguien dirìa. Pero no.
Tan sòlo era una carta que se asomaba a los cisnes
con una diaria reencarnaciòn de un acento,
de un higo o el fervoroso testimonio del placton en los
objetos y los pabellones que llegaron
al acido con los siglos en las 
orillas.

Cualquier mañana tiene un tren.
Un dìa lògico entre las espadañas y espigas.
Tan lògico como una feromona rasgando el ciclo de
una imagen en el polen, llena de limbos o yescas que presionan
en las corolas, sus metamorfosis. Sus dìas de sol con un ancla.
Sus velos de iris entre ciudadelas de prismas.

Cualquier mañana tiene un tren.
Una casa de vidrio atrapada en las cortinas.
Un valle en celo que trepa por la locura tomando las
regiones de un proa o una rosa que 
desata peninsulas y hordas ante la llegada de sus
antepasados, creyendo asi reconocer la 
silueta del anhelido en las ramas
de un aneroide.

De un tramo de sueño que recoge el polen del
aliento.

O un tramo gris de selvas eligiendo de la materia 
los nombres transparentes de los cuerpos.

Entre manantiales de sueños y herraduras.






jueves, 28 de julio de 2016

La Ciudad en un Azul





Existe una ciudad de relojes al borde de la 
tarde. Una ciudad con ceremonias teñidas de verde.

En sus ventanas y puertas vagan los
sacrificios y las armonìas, tambièn los centros 
amarillos de un pendiente con su hilo en la proa de
la una mesa.

En sus cristales son conjurados los nùmeros
y los resortes. En sus calles las avispas interpretan
las escamas que devoran los sueños.

Invocaciones o historias en ella de 
platinos que sueñan. De tejidos que
aguardan narraciones de aletas.

Ciudad que creciò entre sortijas de mercurio.
Que hablò de las mejillas a las cosas y los objetos
arañando al mediodìa edificios de carne.

Una ciudad que toca las dunas en las plagas
de una efigie, ensortijada en una grieta
donde lo ùnico que cabe es una orilla de carbòn 
celeste.

Dormida en la experiencia de un titulo vacìo.
Anhelada en los crepùsculos por las caravanas 
en el cielo. Totalmente ignota entre sus
reencarnaciones.

Una ciudad que ha escrito de la noche
despuès que los circulos arrasaran los epiteleos
y las lluvias de metal en una supersticiòn donde
despertaban los espejismos.

Una que que despierta lejos de si misma
intentando saber que cosas escribe en la distancia
lo remoto.

-cosa una y otra vez inutil y sagrada-

Llena de objetos que despuès de haber sido
tocados por el azul, parecen màs azules. 




El Espejo de Goma





El dìa proviene de los porticos.
De un hombre que asciende al cielo con 
el humo.
De una mandibula tomando entre la brisa, cicatrices
de un lenguaje que tarde o temprano abandona
los gestos prodigiosos.

Y entre ruinas de enciclopedias 
y siluetas -semidormidos o extasiados-
los vorticen conducen un espejo esta mañana,
un pensamiento irracional dentro del agua relativo a
una hoja y en ella un plesiosaurio.

El dìa que ante la proximidad de un salario
ilumina rostros mayeuticos.
Que se alimenta de la realidad de modo que la
realidad quede intacta.
Que nunca pudo arrancar un objeto de la misma.
Pero en dìas como este piensa que la poesìa
tal vez pueda hacerlo. El dìa prolongandose entre
brillos de latidos ferroviarios
buscando rehenes de sal en la albumina.

Que proviene tambièn de una muralla.
De algo que parece llevar un trafico de astros
donde los jinetes son una y otra vez dorados.

Y en esta soledad de obus y madera.
En las bancas de los parques que alguna vez seràn 
irreales.
En los papiros de un limite silueteando los
ritos de una escena viajando entre corrientes.
En esta soledad que es de magnesio y sotano, donde
se forman nuevamente los racimos de un manantial, de
un archipielago, de un iman cubierto esta tarde
por el bronce y todo aquello que es ajena
a una piscina de mercurio.

Ese dìa que proviene de los adjetivos.
De esa soledad que el acido comparte con un muro
en mediodìas de albatroz y condiciones azules
para caminar sobre el oceano.

Ritualmente caminar en cada una de sus olas.

O adherirse como un espejo de goma.







Los Bozales de las Cosas




Hay cosas que llegan desde la lluvia.
Poseen bozales y culturas de iones.
Cosas iguales a una peninsula de madera.
A un espiral cuya definiciòn se encuentra
si es que llega a rotar en las entrañas.
Hay lunas que son metropolitanas y
cosmopolitas. Duermen en una
guitarra de abalorios.

Cosas donde la realidad vuelve a escribir 
en un dique. Cosas que son bolicheras 
o tendencias de brazaletes en 
un huerto, donde algunos
tallos inspiran sociedades de barro 
entre las hojas.

En los bozales donde el viento
escribe igual que una luna en un tropico
En un eco celeste.
En un palpitar de fronteras llenas de 
capitulos.

Son cosas alumbradas por truenos entre
rascacielos de nieve
donde el frìo madura con un ferrocarril en
su nuca y eso parece
la forma de una enigmatica ala en el vuelo,
anhelando papiros y paràdojas.

Parecen bolsas de plastico en la distancia
que toma una jabalina. Bolsas de brea
inundando enigmas.

Donde las grutas incendian un planeta.

Vestido en los menguantes por 
corolas.










miércoles, 27 de julio de 2016

Emanaciones





Tal vez en la circunferencia de una emanaciòn.
Tal vez en la iniciaciòn de los vilos y lo que es un eje
con pulso de meridiano con agujeros negros.

En la peregrinaciòn de las constelaciones hacia una
hoja que llega de otro parque -uno que jamàs conocerè-
y en el cual duermen por la tarde los frutos
con una media y un tambor escribiendo del plasma o
los nucleos, en la medida que el sueño es
el erotismo abandonado semejante a una uva,
pasando del lenguaje al vidrio,
del equipaje a la ciencia, del lampo al mar
y no sè que culturas de abecedarios, que crucifican
un cometa. No sè.

Como tampoco no sè el camino hacia los estandartes
guiado por fiebres y eventos de escalofrios,
sumandose a las lianas de los perdigones en las cosas,
en esas cosas intentando regresar a las selvas, 
buscando volver a las grevas donde dibujaban
sus solsticios las raices,
nada màs que para crear enigmas o velos
de extrañas narraciones.

Quizà en esos objetos que caen desde el devenir 
dirigiendose a los hilos y los estelas de una tienda donde
diariamente se escribe peaje en las columnas
o los travesaños donde el invierno
cuelga una araña
o el nombre de un sacrificio arrancado de las palabras
a las focas,
a los oraciones del telescopio que suele representar
casas de alambres,
bengalas que duermen entre los predicados y los
pelicanos de una grieta,
soñando en los prologos la idea màs liquida del hidrogeno,
la idea màs liquida de una vena, la que 
sòlo puede ser conjugada en el interior de un texto 
relevando perpetuamente una corola o una
manzana. Un gemido o un trineo
con asideros de gitanos.

O revelandose. La tarea de saber si es una revelaciòn
sigue siendo del nacar y los submarinos.

De la lucidez en una herradura.
De los monosilabos en una catapulta y los idearios de
las huellas en esa sintaxis que deja el hambre
al polen en dìas de mandibulas como las
que alimentan una saga y
un techo de galeones de una 
partitura o un camello, de una semblanza
o una estructura de laca
que vuelve a conmoverse, a ser de mandarinas o 
llevar el estribillo de una corola
descolgandose de una luz horizontal tejida en epocas
antediluvianas como las nervaduras, como
los pabellones, entre anfiteatros y ciclos.

Semejantes al trigo o el polen.

Igual a las pronunciaciones de los cefiros.

Confundiendose en los regueros de los leviathanes
y las hojas.


















Hemisferio de la Luna





Sobre la hoja o una herida, ambas alumbradas
en los àrboles. Sobre la cortina o la mancha
que enumera las citaras, las cartas de
los aeroplanos a la vez que 
una noche
desciende entre los faros del lirio con una
orilla de aire, donde los pàjaros edifican una reliquia,
una brisa que se desprende de las alas
creando una extraña corriente,
una forma de experiencia que contempla un astro 
a lo lejos
extasiado por millones de botones.

En esa experiencia que se basa en astros para ser
amarilla o es una forma de
conversiòn que amaga hacia los planos donde una
y otra superficie convierten en màs gris 
este invierno
lleno de corolas y prolongaciones que elevanse al
misterio 
con un atomo pequeño.

En ese atomo o los fuselajes de la cera.
En ese atomo con su celula entre conjuntos de hienas.
En ese atomo con su celula llevando apariencias de mutismos
y el sol riela en los vagones con su
rostro cosmopolita
inventando un miedo sideral a los centauros
a las casas microscopicas donde se alza en sueño un duelo
o un miocardio, un plasma lleno de ventanas
y deteriores con matices idiomaticos
como ese que desprende el lenguaje cuando escribe
un poema.

Sobre la hoja o una herida, justo en el momento de las
alabardas y cisnes. Entre la curva y el ovalo donde las ecos
se hallan entre formulas o penumbras
disputando colisiones
o regueros
flautas de papel en una distancia ojerosa, con hogueras 
y ritos semejantes a los que vagan entre la
sombra de los caracoles, cuando
aùn no escuchamos
aquello llamado percusiòn o cine
en los ficus
y buscamos la deriva en el sol o los prototipos
que aùn arroja a la espuma una qumera con su aura
de prologos y daguerrotipos que
desde su inercia son
todavìa azules.

Igual que los hemisferios al besar una luna
por la noche
o las conquistas del barro en el deseo de un tatuaje.








martes, 26 de julio de 2016

Poema






Algo que es màs azul cuando se descuelgan las hojas.
Vestido de mercurio o iridiscencia. Algo en este dìa
donde escriben los pasos o los instantes cercanos
al mar y las cabelleras rosadas, con testimonios y
encantamientos que tocan una grieta o abren la
intensidad de una lejanìa tomando en las pupilas 
eventos de ruinas y peciolos. Algo como el navìo
que tenìa un amuleto, un patio herido por la luz
y en los crepùsculos la edad del bronce, entre
los asteriscos y hierros. Algo con jarcias y olas
llenas de jinetes. Con pupitres y algas sumidas 
entre resplandores de barro, aleteando en una
historia que es de huertos o llegadas al oceano
con una palabra errante, donde alcanzar el 
silencio significaban un precipicio, un arete de 
goma. Una estilizaciòn de la nada con ondulaciones
de escamas entre los pabellones de las voces.

-las voces provenìan de los seres-

Algo convertido en el aire por una galerìa de
martillos. Igual a los triàngulos de hilos que el
sol deja en el viento, como una forma de esperar
una orilla o una distancia que sea amarilla o
dilate para siempre, junto a un intersticio. En
una legaña, en el resplandor donde empieza un
rìo y la tempestad en èl nos habla de estelas,
de manantiales que fueron profundos cuando
recogieron de una mesa, los protocolos o la 
hierba del horizonte. Una hierba que parecìa
una plaga, pero no, sòlo era la cavidad del 
presente, la delgada melodìa de una profecìa
en un cuerpo, dorado por los manantiales de
una encrucijada violeta y purpuras.

Igual que aquello que corre por las venas.






Existencia de Crotalos




Una casa es la hoja.
Una casa es la hoja y en ella las reencarnaciones.
La latitud de un foco en una de sus cenizas.
La brisa abriendose paso entre sus manantiales.
El latido de fotosintesis en aquella hoja
para poder ver el sueño o la escritura
de las palabras.

Asi un idioma vuelve y hay porticos de iridio
en una ventana, donde las lamparas son de hollìn
con azulejos o existe algo lejano en las sillas,
con capitulos de auras y velos de luz
que derivan a las astas.

Una casa es de plastico.
De radas y boyas con un pliegue lleno
de amatistas o escaleras completando los
ejes de la lluvia en una manzana, Completando
los ejes de los poliedros en una
camisa.

Una casa que es de nieve.
De fractales y nucleos que siguen al granizo.
Entre primitivas estelas reconocen la brisa de un
espectro: eliptico y lacteo en sus maderas. En
su botòn adherido a una campana.

Una casa que es el dormitorio de una imagen.
El testimonio del vaticinio en los ojos, cuando los
equilateros y tenedores poseen metamorfosis
un poco semejantes a las crines.

Acaso sea una forma de latigo por definiciòn.
Acaso una pericia de limites entre diagnosticos de aletas
flotando en las iniciaciones del genesis.

Incluso el caracol detràs de los periodicos. La arena
ademàs que llega a los brocales, igual que
un diamante circulando en los espirales de la sangre
lleno de extraños epiteleos.

Una casa es el principio de un dragòn.
El tambor que desfigura la lluvia en las esquinas.
La percusiòn del universo cuando forma la espesura
del nervio en una apariencia, con performance 
de relampago,
abrazando en el musgo un escalpelo.

O una narraciòn semejante a humaredas de
astromelias.

Despidiendose de lagunas donde su existencia
era de crotalos.





Eslabones de Aire





Comprendì que estaba relacionado con las
humaredas. Que los ambitos eran reciprocos 
si son aquietados por los astros
y la hegemonia del oceano buscaba profecìas
entre ballenas con frutos
de liebres y asfalto.

Que lo maravilloso era una luz tragica
con eslabones de aire extraidas de los vilos,
de las carreteras que nacen del bronce o culminan
la obra de un reflejo con miscelaneas de 
adobe o morgues llenas
de carne 
y espolones.

Creì en las estampidas, en los fondos donde el 
coral escribe la leyenda de incognitos arrecifes
arrastrados por el pelo.

Que las cupulas tenìan un acento diferente al color
de una sintesis y las cualidades del ser en una mesa derivaban
del agua. Comprendì que los adjetivos eran la cita
marròn de un pleonasmo besando una piscina
por la noche
cuando los pabellones arrancan la sed a
los epitafios.

Me detuve en ellos como si llevaba una sinagoga
en el cuello o un rehen estuviera hecho de ejes entre
distantes epopeyas.

Me detuve extrañamente procolabico
en un informe de nieve que es rasgado de los periscopios.

Por las colinas de azufre donde
el viento anhela o toca sus primeras epifanìas.

Aquellas que se convierten en sonidos
para tocar el espacio.






lunes, 25 de julio de 2016

Idiosincracias




Hay cosas incomprensibles. Esta mañana por 
ejemplo. La exactitud de sus esquirlas en uno de sus atlas.
Sus miramientos. El hueso colgado en el higo y el 
aeroplano amarillo al lado, muy cerca del oido donde
la sensibilidad elige un hilo.

Pero esta mañana al ser incomprensible ya es algo.
Algo inundado de botas, digamos.
Algo con borceguìes y frascos que se dirigen sin naves
a los astros.

Hay cosas incomprensibles, es por eso que tenemos legañas
o uno de mis gatos es violeta, como la serpiente o el cine
lleno de hallazgos donde la soledad se multiplica
igual a un vientre de arena en los palacios. 

No por incomprensibles semejantes a las torres.
No por incomprensibles, con inteligencias que llegan de las dunas
para marcar el probable brillo de una ojera.
De una muralla que es instintiva a plazos.
De una muralla con huelgas o gaviotas.
Siempre en una tela de seda con pelicanos, durmiendo en
los brazos del mundo llena de clarividencias
o amapolas.

Y gris tal amapola. 
Llena de calendarios en las palabras de los botes.
Cumpliendo entre los epicentros con una palabra que es meridional
hasta el pliegue -el ùnico- de una cadena.
Lucida a cierta hora en que el universo duerme en la marea.
Igual a una luz matrimonial o un espejo.
Igual a un juego de domino en los archipielagos de la luna.

Hay cosas incomprensibles.
Caminan por las calles con los elementos de una pieza
integral en un sofisma. Duermen entre analogìas de hambre
transportadas por muñecos. Elaboran la teorìa de
un mandamiento en una mañana de ferias
al filo de la borda.

A todo esto el barco escribe de sus marineros: son azules
y buscan a lo lejos una ballena. Un navìo semejante a alguno de
sus mastiles incluso en el instante de una mimesis.

De un jadeo.

De ese pulso en su vibrar donde emergen entre la espuma
las idiosicracias.

A todo esto el barco al mirarlas pronuncia que en una de
sus partes, las idiosincracias estàn hechas de sueño.

Y con todo su corazòn es arrojado hacia ellas.








El Paso a la Fogata





No era un puerto, no como uno dedicado a las gruas
o los talleres decimales en los dragaminas.
Tampoco el mar por màs que las olas colgaran de sus barcos
nudos de albumina.
Lo siento señor no era un muelle ni el drama de un
crater desesperadado de anilina.
No era un muelle y si tenìa el significado de un nombre
procedìa de las yescas y las huellas del papiro por la nieve
en inviernos de cigarras semejante a este.

No lo era, pero habìa màs de un telescopio para mirar a 
los gigantes y ver por televisiòn los vicios animados de los
gallos, alimentados por fervores que la humanidad
hizo descender a la màgia en dìas de 
recolectores.

-aùn veo los huesos representando el color de la nieve en
sus sienes-

No lo vì saltar a la flor o las uvas, no reparè en sus casas
segùn las radiografìas del corazòn en el otoño, cuando
todo es aterrador como una uva abominable o la
sensaciòn de un hipodromo que luce
un velero se pierde entre boinas de brea como las
que poseen el ozono o la energìa.

No esperè en sus puertas el origen de los ojos
ni en su pelo los mandamientos de la adrenalina iguales
a una identidad que lleva naranjas o puestos
de lucidas enfermedades entre
la trascendencia con un jardìn sòlo de buhos.

No señor, no era un camino de lechuzas ni besos con
la polvora por mas que se hable de radios y circunferencias.

No era un  puerto ni vi los camellos encerrados
en una partida de dados cuando las religiones asumìan
el peso de una barricada de leche y los mentones
respiraban en una corola, basados
en otra arquitectura.

No, no era un puerto pero extrañamente goteaba y habìa
llegado al mediodìa con pupilas que borraban los 
mares.

Que creaban fronteras en los limites de la intuiciòn en
una madera.

En el momento preciso que esa intuiciòn daba paso
a una fogata.









El Sol de Plasma




Amarillo y riguroso, asi era el sueño.
Un pàjaro que en una de sus alas creaba
funerales.
Un ave que enterraba sus huesos para 
que jamàs pudieran encontrar el aire.

Lleno de ciudades pero no por ello con
ventanas y treboles, sòlo habìa una puerta 
con sienes viscosas, herencia de sus
antepasados.

Amarillo, oprimiendose entre voragines de
extrañas distancias.

-las distancias son extrañas cuando no son
de opalo-
-las distancias son objeto de conocimiento
dormido en los antilopes-

Oprimièndose entre ladinas terrazas, donde
el musgo corea el nombre de los platanos.

Celestes algunos como uno de sus tropos o
en uno de sus movimientos, iluminado
por crateres de jubilo, por mandamientos
que aùn recogen cachorros de vidrio entre
envolturas de aluminio.

Extraño, igual a la greva incrustada en el
tiempo cuando las sonatas invaden el ruido 
tocando la percepciòn de una carabina, ataviada
de bahìas y cenizas que por la noche
envuelven gritos.

Las humaredas que son de cactus.
Los peciolos que son azules porque el cielo
pensò alguna vez en otra lògica como lo celeste
y eso cautivo, igual a un aguila acompañò
su sueño a travès de los oboes y 
las arpas.

Las arpas de papel constituyendo el dìa.
Las esferas que duermen en un continente del cual
se tienen noticias de prolipopileno, caligrafìas de rìos
y atentados.

Marchas de grasa cualculando el aceite
en alguno de sus frisos, en el aliento donde nacen
los escarabajos con su arcano sol de plasma
o su arqueologìa dedicada a los buzos.

Bajo un hemisferio infinito que es de teas.







domingo, 24 de julio de 2016

Angeles Nihilistas






La noche es de trenes. El día como un maxilar
dentro de la lluvia, con una conciencia de aspas
antes de sumarse a la vida del molino.

Con temperaturas de robles y tatuajes en una
forma construida por mitografías bajo
coros de angeles nihilistas.

La noche, seguramente uno de sus opalos. Quizá
alguna de sus estrellas con un sedimento en sus
exhalos durante finales de nieve. De pensamientos,
del algodones y gomas.

Y en las esquinas donde se inspiran relieves
alguna quiromancia de semidioses empujando 
morgues hacía el granizo, donde los vacíos 
encadenados a un gris y al eco -sólo el eco- de los
vaticinios, impregnan de satelites una alambrada.

Un poema lo es. Un poema siempre encerrado
en la obra del presagio, con leyes espirituales 
despertando en lo sobrenatural y las cabezas de
los ríos.

La noche de trenes porque seguramente nunca
será de oidos ni timpanos y recorrerá los cadaveres
de una estela en la resaca, cuando los silencios
muerden igual que los petalos la carne, entre
desiertos con olor a amapolas.

Y los girasoles? 
En dónde los jardines que los llevaron junto a
hechos y astromelias, esparcidas en la mesa con
algo que no aspiró a lo legendario del bronce, 
solo contemplaba.

Y sé que de aquí a la contemplación hay un nido
hecho de antorchas. Sé que los murcielagos no son
obra de los anillos ni el espacio abandona al 
tiempo en la hora de los gritos y aceitunas.

Y los preludios? El universo que no pertenecía
a lo racional elevando funciones y temporadas de
latigos en el rostro azul de un bozal con
nidos y ejes magneticos.

Buscando imanes entre los heliotropos.

Después de haber arrancado la palabra de la
lluvia.

Y escencialmente del verso.







El Purpura de las Sienes





Cuando camino a un puerto las cosas
son azules. Veneradas por un ala que desgarra
el hemisferio.

Los puntos en el mismo, son boreales como 
una daga donde los jardines se estremecen igual
que una palabra en los labios en el instante
de la pronunciación.

Y la intensidad 
-ese desesperado murmullo de humo-
pasea por un purpura de vacilantes sienes.

Cuando llego a un puerto hay paraguas
abandonados por los mitos. Rituales que los
sacerdotes agitaron entre otras profecías.
Entre los manantiales de una cresta, digamos.

Son manantiales no tan ceñidos al verbo, detrás
de la luna parecen acertijos y bajorrelieves.

Y es que en un puerto la llegada de un hombre
se desvanece para convertirse en madera.
En perdigón.
En frasco donde empieza la vida de las avalanchas
y las cenizas
ambas sujeta por la tarde en un eje de magnesio.
De recorridos que recogen del agua semidioses
y los transforman en ciencias o semidioses,
en heliotropo o xilema
en coloso que se halla por primera vez ante los
aerosoles y en lugar de conducirlos
a los pulmones.

En lugar de ello.

Los digiere.




A la Larga un Oceano





A la larga es el oceano. 
Por màs que otras cosas traigan las aguas.
Puedo oirlo desde algùn desierto. Pero sè que es
el mar. En sus habitaciones duerme la pericia
de un sol de manzanas. Fue el residente
de antiguas colmenas donde la adrenalina
era el rigor o la miscelanea 
entera de una calle.

Supuso la desvanecencia y el principio de
los crateres en los travesaños, cuando una logia
es inundada de puertos. Intuyò los muelles
en un hilo de ozono. Contruyò patios 
de yodo en los pesebres. Abrazò
un invierno de bronce desde las escaleras
prolongandose 
como la percusiòn de una flauta entre
la incandescencia.

Sè que a la larga es el mar. No es una fàbula.
Es un corriente muy ligera en todas las
estaciones. Es el pelo de la tierra 
junto a un patrimonio. El horizonte de hierba
entre los solsticios que descansan o velan.
Lleno de clepsidras segùn los finales de las 
superficies donde escriben alabardas.

Un mar que se extingue en los bucles. Que
sonrìe igual que la hojarasca en los nombres
boreales de una cadena. Un mar de ninguna
hegemonia, donde las grietas emergen
igual que el sonido en las palabras.

Con sus oboes de lluvia en la arena.
Con esa misma arena desnuda entre las
perspectivas donde un eclipse
perpetuamente eleva
una de sus crines
adormecida por la plastilina.

El mar con su cielo de bancales.
Cortando las esferas de una bujia.
Lleno de arpones y laminas en sus apendices.
Lleno de vaticinios en sus perihelios, en 
sus cartas de arroz.

En sus mundos tan secretos de aceite.








sábado, 23 de julio de 2016

Generalmente una Araña





No siempre es un elixir. A veces lo es.

Generalmente es un continente encerrado
en la playa por un termino o un frasco que se dirige
a las crestas.

Generalmente intenta llegar a una araña y los
periodicos nublados en ella. Una araña desde la cual
se borda un prismatico lleno de aniversarios.

Otras veces es nada màs que un metabolismo.

Lleno de barricadas y galerìas de cirros.
Con acentos de veleros y monitores que giran a un
faro.

Con protestas y marginales enredaderas en 
un astro. O una fiebre endurecida entre
pliegues de serpentinas y vacìos.

No siempre. Pero en ocasiones es extraño
saltar al granizo con una piràmide roja y tejer en una
garua llena de perimetros.

Y tambièn es ovalado como una criatura que se 
desgasta en la linea, al crear un circulo
junto a un unicornio o brotar desde la busqueda
de un simulacro es tocar magicamente una penumbra.

Y aunque no tenga que ver con las entrañas
las venas toman lenguas de sueños en los megàfonos
y los sujetos del vilo y de la cera.

Semejante a las urnas de los dormitorios
donde un portal es diseminado por un idioma de
tropicos.

O una bahìa recoge el diario himno de una planta
en las abalorios de sus grevas.

No siempre es un elixir. Tampoco el estro
que en las cortinas enciende la soledad de un
diagrama ebrio de espectros.

Lamparas que llevan un cuaderno de ligas.
Lamparas que muestran a la oscuridad el camino
de la luz en el lomo del jaguar. 
A travès de ellas el mandamiento y una ley de
conjuntos de una logia.
En ellas los leviathanes y formas con que un diluvio
deja sus feromonas entre rascacielos donde
duerme un higo.
En ellas la bota celeste de un prototipo de selva
errante en una ciudad.
Lamparas que buscan entre la humedad y los oxidos
de las uñas.

Y conocen perfectamente que objetos pueden ser
un elixir.

Y aquellos que profundamente no lo son.













Llegada al Sodio





Serà una especie de hoja, De monopolio con àngulos
en el sur y encrucijadas que llevan enunciados de
plasmas.

Serà como una forma de continente al cual arrojas
las estrellas y ese camino semejante en los rostros
de los druidas a un reflejo.

Allì inventaràs una luz ciega para apilar en las palabras
aquellas que el verbo convierte por la tarde
en dirigible. Miraràs a los troncos en su huida al 
oxigeno siempre desde lo remoto.

Recorreràs al sol con el humo plateado de tus
sienes y lo reconoceràs por antiguas citas en los horizontes
de tus monarquìas. Tendràs un reino como los opalos
y las galletas.

Acariciaràs las escamas de iguanas y relojes en 
tus hemisferios. Para ese entonces tendràs millones de
ellos ahogandose entre podios.

Diràs algunas palabras a los sabuesos.

Serà como un candelabro que junta los abanicos por
la noche entre alrededores de gasas.

Entre funerales y huellas que buscan una raìz en
el hierro y en la cultura del bronce dormido en los acantilados.

Serà igual que una primavera de dinosaurios en que
amanecen en la hierba sin conquistas porque aùn son màs azules.

En una galerìa de abanicos conjuraràs cristales que llegan
de los citoplasmas y las ferias.

Serà una especie de cartòn donde los graficos 
recuerdan estelas con seres de cartulina en la nieve
pura y desalmada de la ira.

No tendràs que esperar a lo terrible porque ello siempre
llega, vestido de aluminio o frontera nos alcanza.

Concertaràs en los prismas citas con los vestibulos.
Un niño dirà que eras una nodriza buscando trigo en las cejas.
En los oceanos donde empiezan las pupilas con un tren que
ciertas mañanas fue indòmito. Igual a una cascara.

Seràs protagonista de la sal en las torres y veràs en una
de ellas las primaveras de tus amuletos.

Descubriràs nuevamente lo verosimil en una gaita.
En lo primordial colocaràs un patio.
Dormiràs segùn las coronas emplumadas de tu craneo.

Tropezaràs con los capitulos y los episodios de la luna
en tus mentones formaràn un estandarte.

Escribiràs un salmo en la rutina de los dioses
tomados de la idolatria por un gesto del lenguaje.

Arrastraràs ciudades alternativas.
Compuestos de hollìn en una intuiciòn.
Percibiràs gladiolos de brea.

Serà en una especie de hoja. En sus lineas y 
tulipanes habrà crecido un tiempo que era para
los termometros.

-incluso la orilla bendecida por el aceite-

Entre planos de fisicas plumas y aerosoles
donde lo abstracto convierte en inmenso meridiano
una migraciòn.

Un paraje lleno de aceitunas y baladas que
forzaron a los himnos de derrochar en la arena 
nada màs que adioses.

Serà en una especie de hoja con temporadas
de hipodromos.

Sè que seràs asi. Porque en ese entonces habrè
llegado al sodio.





























viernes, 22 de julio de 2016

Entre Misteriosas Palabras





Camina el universo. Lo hace entre 
misteriosas palabras. Alguna de ellas darà
origen al zinc y los presagios.

A los dìas del silencio y las grutas. A los
animales del soplo y la cadena. De las cebollas
y jarcias. Tambièn del zocalo del husar en
una mejilla. De los lenguajes que se
convierten en iridiscencias para
crear pasajes en la memoria.
En las piscinas con sueldo de pubertad
en sus tejidos en los cuales inspira la lluvia
dièresis o polietilenos.

De èl se desprende un hemisferio.
Una mariposa que antes del mar ya conocìa 
las algas. Los acorazados y los periscopios.
Las catalinas donde las bicicletas montaban
un puesto de higos. Las ciudades y las 
corolas de prensa descifrando el porvernir
de los mentones.

Su lenguaje creciò entre la intemperie.
Sus gritos de agua aguardaràn a las fiebres
entre hemiciclos, cuando la nuca se arroja
hasta un plano de naipes con acantilados
desatando boinas de un pliegue.

De todas sus huellas me parece que siempre
habrà una olvidada por los adioses.
Semidormida en los plasticos y las sagas del
infinito, tomarà las palabras regadas por
las marionetas.

Camina el universo porque nunca tuvo nada 
que decir. Igualmente sigue reventando casas
multitudinarias. Cabelleras empiricas y alguna
noche en las veredas donde se retrasan
los àrboles y coeficientes.

Un universo boreal y terrestre.
Antiguo por definiciòn de los molinos y las 
ideologìas azules, donde los seres aparecen y
desaparecen. Una ciencia del oceano por capitulos.
El evento del sol en un enagua de sidra.

Camina el universo. Es de dìa y al atardecer
tendrà màs de un planeta en su lengua, en los
carbones de su saliva donde la porcelana
hunde nervaduras de cuchillos y osos.

Animales que recorren bajo los menguantes 
balaustradas de solidos y polinomios.

Donde dialogan entre filos de viento las
axilas y los peces.













Mistico Caballo





Aqui una parte del oceano tiene la apariencia de una gota.
La lluvia la abisma a cada instante entre la realidad.
Otra se encuentra encerrada en el pelo como un mistico caballo.
Tambièn estàn los lenguajes con sedas marrones.
Los interiores de acuarios gestados por monitores.
La intuiciòn uniendose a lo verosimil y los candiles de bronce
que son llamaradas. Lo esoterico propalando mitos
de arroz y kerosene en una lanza de uva.
La tierra de la racionalidad donde brotan las
corazas hasta formar un nudo.
Las estelas con un bote lleno de adrenalinas y acidos.
La botella de arena y en sus reflejos las
antiguas miscelaneas de las constelaciones. El sol
atado a la fragilidad del peso de una hoja en la memoria.
El sol de plastilina y aneroides.
El sol plateado como la verdad en un himno o una
escarapela.

Aqui todo territorio del oceano es de espuma.
Lo demàs fue recorrido por civilizaciones de gestos
y cucharas.
Por el humo de una botella junto a sus encrucijadas.
Por los silencios que traen las quiromancias cuando se 
colocan en los arrecifes de la hierba.
Por el poema que no llegò a lo elemental, pero subiò por las
crestas de un forastero suspendido en una rada,
cuando los periodos son de sodio y pisadas de magnesio 
iguales a las que riegan otros atomos.
Todo crea una especie de ritual aquì antes de llegar a sus
epistemes de goma, donde las lamparas
dibujan vigilias y espejos, parpadeos de una 
colonia, dinastìas que muerden o escarban en 
los atolones, bajo campanarios de higos.

Y el hecho es que hay frecuencias de litros entre tenazas
de iridio. Valles de inteligencia iguales a una serpentina.
Hogueras que irradian borceguìes de hule.
Cruciales empuñaduras de azogue en el sonido que 
despierta una pantera. Un prologo de estacas.

Y el hecho es que algunas cosas llegan a un extraño
encantamiento entre los àrboles donde -igual que ayer-
cuaja un pubis.

Aquì una parte del oceano repetida por los magos.
Esos que se alimentan de naranjas y llevan la libertad
de los pitones. De las idolatrìas que enumeran crateres.
Que entonan entre prendas y fosiles la constituciòn
del yodo.

Y de los subtitulos de granizo detràs de los inviernos.










Temprano





Es temprano, me despierto y lo primero que 
hago es seguir a los cisnes que rodean un epicentro.

Es temprano, los dirigibles mezclan escarcha
en las figuras de los astronautas, llevan ademàs 
en sus rostros extraños elementos.

Enigmas de rojo siguen las auroras.

Los promontorios levitan  muy cerca de una
adolescencia donde nace un teatro.

Telescopios y animales dentro de una lluvia de
focas tensan la lògica de las supersticiones.

Abecedarios como el sol o la estètica pronuncian
su nombre de esta manera. Los titulos de 
los gallos alimentan el devenir de una mancha.

Vehiculos y troneras donde frecuenta el universo
los crateres de un parpado se dirigien a 
los tallos.

El peso de una costra en las alas anuncia los
verbos de una quimera.

Es temprano. Me siento buscando la escritura
en el interior de los manantiales.

Del himno lleno de brisas.

O los lagos donde la sed es un perpendicular
segada por un punto.

Por un patio de nieblas.

Donde emergen las escarchas.









jueves, 21 de julio de 2016

Ceremonia





La hoja toca un iris en los colosos
que la nieve desfigura en la arena.

Vilos y ejes donde las parsimonias
elevan un casco con similes de barro en
una de sus utopìas.

En la vereda de
la cual se separa un trazo
del nihilismo. Una fogata de la espuma.
Una referencia a lo particular
con verticales insomnios
en las vestes de
algo identico a lo que se supone agitado
en las cartas de una antorcha.
-casi purpura-
De una celula.
De un dìa de oxigeno contemplado por el mal.

Tridentes del sodio en un hilo
donde la memoria parte hacia los templos
del eter con un dragaminas.
Astas de sodio.

Cometas representando el corte de la albufera
en una pisada de yesca, cedida a los
destellos de fiebre en los troncos, hasta alcanzar
las cenizas.

Y en las calles las fragatas
con una bahìa azulada ebria de preludios,
de constelaciones donde calza el hidrogeno, la
extraña liebre en el caso de una acupuntura
buscando paràdojas de color
violeta en los craneos de 
las mismas.

La hoja toca un iris. 
En realidad parece el viento que empieza
a buscar civilizaciones.
En realidad es como nudo que se estrella
contra la brisa o un perfume
que agoniza
o sepulta resplandores en las alas de
esa ceremonia.

De una linea de fosforo en el pelo.

Con jaguares emplumados y todo 
aquello que pertenece a la luna.

Inundando por la noche de regueros
la espuma.











Poema





Està compuesto de barcos, entre las
primeras horas de las piràmides, cuando
las antorchas oprimen el corazòn de las
torres y las cavernas son universales como
una pupila.

Sin embargo hay una estrella que aterriza 
en las coronas, bajo avenidas colmadas
de gitanos.

Tambièn un prisma, ebrio de flancos y atalayas
que en las torres recogen un àrbol 
de apariencias.

Hecho de urnas, porque sòlo asi de noche
existen los heliotropos, acompañados de
caminatas profundamente tocadas 
por un velo, lleno de adioses.

De memorias olvidadas en una palabra
diseminada por las campanas de 
los abecedarios, por las uñas de la arena
o las arpas que llegan desde lo hialino.

Està compuesto de tronos, para ver a los
girasoles.

Lumen primordial de un continente
iluminado por un pensamiento de heridas
heterodoxas.

Està compuesto de barcos.

De diàlogos porque el universo se halla
en las sienes de las resacas.

Y el ùnico lugar a donde puede ir son
los oceanos.









miércoles, 20 de julio de 2016

El Plano en las Sienes





El plano alza alguna de sus sienes.
Se proyectan cosas de agua como lo inhospito.
En un velo los pulmones duermen igual que
las nubes sobre hemisferios edificados por
escamas. 

Platinos que fulgen en el tropo de una saeta
se encaminan a un trafico de cigarras y un poco
màs allà, los astros colocan sus palabras sobre
algo que tiene indicios de hierba. 

Los planetas recogen un dìa soleado de su memoria.
Uno sin habitantes ni hilos.
Lleno de avispas en uno de sus corchos.

La belleza une margenes donde la marea vuelve
al salitre con inasibles redadas de hollìn. La belleza 
-que no es de topacio al prolongarse- es sòlo una
esquina de langostas.

Tropicos de herraduras en un barco.
Estelas de sed en las mandibulas de un 
sotano con liquidas inquisiciones que
devanan o sueñan. Que indican al lenguaje el hecho
de una consistencia con resquicios
de panteras.

El plano despierta alguna de sus sienes.
En ella hay un parque donde los retratos del ambar
son cabelleres azules. En ella la ilusiòn de un metodo
conquistado por las ruinas y las bolicheras.

Y entre la existencia vuelven a conjuntos de sedimentos
los galgos.

Amparadas entre equilateros y monopolios donde
surgen las lanchas.






Construcciòn





Generalmente el invierno posee una lluvia.
Digo generalmente porque siempre hay màs de una.
Un compas y algo elèctrico en el interior de una
alambrada. De los colores
y del hambre del aceite, poseida -esta ùltima- por
versiones de prismas. Alguna vez
literarias.

Particularmente el invierno. Una de sus lluvias.
Alguno de sus buhos y como no un diario escrito
por limones. Por la cabeza de un tigre.
Por la metafisica en la anilina y los sistemas que
llevan al oxigeno las telas de un sudario, de un vilo,
de una manifestaciòn con industrias para
las reencarnaciones.

Himnos de gasas entre colores
donde las sacudidas brillan igual que las 
imagenes de los fanales.

Himnos donde llegan al ensueño las fabulas
y aquello que se escencia recorre los jardines
de un hombro allegado siempre a un 
telescopio.

A un cartel de jinetes.
A un vacìo de espuma donde asiste al 
silencio de la mirra y de los espolones, aquello
que a la deriva por el mundo, no deja de arrojar sus lianas.

Sus puestos de sol.
Sus puertos tambièn de sol. La consistencia del helio
junto a una enramada donde el bronce devuelve
un saludo de plastico y generalmente el invierno porque
tiene màs de una lluvia entre los elementos,
junto a una boina,
a un periscopio,
a un termometro empujado por la niebla en dìas
de origenes y desembarcos.

Donde la soledad de una palabra parece construir
la noche.











Crepùsculo de Racimos




Es un racimo.
Por lo pronto he tomado la uña.
El viraje junto al atolòn donde se desangra
una piràmide. El libro donde los castillos brotan
para los brazaletes desde un himno dormido
semejante a una boca.

A esa boca pertenecìan los labios y lo que
en ellos se formò sin necesidad de una palabra, un
exhalo por ejemplo tomando las riendas de un
jinete entre crotalos
rodeados por manchas de templos
y monasterios que encarnaban
en los pièlagos de sus atomos
algo tan susceptible y antiguo como lo humano.

A eso humano la miseria y el hambre.
Para eso humano los dìas del cartilago y del
epiteleo formando vaticinios en una avenida de tejidos
por donde la carne dejò de imitar a los huesos.
Dònde habrìan quedado los escalofrios?
Los panteones donde la fiebre inundaba
de goma sus casacas?

Por lo pronto un àrbol.
La espera del crepùsculo en èl.
La intensidad del frìo para poder ser representado
por los gatos durante la noche, cuando
buscan los tejados de un alambre o una gema, de
un autobus o un semaforo que duerma luego
de su agotador trajìn del dìa.

-en el amanecer hay semaforos que siguen despiertos-

Luego la brisa 
-emparentada con los disturbios y los desastres-
El racimo que no anhele lo maravilloso y pueda templarse
en la cicuta. 
Las prolongaciones y las citas con algo humedo en
el eter, donde sòlo el limbo y la yesca hunden la voluntad
de su fuerza hasta llegar al desamparo.
A la frontera donde empiezan los limites portadores de
sus cascos.
Esa frontera que desgasta collarines de sepia mientras 
la ira de una hoja se desgasta cuando tù cierras
los ojos.

Y en la duraciòn de ese cerrar de tus ojos, un brillo que
nunca veremos ofrece un destello en 
las murallas de un extraño y desgraciado cielo.






martes, 19 de julio de 2016

El Reflejo de los Muèrdagos





Creo que era un arquetipo.
Que se encontrò con el silencio porque
el silencio se dirigìa proverbialmente hacia las
cosas. Creo que sus colores se reencarnaban
en lo milenario a veces.

Como todas las cosas antiguas migrò
hacia los sacerdotes con una mirada de vidrio
y entre sus lupas
un pulso ensimismado en el agua
tomò la identidad del àrbol en una hoja, en
una constelaciòn donde empiezan las uvas.

Como los verbos confrontò sus palabras
en las oraciones de los rìos y dejò que
los velamenes 
tomaran circuitos de alambres en
las circuncisiones. Esas que meditan entre 
cuchillos y peces.

Quizà era una doctrina
que recogìa dimensiones de helio
y buscaba cabelleras de fosforescencia, para
dibujarlas, cabelleras agitadas por
una diagonal siempre.

Creo que era un arquetipo.
Creo que la arqueologìa tomò la parte extraña 
de sus sienes, convirtiendola en apendice
o lengua llena de lipidos.

O acaso se trataba de la noche, acribillada
por los cascos y reliquias que igual
a raices y profugos encadenaban un polo
del hemisferio, donde siempre parece 
extenderse un ala.

Y entonces los hechos de una luz. El brillo
en la varanda anunciando un universo
lleno de puertas.

Donde sus ojos despertaban entre crines
y sus jardìnes lo hacìan buscando entre reflejos
de muèrdagos
en las constelaciones.





Sobre lo Amarillo





Llegado el invierno las cosas parecen
meditar de manera amarilla.

-no sè si es lògico pero es proposicional
y en funciòn a la relatividad tiene una
araña-

De mi vida -ya que tal invierno medita
de manera amarilla- concluye veranos 
del mismo color.

Yo sè que hay veranos amarillos escondidos
en mis uñas.

Yo sè que hay bandadas que sòlo puede
traer el verano en mi cuello.

No sucede lo mismo con los seres que
-en este tiempo- se encuentran de manera
roja.

-esos encuentros a veces son irreconocibles-

Se concentran debajo de los àrboles y tejen
madejas de bronce para los pelicanos.

Todo es objetivo cuando llega el invierno,
incluso las nupcias brotando desde los
relojes tiene un punto en la fantasìa donde
se quiebra para que otras se reconozcan.
Todo se encuentra en su sitio. Los conceptos.
La naturaleza en dialogo con la realidad.

Sòlo los hombres siguen imaginando
con el pulso de una maldiciòn en su pecho.








El Siguiente Poema





Siempre un puerto.
Con el interior o el exterior de una bocina.
Con la lampara de agua huyendo del platino.
Con voces antiguas donde las escaramuzas son
iguales a simulacros y en las vertientes una orilla
alcanza la longitud del himen.
Del humo.
De la muralla donde parece que fueran ciertas
las distancias.
Los mundos donde se han citado desde lo milenario
los reflejos.
Las voces del ansia. Las voces de la sensualidad
si tù quieres, bajo una voluptuosa carta de
erotismo, donde cosas que no conozco
se citan.

En su interior un barco o màs de uno.
Una profecìa o un acrostico.
Un paraje de agua o un instante de luz con su
jardìn de loto, invadiendo los pròlogos
de un ambiente un tanto humano que es lo mismo que
sobrecogedor o lleno de martillos.
Lleno de escarpines y a lo lejos con una chimenea
con simplezas de rojo tanteadas por la nieve
o los conjuntos de rebaños propulsados en
el fondo por el instinto de una manada.
De un sol en la x.

Siempre un puerto.
No dejarà de serlo por haber vivido en èl como una
ciudad o un habitante.
No dejarà de musitar los detalles que poseen algunos
objetos luego de alinearse en lo terrestre.
No comulgarà con el agua y los santabarbaras
pero seguramente irà tras los navìos.
Tras los apendices que rapan sus cabezas.
O los tallos que llegan al encantamiento con un
escarabajo muy pequeño, diminuto.

Con el cual busco entre la oscuridad ese poco 
de luz que ilumine el siguiente poema.








lunes, 18 de julio de 2016

La Colección de un Jabalí




No sé porqué me convertí en un solido.
No tengo conciencia de sus uvas ni su lenguaje irracional
por la noche, cuando desesperado o extasiado
penetro en algún orden ritual que los
espejos han colocado en el aceite. En los muelles
a base de caracolas que introducen en un
faro millones de barcos.

No sé. No he llegado a la flor como lo hace la tarde.
Tampoco he arrancado los mástiles a los navíos
como efectivamente pueden hacerlo los osos.
Yo estoy enamorado -es cierto- pero no como los
amantes. Mi amor es extraño aún cuando reparte 
bolsas o intenta hallar en un cuello, la profecía 
que hace siglos fue empotrada por una quimera.

En relación a esa quimera hay una fragata.
En relación a esa quimera hay un astronauta con 
un determinado peso en el agua y una ruta de nervios
adivinando en las metamorfosis.

En relación a esa quimera inobjetablemente hay
un druida levitando o un pelicano.
Una más artistica ola donde el oxigeno busca
los espirales de un edificio.

No.
No tengo un solo baul para conquistar cometas.
No he metabolizado los himnos donde el desastre sucumbe
con las cosas junto a un candil que empieza a ser
devorado por la llama. Por una alambrada
en la cual los ponientes son agudos o me hallo frente
a la luz del racimo, allí una pose de salitre
es el nihilismo más frecuente con que
rodean las nucas
el eter centrifugo y científico 
del vació al llegar a una figura, mientras un
dije se quiebra en la velocidad de un 
jabalí
coleccionista de cometas.

Un jabalí que además colecciona espirales.
Portadas de musgo y calles llenas de portatropas 
y huelgas supendidas en los labios de los obreros
junto a prodigiosas palabras.

No sé porque me convertí en un solido.
En una superficie que en lugar de crear, se dedicaba
a especular en la orilla sobre las cupulas y las
bandadas. Sobre la memoria
violeta de un astro
donde el iris forma el manuscrito del murcielago.

Y entre otras cosas, se dice que vive entre
cuevas y galeones.


Lugar donde bajo los eclipses se dan cita
los misterios.







Panorama Interior de una Casa





No hay nada en esta casa.
Ninguna cosmogonía. Ni una sola antropología
con rostro de sol en sus heliotropos.
No hay una verja para descender hacia los hormigueros
tal como lo hacen los átomos
o las ruinas o las bengalas
que sueñan entre los
arquetipos.

No hay un arcipestre ni el rumor aristotelico de 
la luna con su rasgueo en el sueño, un sueño que seguramente
ha confundido con un velo a los primeros minaretes
que anuncian las sirtes.

No existen los eventos que el ozono digería de manera
maritima en sus rincones. Nada de los dirigibles
que desarrollaban el eco de la casualidad 
entre las jorobas de un camello. No se
encuentra ese camello ni la ambiguedad de un soplo
en las esquirlas donde la piel 
dejaba de ser el antepasado de los huesos.

Y los ángulos.
Los angulos que quemaban los uniformes entre 
amaneceres de vidrio, acompañados de brazaletes que
cierta lucidez ajustaba en los patios y en los
balcones con infinitas bolicheras de 
humo. Allí donde brotaron los pergaminos como
bocanadas de adioses en la intensidad
de una selva y un nomade
decidíendo el himno en la piel,
las cosas que parecían identicas a la tarde
pero sólo un instante. Las cosas
que llegaron al crepúsculo cantando en los
solsticios de una marea.

No se encuentra el eco.
El volumen del grito colgado por la arena en uno
de sus crimenes 
-todos amarillos o azules- 
No se encuentra el purpura del diamante encerrado
en el plastico con hogueras que
diseminaban los cultos del espejo junto a una horda.
Tampoco los crespones del reflejo en una proa
de carbones.
Ni los crateres.
Ni el sol que desprenden los imanes por la noche.

No hay nada en esta casa.
Sólo un parpado que da vueltas por su habitación
vacía con un solo pensamiento.

Y envuelto por los limites y abstracciones por
ello.






El Transito de los Objetos Personales





Ten el transito.
El mediodía y el semáforo.
Ten la arena de los adioses cuando
bajes por las escaleras del polen.
La imagen del diluvio en un predicado.
El cuerpo sobre el agua que se azula hasta desvanecerse.
Ten la propiedad y el hilo. El conjunto del oceano
en el pelo. Los caracteres del sol y el helio
que arrastraba por la mañana
un poema en tu casa.

Un aposento. Un aposento que disputarás a diario
con tu sombra y -de vez en cuando- con los pájaros de
nieve. Mira la orilla en su estado procolabico
cuando la muerte para ella es segura porque la lluvia
riega de amapolas que agonizan las ciudades,
en ellas el eco de las civilizaciones se
integra a un drama de trigo
que desciende automático entre pronombres de 
cenizas.

Ten también un árbol.
Dimensionado por la naturaleza en su momento de
agua y carabina. 
Extasiado sólo por entrañas que algun día en el
vuelo de otros dragaminas se convertirán
en poema.
Ten ese poema. Muestralo a tu interior. Búscalo
en tu individualidad para que la extensión de la noche
no sea más larga y el destino que hay en él deje
eso que en otros mareas fue llamado
por el humo, iridiscencia.

Ten un lado. Una laguna.
Un paso racional en el cosmetico.
En los personajes de arroz todavía mimetizandose
en las proas.
En los rieles donde el presente se une juntando
un prado, una zoología de bosque.
Una hiperbol según el ayuno de las coronas.
Ten.
Un angulo que sea todavía somático.
Una biología en la parte del pelo donde se agita
un jardín extraido de las astrologías.
Busca el puerto en él.
La parte de religión de su boca.
De su antropomorfismo donde aún de manera 
exotica, dibuja una araña el nombre en
esta tarde de los hemisferios.

Totalmente diferente al que verás mañana.




Seguramente






Seguramente llegarà al atardecer.
Tomarà un pico. Sumarà astrologìas en uno
de sus peines y escribirà sobre la matemàtica
por que en ella como en el lenguaje no
habla la soledad de fronteras. Y al 
parecer sòlo exista un infinito.

Aunque ese infinito sea un limite.

Y es probable que sus cosas despierten con
otra historia de elefantes. Que los mundos
sean explicados por una barricada de manera 
insòlita
y acerca del viento, la corriente
recoja un limòn
como lo hace un arco iris del cielo, hurtando
colores amarillos.

Amarillo semejante a los naipes.
A la solitaria grasa de los equinoccios.
de los residentes que enclavan sus dìas en una
melodìa, junto a la jarcia conquistada por
un asta de hierba y lo que
queda de una luz que 
es standar
dentro de las semillas donde vierte la oscuridad
un lamento de druidas que llega
de la sal como un acido continuo que despoja 
de nudos al aceite.

Probablemente de una colina
del tiempo que es denominado por un lampo,
por una tiza de tela por la cual algun amanecer
creciò el metabolismo de la brea, de los inmensos
dragones que sueñan entre voces de 
plastilina, llenos de dieresis y menguantes
como los que irisan un perihelio en
la sombra de una herradura.

Probablemente llegarà un atardecer.

Yo dejarè que arranque la hierba de las colisiones.

Ya habrè abandonado los naipes y los
espirales.

Ya habre reconocido las palabras que resucitan
en el fondo del agua.

Serà en un atardecer.

-el crepusculo encerrada en los manantiales 
lo dice-

Arrancando de la nieva el oxigeno y los iones.





La Lechuza de Madera





En realidad habìa una lechuza de madera
que cantaba en los collarines, igual 
que una bengala.

El dìa ensortijandose en las axilas de
un puma. El matiz alrededor de un nombre
escarlata.

Los himnos de una piscina donde vagamente
dirigìa el agua aquello llamado multiplicidad y
el grito de un devenir humedeciendose a 
lo lejos, no sè si en los cristales.

Extraños enigmas como los que sostienen el
horizonte y la ambigua brisa desatada por el
espìritu de un heliotropo en el angulo de
la hierba,

De las consignas que hay en una jardìn.
De las paredes con las cuales se edifica una
habitaciòn dormida en los artificios 
en las identidades de un halo
o aquello tan ferviente
-quizà lo màs azul-
dentro de un recorrido de panteras
asumiendo que el universo es la parte lunar
de algo màs infinito.

En realidad el objeto.
El nombre de la corriente en un verano de
astillas, cuando las espìnas concretan
en los yelmos homicidios de brillos
y entre las alcantarillas, una 
cuchara 
levanta los secretos del humo y del carbòn
dotados de insomnes arcipestres
en las ojivas.

Y entonces el paradero corta nuevamente 
una escencia. El transito de las uvas, es escencial
nuevamente para aquello que deja una
hipotesis de barro para los espectros.

Una en la cual sus huesos vuelven a convertirlo
en una sombra.

Tomando de la realidad una lechuza de
madera.









domingo, 17 de julio de 2016

Los Sargazos





Los sargazos son nombrados por ecos
industriales.
Por cabelleras que dejan de buscar la
luna, de manera siderurgica.
Por mágicos fervores y latas que se
deforman mediterraneas.

Poseen seres cotidianos que en ocasiones
adquieren iniciaciones de un velo.
Se estrellan contra el sol en un viraje que
siempre fue para veteranos
deletrando entre el fuego de los demonios
los prólogos de una gnosis.

Descubren primates en los vilos. Entre 
antiguas cualidades de ciencias en las
enramadas donde el pulso es empirico
como en alguna parte de la noche, el sueño.

Los sargazos proceden de cristales.
Píensan en el mundo a veces como una 
estrella dolorosa
dibujando en la mejilla de un niño un 
galeón
que en sus sienes evoluciona a la duda.

Se separa silenciosamente de los papiros
pero hay en ese silencio un rigor 
que es responsable de nuestros simulacros
y antepasados
de nuestros bosques de acido
de nuestros rascacielos cubiertos de 
simientes, de parpados o faroles donde se
agitan las gaviotas
con un pedazo de trigo en sus cadaveres.

Los sargazos queman vestibulos.
Preparan en la aurora las coordenadas
que despuntan hacia un otoño
de zocalos
donde las alambradas
acarician las cumbres de los semaforos
perdiendose en un no sé que movimiento
de neumaticos sobre los automoviles.

Sobre la hoja posterior a los husares.

Sobre el escarlata que sigue a veces el
rostro de un purpura bañado por la sangre.

Los sargazos son nombrados por 
serpentinas semejantes a los 
forenses litros encerrados en una marisma.

En los episodios de polen cuando las 
ciudades son de trigo.

Y algo lejano escribe sobre las 
constelaciones de la muselina.

De los paisajes envueltos por las crines
entre otros dirigibles.







sábado, 16 de julio de 2016

Visiòn de una Mariposa






Trascendental y frìo como un brazalete que
cuelga mitos en sus analogìas. Sedentario como un
velodromo lleno de azucar y nombres de polen.

Antiguo, igual a un sudario de bronce que imita a las
orillas de los aniversarios, con una veste naranja
llena de superlativas siluetas o neumaticos 
cubiertos en una hora imaginaria de lirios, en
el fondo profundamente dramàticos. Genealogicos
como un puesto de astros que muestran las calles
por las que cruzaron los guantes el invierno del
ala y de la fantasìa. El ruido de los escarabajos
en una lampara de barro, condicionada por los
abalorios de un tren con vagones impregnados
de rasgueos, de llamas y cobras que aùn por la 
tarde suponen himnos de escamas dormidas en
un huevo y los dinosaurios alados que sobrevuelan
los volcanes con escalofrìos que sòlo el sueño
puede tomar por la noche en los iris de los aspas.

Trascendental y mustio, lleno de origenes iguales
a los que tocan la madera. Igual a las melenas, a
las piedras donde los margenes son ofertorios y la
lluvia es un relieve automàtico, un himno todavia de
eter en una carta de anìs dirigièndonos a los
desengaños, al aura del todavìa y las orbitas, donde
lo secreto forma pañuelos por la noche que
la melodìa de la iridiscencia transforma en anfitriones.

Palabras de antarticas esferas donde los molinos
atraviesan el verso abandonado por los perdigones y
en secreto viajan a un desierto de huesos y manzanas.

A un desierto donde las abejas describen por la tarde
el viraje de miel en la acera, en las morgues donde
regresan acompañados de semàforos los capitulos, los
fragmentos de los cantos que son acuñados por la
experiencia en una rada, donde las metamorfosis hablan
de uvas o algo milenario encerrado en la espuma y
en las huellas de las coplas donde los objetos desvanecen
alguna de sus puertas.

Sòlo para que un lenguaje pueda cruzar, sòlo para que
esas silabas inmersas en territorios y regiones de 
gondolas dejen de decir de que lado del mar està
escondido el aceite y los uniformes largos de las dagas
que las ramas de los cipreces confunden con visiones
o circunferencias rodeadas de espesores, aquellos 
que oprimen siniestros espectros entre civilizaciones 
de hogueras.

Trascendental y frìo. Lleno de llamas.

Asi debe de ser para que poder observar una mariposa.













El Velo del Poligono





Indicios de aire deformandose entre la luz.
Perpetuandose a veces en un casco.
Segùn la paleontologìa, ensimismandose debajo
de la tierra y otros animales del lenguaje.

Referencias a un mundo donde las palabras aùn
duermen como si se recordaran en el sueñó igual que
reliquias o peces o una especie
de ambar que
imita de la noche un sujeto tacito 
representado por la transparencia y a
veces por el granito.

Por las distancias.
Por las voces de los parajes.
Entre los incendios donde uno de estos parajes
nos llama con una herradura en las manos.
Descubriendo insomne el latido que
respira en la saliva, como una
historia consagrada a los
velos de un
poligono
vagando en las dunas de la playa.

Pero tal poligono tiene una casa. Posee una hoja.
Camina en los amaneceres que mis ojos nunca veràn.
Tal poligono es inspirado por colmenas y nervaduras donde
el misterio pregunta y razona entre las
torres y los cubiertos,
en los niños hechos de agua y equlibrados por efigies
de cachorros
de medias lunas que se precipitan
sobre el oceano
con la lògica de los huertos cuando son cubiertos
por peciolos.

Y la mitologìa en ella con residencias de lumenes
y halos.

Llenos de habitantes y rascacielos gaseosos.





Las Superficies de los Repertorios





Todos los repertorios son superficies.
Tambièn poseen un lazo.
Una caravana de cables sin electricidad.
Un cometa transfigurado en los
àrboles de la memoria.

Se inclinan.
Besan una curva.
Vociferan entre redadas.
Derraman tornos sobre los paraderos.
Descubren heridas de estelas en los
semàforos.
Caminan entre lineas donde duermen
los naufragos.
Tienen himnos iguales a los dirigibles.
Entonan la parte azul en las siluetas que 
dejan los dirigibles. Esas que al llegar
se desvanecen sobre la tierra.

Los repertorios son superficies.
Abotonan los peces que llegan sudorosos
de una mañana en la cual no pudieron
abotonar sus camisas.

Se impregnan de reflejos o efigies.
Se impregnan de continentes o lunares
que semejantes a las lupas se juntaban en una
corola o el ambito de un espejismo.

Poseen sacudidas.
Candados de aire donde las tradiciones
despiertan igual que un vilo
llevando entre otras cosas la naturaleza
de un vidrio en sus costras, poseido
por un sol donde el ambar detiene
una cadena o el bozal se inclina
para besar un oido, dando forma a los frutos
en un bosque.
Tambièn en una pradera.

Empujada por los labios hacia millones
de estrellas evolucionan igual que
mitones.

Repertorios.
Mejillas transparentes 
de las superficies.
Presentaciones de misterio en las 
hojas.
En la naturaleza que intenta caracterizar 
la penumbra de una sombra.

Ambientada por hemisferios que llevan
un pergamino de acido.

Iluminandose en las agujas de 
desesperados eslabones.

Descolgandose por la noche

de lo inhospito.

























viernes, 15 de julio de 2016

El Corazòn del Atlas





La plazuela es un rostro.
Tambièn el caso del color purpura en una pupila.
El mareo y el eclipse de una bahìa antes de la
llegada de un barco, con daguerrotipos
atados al rastro del volcan que vira
a un universo donde escalan y rotan los
programas verticales de las cosas.

El papel de la hierba ante ello.
El papel de las emanaciones antes que aprenda
a dormir en el sueño aquella hierba.
Las arpas de los colosos como si fueran enjambres.
Las estaciones con adjetivos puestos en
un silo imaginado por perimetros.

Los prismas, los travesaños donde la intensidad
acaricia el vientre de la inocencia,
semejante a una habitaciòn cuyos
epicentros son centrales
y en relaciòn a sus nucleos, hay aproximaciones
con sistemas de peces.

Con relaciones de sal con el mundo.
Con las partes donde ese mundo se transforma 
en limbo y procolabismo
para edificar los horarios y las anclas.
Los nombres mas antiguos y secretos
en una coraza que defiende el 
tronco de mi aliento.
Del ser que habita mi vapor con una
cascara de arena.
Con un silencio casi industrial recorriendo
tambièn otras tijeras.
La casa con lenguajes de un ser en el mar.
Los vientos siderurgicos.

La plazuela es un rostro.
A ella he llegado guiado por los patios.
Por un dìa subjetivo en el alma. Por una conciencia
hecha de trigo y de escaleras en el agua
donde las performances
oprimen las  bujìas junto a una piscina
que lleva olimpicos y desesperados
idilios.

Igual que los camellos paseando por la 
lluvia.

Igual que el corazòn de ese atlas
sobre ellos.







El Polen de las Cosas






Recuerdo la playa como una ceniza.
La armonìa de la luz en un equilatero.
El viaje del futuro en la memoria.

Vuelvo a recoger las cenizas en esa playa
entre ligeras multitudes de ensueño
y de platino, donde a la larga
terminaron organizando los objetos
su encuentro con el alba
acompañados de cigarras.

Recuerdo a los mèdanos derritiendose
en una colonia. El albergue de sal en una 
morgue convocando de noche a los 
vagones.

Vuelvo a beber el polen en las cosas.
El significado de ese mismo polen en un perihelio.

Recuerdo aùn los abalorios. El silencio de
los pergaminos en las partes donde los hechos son
primitivos en las cosas.

Un demonio que se adapta a los cretaceos
y a todo lo que se convierte en oboe sabio y
antediluviano.

Veo el sol con inmensas cadenas hilando tramas
entre la indiferencia.
-si se quiere en el desprecio-
Inmensas cadenas que parecen tornasoles.
Momentos de simios y actividades freneticas como
la intensidad en un lumen que se precipita.

Acaricio los mentones de una selva
donde las celulas forman cavidades rosadas
que muy dificilmente llegarè a conocer.
-sòlo sè que existen-
Cavidades que se hallan entre los ecosistemas 
y los bozales.
En las democracias y las bolicheras
afines a aquello que puede denominarse como
astro porque vaga en el pubis de un cometa.

Recuerdo el fosil lamentable y terrestre como
una entraña.
Lamentable y terrestre igual a un tropico
recorriendo sus venas para soñarlo.

Y entre la percepciòn los volumenes marrones
del agua antes que los sedimentos
dibujaran la tierra, ebrios
de esos lenguajes colocados por los pumas
en una varanda.

Veo un sol de grillos.
Una hojarasca de leche donde el fuego se
convierte en vidrio.
La narraciòn del vidrio antes de caminar por
la lluvia.

Esa lluvia que inevitablemente irà por
las lenguas este invierno.

Este invierno fermentandose en una gota de
oxido en el interior de los espejos.

Donde vive un ùnico pàjaro.

Y una sola herida.







El Iris Sobrenatural






Es un puerto.
Fue suspendido en una historia de goma
llevada por los astros, en menguantes semejantes
a respuestas de llamaradas
en los respiros.

Respondiò a las civilizaciones del sueño
con una raìz empotrada en sus maderos, alentado
por estelas donde despertaban 
al oceano desde el bronce, esas pronunciaciones
que llevan sonidos de 
archipielagos.

Holgado en las sienes.
Cristalizandose siempre frente a un buho.
Compuesto de eventos como la sal en un parpadeo
o las herramientas que abandona el sol
en la arena, seguro de que serà
lo invisible quien ayunarà junto a ello. Seguro ademas
de los objetos que se arquean
en la plastilina del aire y las nervaduras son
acusticas cuando se unen al limòn o
entre desembocaduras de 
percusiones, nace una liana o un decreto.
Un derecho que no pertenece a nadie.

Es un puerto.
Hay posturas para animarlo.
Hay bestias constituidas por el verde
para colgar en uno de sus matices, simulacros.
Un lugar donde invernan para siempre los barcos.
El estilo de un jabalì plateado al llegar a la orilla.
Las silabas pertenecientes a una mejilla
antes de la llegada del trueno
cuando los murcielagos
vuelven a unir
sus acertijos para crear encrucijadas.

Un puerto.
Lo observo desde la quiromancia y a veces desde
lo sagrado.
He puesto este invierno en èl, con desenlaces
y cartas inasibles.
He imitado a los osos cuando tienen que asumir
entre la realidad los actos de la
esgrima. 

-esgrima que proviene de las epifanìas-

Contemporaneo igual que una cofradìa donde
los baules encienden una calle para los atomos.
Un lengauje de primates.
Una cebolla llena de apriorismos.

Y una astrologìa que llega de la experiencia posando
en lo sobrenatural el iris de sus ojos azules.