miércoles, 29 de junio de 2016

Retrato de una Imagen







Està compuesta de un reloj con una sacudida de hierba.
De un desierro con plasmas hechas de mandibulas.
De una brùjula quimerica entre los asteriscos y los 
jardines donde marchan a los horizontes los rehenes.

Se ciñe a los elementos con sustancias vacìas de caos
que sueña por lo general durante èpocas de elasticidad o
de vacìo.

Camina posesionada de ninguna luz de anilina
ni edipicas parsimonias con que retratan los cabellos, en
la sagrada angustia de las antonomias.

-transfiguradas en una mesa-

Observa perihelios con luminosas conciencias subliminales
de rasgueo, donde se baten talismanes con
procesiones de tallos o nervaduras que respiran dirigiendose
hacia los umbrales de un casco
amarrado a la sed o el pulmòn que separa
una boina del camino
para transformarla en herradura o un en enigmatico morral
de sirtes.

Totalmente cohesionada por las uvas de una plaza donde
las barajas del sol parecen abrir sus parpados ante la luna.

Abierta a los maleficios de un peine con una serpiente emplumada
frente a lo divino, enumera las procesiones de las venas antes de
llegar al progreso o quedar cautiva de esas tradiciones que
recogen de noche las amapolas de los parques
situadas màs allà de los mundos. 

Abierta a los periscopios
que deambulan con un perro y la saliva de la calle
o sus siluetas, termina de destruir los espejos
que quedaron como restos escarlatas
de los perdigones, asumiendo las solitarias rendijas de
pavimentos, donde las
mariposas crecen entre subsuelos e identidades magneticas
de polen.

Llevando oxigenos e higados hacia una gasa de marionetas
toma los naufragios y los rescates de un navìo que inclina su espìritu
hacia una alameda, donde los cauces del sueño muestran
una oraciòn pluricelular y deforme
bañada por el muelle o el helio de las primeras antorchas
donde estàn grabadas por lo general
las metaforas y las algas de
las percusiones.

Està compuesta de barcos, que llevan tambièn una sacudida
mientras los labios corresponden a la sangre de una
profecìa, arrancada a las entrañas de los semicirculos.

Oscura como una frontera de desencantos o reminiscencias
que llegan como una mimesis.

De las cuales parecen recoger sus sombras los adioses.

O las campanas humedas de poèticas idolatrìas.





Hasta Cierta Abstracciòn






Hasta cierta abstracciòn llega la lluvia.
Hasta cierta religaciòn que parte desde las
tinieblas hacia un mundo nocturno construido por el
acero con terminos de bronce.

Hasta cierta falange u osos con relojes amarillos
en sus craneos.
A las puertas.
Hasta las puertas donde empiezan los sitios o los
exilios con siluetas de manzanas en sus ombligos recogiendo
trozos de leviathanes, membranas
apodicticas de civilizaciones.

A cierta esteralidad llega la lluvia. A cierta borealidad
completada por el meteoro. 
Entre cortejos de complices o tautologìas completas
de cisnes atoradas en una tronera
divisando a lo lejos un metafisico riel o una
boina hecha de crateres
bajo desiertos de
helices.

Hasta cierto destello arrastrandose entre los violines.
A cierta cabellera hundida en los volcanes.
A un metodico astrofisico plano 
colgado de pudores.
A ese elemental escrupulo en los rostros de un vellocino donde
las agujas acampan. A una culturalidad de plomo
en los valles donde se arredra cientifica
una mosca
buscando nudos en los yelmos.

A determinadas condiciones que terminan con el vilo
y las antologìas de los sauces entre conflictos de polen 
rastrillando un verano en sus uñas con panoramas
de caucho o un templo viril en sus polos.
A extrañas azoteas llenas de siderurgicas donde los
animales abandonan sus vaticinios.
A misteriosos vehiculos que en los oceanos pescan.

Hasta cierta selva que es tambièn una salva o un acueducto 
donde aterrizan las aletas con estrellas blancas
de pètalos
atomizadas en un ritmo transparente de pianos
confundiendo la piel de una ciudad con
un mortero,
con una rendija o la historia de una daga repitiendo las
ceremonias que llevan como espìnas una cuesta
una constelaciòn a punto de tocar un
heliotropo o esas peninsulas donde las distancias son
enterradas por los destellos de una bahìa.

Hasta cierta abstracciòn o elixir.
En los crotalos que duermen devorando las
cenizas del suelo.
Hasta determinado reloj en el peso.
Hasta los kilometros que terminan en una caja de rangos
y pulmones, donde las heridas son cuestionadas por
el dolor de una avispa amarilla.

Una avispa que en uno de sus ojos lleva un trueno.











martes, 28 de junio de 2016

La Pregunta por los Buhos






Un poema podrìa extenderse.
Quizà prolongarse como un epitafio a travès
de la lluvia.
Derramar algunos de sus contenidos por
donde los labios sostienen  a veces el peso de un 
martillo. Un poema lograrìa decirnos
de donde proviene
si inclinaramos un poco màs sus torres.

-sin que ello quiera decir que un poema està 
hecho de ellas-

Un poema podrìa reconocer el sabor de una
aceituna, en un crepusculo de estambres junto a un
sobresalto, mientras los dioses escupen sobre
la arena y los dromedarios recuestan sus
cuerpos sobre un conjunto de medanos
hecho de lunas. De lianas,
de eticas como un astro
de puros convencimientos como los que alquilan
en un lunar, el rostro de los diluvios
bajo una seca humedad
de equilibrios.

Tal vez nos ocultarìa de los enigmas el peso
de las estrellas, envueltas por expediciones y
cantos que agitan los bolidos de una marea
escarlata
entre cordilleras de desencanto
donde se mueven
indicios de espigones y barcos que en los
muelles preguntaràn el resto de su
vida por los buhos.

Un poema es la pregunta por esos buhos.

Un poema podrìa replegarse.
Llegar a los setos de los paises astrales donde
los territorios enjuagan un planeta tras otro en una
longitud de alambres, dictaminada
por tempranas armonìas
de lamparas.

Quizà lograrìa incrustarse en la anatomìa de
una carta, donde los caligrafìas aùn
escarban en notas boreales
como la acustica de
un caracol que se arrastra en la brisa
llevando un cefiro en las manos
de sus hemisferios.

Incluso podrìa identificar los datos celestes
de un demonio, plastificado en una idea ancestral
que tù y yo tenìamos de una cresta
de un hilo milenario donde
los espejos han
abandonado los reflejos para verse y perpetrar
asi el origen de otras ciudades.
De otros obreros.
De otros microbios bajo la cama.

Inundada dentro de unas horas, por mares
de acidos y lejìas.






Los Caballos Imposibles





Una vida duerme entre la realidad, igual
que un epiodio.

Las estrellas describen en sus latas de
leche, corzos saboteados por el humo.

Grisaceas plazas de nuebes confunden 
una punta del invierno con  las
sudestadas y en los
hematomas, las larvas liberan puntos 
de idolatrìa.

-todos siguen denominando las peninsulas-

Las bicicletas despiertan el barro de modo
transparente. Burocracias de polen responden a 
los coloquios transados por el lenguaje
a un fruto.

Las distancias se extinguen en una cuchara
donde los menguantes
son concebidos por el frìo.

Una vida duerme entre la realidad y quizà
esa sea toda su aquiescencia.

Largas caravanas de fugitivos toman objetos
de las venas de manera azulada.

Las puertas se desvanecen buscando 
auroras en los mitos.

Muelles de antitesis alcanzan las dialecticas
de algunas migraciones, en estas los
muelles forman su fosforescencia
con partes de hierro
en sus hilos.

En las escencias con que se estructuran algunas
de sus auras.

Donde caballos imposibles esperan.

La Dimensiòn de una Aleta





Los semicirculos apuntan a un prisma rojo
de humo, engarzado a una
silueta.

Lamparas y sedimentos se alargan  entre
trineos de espuma. Sobre una gaita brota el
rito de un veneno acompañado de rascacielos
de acidos.

En un botòn es fijado el hilo de una ventana
de sangre,

Las fabulas enrarecen ese mundo de enigmas
donde un universo arroja a las corazas
himnos de elixires.

Estampidas de sodio ascienden a los 
calendarios agitando un yacimiento de cromo.
Una espoleta dorada como una fecha de
boinas se posa en un rostro de
bronce.

Cantan los espejos en los dormitorios
con la dimensiòn de una aleta que cabe en una
palabra llamada identidad y los
centimetros ayunan.

Milenarios arquetipos se incrustan en las
alambradas.

La voluntad de un rayo concibe perpleja los
goznes. En una de sus campanas diminutas uno
de sus sonidos toma el sendero del àrbol 
donde las cosa emanan.

Cosas semejantes a las brùjulas.

O los instantes de sed vomitados entre
las apariencias.





lunes, 27 de junio de 2016

Recordaba







Recordaba que esta intensidad no llega a tocar
los faroles. Que parece -en ocasiones- escapar
de la razòn hacia un mundo de noche màs lucido. 
Como el que existe entre los ferrocarriles, digamos.

Que los corredores forman sòlo una cascara.
Que los frutos dejaron hace milenios de ser elixires.

Recordaba -junto a un universo de nervios- que
toda huella es sòlo un pasadizo y los carbones dormidos
en las premoniciones son crateres esperando
inutilmente un himno.

Recordaba que escribìa junto a un pliegue
creyendo absurdamente que su hojarasca era un 
nucleo de cabelleras entre exactas encrucijadas.

Pensè en que dentro de mucho tiempo el sol
serìa una gran urna y seguramente seguirìa siendo de fuego.

Recordaba que esta intensidad no era culpable
del vidrio ni de los neumàticos. Que cada uno de sus 
peces siempre fue habitado por melenas. Por 
performances y estelas llenas de gritos. 

Estelas -sin ninguna razòn- llenas de gritos.


Que al llegar la noche.

Anidan solitarios como el oscilar de los pendulos en ella.









El Pàjaro de Agua Creyendo ser de Oxigeno






Aquellos objetos llenos de abecedarios por los
cuales avanza sòlo una medula.

El tiempo y las siluetas donde empiezan los 
nombres. Las cintas del aire en las jarcias.

El hundimiento del gris y el espectaculo de una
flor vacìa en un universo se subsuelos.

Esta tarde teatral y oscura, donde sòlo se alcanzan
a ver entre las piedras significados de ocultos
semidioses. Cada uno de ellos es un perimetro.

El conjunto de la hierba como si de su espìritu
procediera el lenguaje y las raices dormidas de un
potro.

Esos nocturnos donde los callejones llegan a la
armonìa de un màstil donde relampaguea
la electricidad como en una peninsula de cordeles.

Las criaturas en las noches convertidas en cuerpo
por un origen de anilina y veleros ebrios de
fotosintesis.

Aquellos objetos donde un sentido parece haber
terminado y entonces avanza entre las fabulas
con jardines de hambre extendiendose
como el respiro de los minerales
sobre empiricos soplos.

Aquel sol. El ruido del oceano en un vaso. Ese
pàjaro de agua creyendo ser de oxigeno.

Ese resplandor que no conoce el helecho.
Que descubre a diario las cartas donde las palabras
para alcanzar la espuma, agonizan.

Esas intermitencias -sobre todo las que llevo-
igual que todos los cuchillos incrustados en mis uñas.

Aquellos objetos llenos de abecedarios. El rìo 
donde las efigies ya no logran ser descifradas.

Donde tampoco logran serlo ya las lamparas.

Y lo ùnico que tomamos de aquellos objetos son
sòlo los venenos.






domingo, 26 de junio de 2016

La Ira de los Primeros Cefiros





El reflejo sobre la nieve.
La residencia de polvo con una cabalgadura de
hierro, colocada al final del vientre en una mariposa.

El reflejo -dijiste otra vez- sobre un pantano
de hielo, donde aùn veìanse formas de asteroides y
via lacteas devoradas por galaxias de frìo
en alguno de los iglus.

Primaveras lejanas en una reliquia,
con un ayer de carne en sus menguantes y 
junto a ello el color de una alquimia en
algo sobrenatural como el latido: pertenecìa a todos
los hombres encima y debajo de la tierra

o los grandes incendios que de noche acribillan
las estrofas del hemisferio, por donde ya antes atravesaron
en forma de sueños, millones de pelicanos.

El reflejo y junto una abadìa semejante a un rascacielos
por la cual se adherìan al acido de la humedad,
quiromancias de azufre,
probetas semejantes a un nucleo donde la ira 
aguardaba un primer cefiro, lleno de cupulas y gorjeos
escupiendo galeones sobre las
corrientes.

El reflejo.
Los borceguìes del agua.
Las palabras que el pelo reconocìa encerradas en
una oraciòn de tejidos observando un
ensueño. Un insomnio. Una forma
donde podrìas saber que 
objetos se desplazaban en 
realidad sobre el rasgo. 

Sobre los continentes de polvoras y simulacros.

Desnudando en un iòn de aire obsidianas 
y tautologìas.









sábado, 25 de junio de 2016

Los Horòscopos de las Boinas





De aquì a los plasticos y los travesaños.
De aqui al sueño con cierta distancia o la distancia
es minima.
Eso parece saberlo el espacio.
Los mèdanos y los pensamientos errantes en 
una punta de acrilico.
Las efigies y las inquicisiones.
El vilo de una religaciòn llena de techos.
El termometro donde caen los edificios. Cosas 
que el poema conoce tanto como ignora un palacio.

De aquì al sueño, igual como se escribe en 
las lamparas, como si detallarase la vida de un perfume,
el solsticio del sodio.

Como si todo durmiera sobre oleajes de cartilagos
y los carbones llevaran sus mensajes
negros. Supongo que para entender esos cartilagos
es necesario una naturaleza de lluvia, un escrito
de carbòn en el aire. Un vilo concibiendo el
espiritu en una polea desierta.
Supongo que en todas las tradiciones
los rìos con conducidos al oceano por el agua.

De aquì a las transfiguraciones de ninguna
marejada en las nervaduras.

Desde aqui a los contenidos.
A los jardines castigados por alguna inocencia y
las estrellas donde las nupcias son escalas
y respirar ante los cerezos es toda la ceremonia
de la ira.

De aquì a los carteles.
A las hordas en el interior de un paraguas.
Con relojeros entre fabricas de ozono tomados
de ideologìas y papiros en las constelaciones
del tiempo inundando eso que semeja un 
pliegue en los eslabones de una
cadeneta.

Momentos casi semejantes al astro y los acidos
desatando horoscopos para sus boinas.
Espacios de aquì a un proselitismo donde las azoteas
de los àrboles son conjuntos de gasas
y semaforos de centros comerciales llenos de
misteriosas disciplinas.

De aquì a los plasticos.

Creciendo entre simulacros de lluvias y mentones.









El Polen de una Amapola





No recuerdo una figura por sus preguntas o sus
velos. Tampoco puedo hacerlo por las fechas de tela
que llevan sus pensamientos o la noche es continua
como un parque o algo se deshidrata
en sus galerìas. Muy cerca de otros procesos.

No puedo imaginar un muelle, porque el mismo
siempre termina desbaratando esa imagen y
despuès hay un vuelo de corolas.

Tampoco he logrado describirte, graficar las 
palmeras que datan de siglos en el helio, ni poder
oir en las siluetas, las rafagas de agua que lanzan
al poder una sombra. 

No sè de puertos que se recogen en los nucleos
de una libèlula, cuando el amanecer recopila
serpientes en el polen de toda amapola.

No recuerdo una figura por sus escarabajos, ni 
desciendo por las calles en los amaneceres buscando
un puente de hilo donde dialogan las panteras.

No he buscado un ser en ese puente que arranque
las astillas de los lomos de esas panteras.

He sabido de tu existencia por cosas que tal vez
sean aladas lo cual es ya un problema para la transparencia.

No recuerdo una figura, la mayorìa se rompen al
ser formadas en una metàfora y el lenguaje se aproxima
a ellas, hiperbolico y lleno de saetas como siempre.
Totalmente desesperado como el hombre.

No escribo desde la inspiraciòn porque siempre
està levantando cadenas y en los sitios que pertenecen
a los espolones, sus estampidas dejan ver daguerrotipos
de aceite.

Todo es nocturno en un mundo donde no se digieren
las fresas.

Todo es oculto como una mandarina de leche en un
eclipse, juntando antinomias.

Todo es lògico igual que la lucidez al morder una
dimensiòn de la lògica.

No podrìa hablarte del prado, del buque en la voz,
del galpòn en el techo donde todavìa no llegan a
precipitarse los bosques con esa unciòn 
que muerde perspectivas marrones
atadas al idioma.

A los alfabetos.

A veces.

No en este instante, en que todo ha sido descolgado
lleno de candiles sobre una hoja.







Los Telescopios de las Sienes






La luz es un prismatico.
Junto al cipres, un telescopio lleno de sienes
enumera sus dirigibles.
Hay tambièn un teatro de color rosado.
Una luna donde la fiebre alcanza los cristales
que rodean los pabellones.

Màgicos tallos de venenos absorven las
estrellas donde sueña un latigo.

Las boinas alcanzan a los treboles en una
cruz amarilla y en los hoteles la oscuridad siembra
un ancla.

Verosimiles cartas de oxido se incrustan en 
las alamedas hasta el desenlace de un pulso.

Cavernas de agua nuevamente nos comunican
y asi un nombre rojo entre los girasoles
interroga al progreso.

No conozco el sueño donde descansan cada una de
sus interrogantes. No he llegado a ese 
manantial donde es tan extraño ser iluminado
por una ceniza.

Alambradas de corcho que siguen a las cacofonìas.

Perihelios de metal que escriben en un rìo
llevan sobrevuelos atados a sus carbones. Dromedarios
de hierba avanzan en las orillas semejantes a 
un soplo.

Estaciones de barro siguen a los bolidos en 
una axila donde se devoran las bengalas.

Callejones de tigres son inundados por liturgias.

La luz es un prismatico.
Quizà fue una manzana antes de llegar al oceano.

Como sea -y de una extraña manera- el dìa
sumerge esa manzana en el agua.

Y eso es inevitable.







viernes, 24 de junio de 2016

El Grito de Grama y Pavimento





No existe nadie conquistado por un racimo.
Tampoco hay alguien que digiere semicirculos junto
a un holograma de escamas.

No hay una reja donde las escaleras de las
circunvalaciones sean hogueras y lucen allì los astros
las astas tanto como las reencarnaciones
semejantes a gripes de color verde
y purpuras oleajes
donde la existencia por el atardecer
logra acentuarse como un dios emplumado invisible
que llega de colocar bozales en las grietas de
una plaza.

No hay pedazos de fosforo
donde lucen primitivos esbozos de la luna
su mañana de tierra.

No hay monstruos fugitivos en el aire que miran
ilusionados los parques que jamàs son habitados por
una frontera, donde se baten extrañamente
los equilateros y la esgrima que duerme
en la electricidad
es una boina borrosa llena de encìas.

No hay una estampa sino aquello soldado por la 
noche a tu cuerpo, con un estandarte que 
atraviesa el oxigeno lleno 
de desencantos.

No existe un monticulo sino es aquel que recoge
el coral por la noche
bajo un destello de aves metropolitanas
conduciendo un grito en sus picos. Un grito que
es de grama y pavimento.

No hay nadie detràs de esas palabras convirtiendose
en muro. Llevando relatos de efigies y huesos
que regresan a una playa con panoramas de rafagas
y dragaminas.

Tampoco esa intensidad que semejante a una cresta
en la ola, intuye solitaria los eventos de las
chimeneas y las brujulas. No. No hay.

Màs aùn cuando intento tomarlos
-desfigurados-
de los tornasoles.








Antropologia de la Imagen









En dònde se encuentra el alba.
La paràdoja de piedra hundiendose en
un simil de barro.
La circunstancia del polen en una 
herradura. El templo invisible de celulas donde
la hierba conjugaba en los silencios un atomo.
Un cine de artropodos.
La antropologìa de una imagen hecha de plastico
o universos pristinos como el ancla.
O la herradura de semen.
El juguete de sol bañado por una frecuencia.
El mito donde las alambradas ponìan fìn a un simulacro
de humo, iluminado por antiguas escarchas
donde la brisa significaba un maleficio. Un cielo
hecho de goma en las manos
y en la geometrìa del bosque un manantial, con el cual
la experiencia tocaba una piedra
o un mundo ebrio de acero entre las mariposas
y ludicos objetos de la noche
como los insomnios y ensueños, cuando arrojan 
dinastias a los espejos y las 
inmensidades
se equilibran entre extraños trasatlanticos 
igual que señales elegidas por el mar antes de
alcanzar una mandibula.

En dònde el hilo.
El futuro de la foca y el iòn.
Los sacerdotes que escriben entre los amperios
cartas sagradas de sal a las monolitos.
En què lugar el ambito para dejar que la apariencia
de los velos tocara aquellas de los heliotropos.
La presencia del augurio en la mosca.
El cementerio donde los alacranes llevaban pedazos de
huesos a sus albergues arrancados a los feretros.
En dònde la cigarra y uno de sus cantos
alejados de la noche, con una circunstancia de aceite
en el pecho y los nombres que percibes
desde la noche de selva
o numismàtica que cuenta los dados y los
tejidos semejantes a aquellos que regresan de las
cigueñas para despedirse, bajo un tornasol morado y mortal
como los crateres que viven sòlo un instante
en las orillas de la lluvia
y despuès de arrojan
hacia el infinito
igual que 
auroras.

Para encontrarse mientras se desvanecen.





miércoles, 22 de junio de 2016

Crucifixiòn de los Camellos





Era una luz.

La esperè igual que a una iguana en un bosque
donde aquello llamado inspiraciòn dejaba de
alojar su peso. Quizà no fuera un peso. Tal vez era sòlo
una colonia, donde lo mediterraneo es un conjunto de 
dados con los cuales se atraviesa mitad de una ciudad
por la noche.

Una noche de voces que duermen sobre un titere.
Una noche igual al desamparo en un cartòn de grilletes.
Una noche donde los acantilados tienden su puente
y las vocales son antiguas en un pedazo de rìo.
Una noche como las que presienten en los àrboles los
mandamientos de un tigre enamorado del polen y las
tijeras.

Una noche duradera en las serpientes y en los acrilicos.
Dotada de superficies, una màs extraña que otra para
atravesar los velamenes y subjuntivos. Una 
noche que sigue a las bandadas inutilmente porque 
son construidas por el dìa en las inundaciones
y los desembarcos, asiladas por ciegas banderas.

Una noche que hoy mira el sol desde la memoria de los
espejos, que se reclina y engancha a los tropicos con
las facultades de un hilo y respira en los obeliscos 
con un verano de porcelana dormido en sus arcanos.

Una noche, pero no cualquiera, debe ser la que anuncia
las encìas, la que muerde en las banderas una gnosis,
la que describe la intuiciòn desde un paramo de radas
donde se filtran las antiguedades, con productos de cera
todavìa no tocados.

Una noche seguida por los peces creyendo que eran osos.
Una noche vestida de estaciòn en la pureza de las iras.
En la violencia con que un diamante abandonada el
carbòn desde el fondo de un pupitre. Era una noche
con herraduras y jinetes que cuelgan de los olivos
con meridianos bajo solitarias traversas de higo.

Envuelta por cantidades de flautas que buscan en el
cielo, ese desesperado amor por el infierno.
Girando sobre ciclos de demonios, semejantes a los
que excavan en una feria o esperan el horizonte 
llenos de larvas.

Era una luz, la esperè al lado de una iguana.
Entre los objetos que reconocen las cosas procedentes
de los lagos.
Entre voceos como lo inasible en un valle de elixires 
con protocolos.

Era una luz que tambièn significaba una noche
empalando cartas en la arena.

Lugar donde -paralelamente- eran crucificados los 
camellos.












Semidormido Igual que el Agua






Entrò por una noche de heridas, entre los
cabellos ensortijandose de una civilizaciòn,
lleno de baules vacìos y redadas sobre las
profecìas y el desencantamiento propio de 
los talismanes y las historias que danzan
entre estrofas compuestas por protocolos.

Semidormido igual que el agua en la varanda
de una sortija, que cae del cuello de los pàjaros,
aleteò ebrio de espumas en sus alas como si
se trataran de galeones, anudando tatuajes
y sartas de mentones a sus sienes en un
mediodìa de oboes.

Saltò a la luz, convencido de una sombra en
esos àmbitos donde las flores crecen
semejantes a un navìo buscando el oceano en
una caratula, en todo aquello que se desvanece,
en las fiebres que redondean en las distancias
postreras imagenes de arreboles con voluntad
de convertirse en iòn o prisma.

Como la goma quizà, tal vez igual a vida de los
elasticos, siguiò a la plastilina con idolatrìas y hedores,
lleno de motines semejantes a los que rompen la
libertad en el postrero mito de un molino
inundando de helices y catalejos vulnerando
lo profundo creyendo asi reencarnarse en ello.
Pero, què es lo profundo en esta mañana para nosotros
corazòn.

Pensador de museos, habitante de las costas con
una rendija, invulnerable sol que recogìa de los craneos
sus escamas. Historia concebida por un espacio de
aceite donde las llamas recogìan sus harapos
y las cenizas sus cisnes.

Entrò por una noche de heridas a la civilizaciòn.
Yo lo vì pasar lleno de arrecifes y cuentos de yodo.
Yo lo vì colmar de esgrimas las escaleras y llenar
de escoltas los trompos. Las ensenadas 
marrones de las idiosincracias. Los
espejos de esas velocidades 
donde sòlo el ensueño
parecìa hacer de su silueta un cometa.

Una bengala.

Y los maravillosos monologos y sus barbaries.

Vedados para este soplo.









martes, 21 de junio de 2016

Poema






Algunas casas caeràn.
Otras llegaràn hasta el amanecer. 
De eso estoy seguro. Estoy seguro tambièn de la
luz con que besa un murcielago el vientre de 
una araña. Seguro de las mitografìas que
emergeràn de los relojes, de los seres 
que vagan andròginos entre las colinas, del sol de
sus amaneceres con acertijos.
De las encrucijadas.

De las pertigas.
De los escritorios donde el futuro es un utero de pubis.
Un papiro que ofrecemos a la tarde un dìa martes de
candelabros y pesos. Seguro de los sedimentos en una
balanza, del kilogramo en el grito artero del ayuno
donde las ideologìas son cronometros y el caos
de una yugular recorre las siluetas de los
regimientos como si se trataran de
ùnicos hidrògenos.

Seguro del instinto que bordea las mesas.
Del roce que percibe el primer grito de la oscuridad
entre los colores, de los pleamares y la oraciòn de una
estela en las pupilas cuando los parpados han descendido
del rostro detràs de las nervaduras y los cuchillos
creando ya solsticios desde un nido de abejas
son el unico patrimonio para las
cejas.

Del invierno que nunca se equivoco de pàjaro.
De la linguistica del rìo en un eclipse de verano, cuando
todas las cosas en el universo son propicias para
incrustar las uñas entre las religiones y algo
semantico y nupcial como la palabra
abandona el sueño
para dormir sobre una ballena ebria
de periscopios.

De catalejos donde se origina una ventana de brea.

Bajo un fondo de petroleo que es unisono.

Entre estelas de garrochas y de crateres.












El Misterio de las Cosas





Hoy caminaba muy cerca de una grua.
No deberìa ser algo que me extrañe pero era 
algo que no dejaba de hacerlo, de la manera 
en que lo hace la muerte de un
reloj o las citas -jamàs azules- con el àrbol, donde
siempre -màs de uno- habrà visto como se
dobla una sortija. Un perdigòn o la
clase de acustica o percusiòn que jamàs se aguarda
o se quiere para un texto. Un texto siempre
encuentra por si mismo la suya.

Hoy caminaba muy cerca de una grua porque
los idus y los adioses ya habìan partido, porque
las fibras y esas cosas que hacen el universo indomable
e incognito, seguìan al pie de los moluzcos entonando
melodìas de funerales, cantos de velorios que
por la tarde nos hipnotizan, hasta una especie de
caminata sobre puentes de sal para empezar
un misterioso recorrido, tan misterioso
como el nuestro. Es sòlo en ello que nos separamos
del misterio de las cosas.

En algùn sentido somos tan misteriosos como ellas.

Hoy caminaba. Lo he hecho toda mi vida asi que
no tiene nada de raro, no tendrìa tampoco porque 
escribirlo, pero sin embargo vuelvo a precisarlo con
esa intensidad que jamàs necesitò de diluvios, que no
se llevò el agua ni el lenguaje por delante, ni escupiò
jamàs a nadie a no ser que las cucharas y las copas
fueran la necesidad de un conjunto general creado
en las esquinas sin escoltas de bueyes.

Hoy caminè, hoy caminaba.

Segùn ello conozco todas las intenciones de los
rostros que veo y que verè. Juntos hemos circunvalado
la espuma y hemos visto el nacimiento de los bronces.
Juntos recordamos a diario el desarrollo de los
trompos y si alguien habla de datos o papeles
aquì estàn los que describen lo sobrenatural para
seguir muriendo o escribiendo, que despuès de todo
es siempre lo mismo.

Hoy caminaba. Era ello lo que me separaba del
misterio de las cosas.

Y era ello lo que me decìa que en ese diminuto momento
era identico a ellas.





lunes, 20 de junio de 2016

El Nombre en una Habitaciòn





Hoy oì un nombre en una habitaciòn.
Las murallas sostienen que el sonido del cual
se formaba provenìa de una esquina.
-yo sòlo podìa escuchar a las murallas-
Pero eso es absurdo.
En la esquina lo ùnico que existen son mariposas.
El quimico recorrido de una luciernaga o la 
labor religiosa de una mantis.

Hoy oì un nombre, pero estaba muy cerca del 
techo, justo en el angulo donde el polvo
une a otra sus reliquias y vagan
-en lugar de arañas- protozuarios.

No sè quièn colgò allì una telaraña para los
protozuarios.

Pero ademàs de ese nombre tambièn oì
el nombre de una aguja, el de un escarabajo que
transportaba un lenguaje de nieve en su boca
mientras las cosas se identificaban con
luces de rapiña en hemisferios
de sotanos.

Ademàs de ese nombre habìa otro que
llegaba recogiendose del oceano.

Tenìa pocas palabras y en alguno de sus parpados
su miseria evaluaba los dìas amarillos
del escrupulo.

Tambièn oì el nombre de esa miseria.
De las calles donde se encienden los barcos con
un fondo de hidrògeno.

El nombre parecìa gamado como el interior
de un piano cuando anhela.

Hoy oì un nombre.

Lo ùnico que sè del mismo, es que pronunciaba
aquel que pertenece a esta habitaciòn.

Un nombre que en las grutas de la misma
escondìa sus sabuesos

Igual a como lo hace en sus venas con los objetos
el olvido.











En Alguno de Esos Astros





En alguno de esos astros hay algo como la nieve.
Hay -tambièn- algunas temporadas semejantes o
parecidas a las tardes. En alguna de esas cosas que
veo hay reproducciones. Esferas de cadaveres e 
himnos que atraviesan una pupila como ahora. Lo 
digo por esas pupilas de un ser posado a una
determinada distancia: las
acompañan una herida.

-toda pupila se jacta de serlo si lleva una herida-

Determinado o determinante tambièn es el frìo, es
como un objeto azul incandescente. Yo pienso que
no deberìa ser incandescente. 

Pero las cosas son semejantes a brillos o estertores, 
a una voz de petroleo que se queda dormida, a las
antiguas cadencias donde un patrimonio de alfileres
con cintas y antepasados inspirados por un 
encarnizado violeta, pronuncia su nombre.

Yo pienso en esos astros donde se agita algo como la
nieve. Pienso en sus panoramas llenos de antepasados
con iras de violetas. En sus temporadas con grillos
avanzando entre jueces, con una mirada màs -acaso-
que lleva hacia la piel un molino.

Pienso en el espacio preciso que toman los astros para
crear sus espacios. Espacio que embarran de figuras
el infinito -algunas seràn constelaciones- asi adoptan
-sin buscarlo- el caracter de un limite.

De una frontera.

De la piel que es un rasgo o una bicicleta rodeada por la
lluvia en la mañana, en medio de bolicheras errantes donde
nace una campana de sodio.

En alguno de esos astros hay algo como la nieve que sin
haber conocido este parque, volverà a patinar.

Que sin haberse alimentando de hojas, comprenderà
las palabras que le han sido vedadas.

Los patios, los desprecios, los camellos que esta dìa dirigen
el espìritu a una conmociòn duradera como la soledad.
Una conmociòn que a cada instante cierra sus ojos para 
que no veamos nada.
Una sacudidad absoluta donde la lucidez olvida
la razòn.








sábado, 18 de junio de 2016

Teatro Mìstico





Me trasladè hasta un lugar donde la ciudad
dejaba de componer sobre los làtigos y se involucraba
con entrañas màs pacientes en las lamparas
o las longitudes de paìses misticos,
colmados de raices.

Caminè obsecadamente -igual que un tropo- a cada
instante, estrellandome contra aquello que conozco y 
desconozco. Conocì hasta tocar la media y el alabastro.
Escribì en esas imagenes de los suburbios que
empezaban a edificarse: no eran los que
estaban en esta mochila.

Vì la grua arrastrar el cuerpo y el auto.
A lo virginal encender una uva. Recordè en el hilo
los margenes donde algunos azulejos adquieren
los ojos de los dirigibles. Las palabras
de los hipodromos.

Pensè en la nieve hasta que alguien la tomò
del cuello, igual que ayer cuando terminaba la noche
y las existencias de los adioses empezaban.

Creì en la temperatura del sol detràs de la niebla.
Poseido y extraño como una melena
que deja una silaba en el zocalo, en las libelulas
con siluetas de magnesio y galeones que aùn envuelven
extrañamente un desamparo.

Me detuve ante el mundo, tambièn de manera 
maligna, colocando en las paredes terminos que 
se convertìan en espectros de yodo.

Ello, era una cosa que aprendì entre lo sobrenatural
mientras los rìos se convertìan en serpientes.

Lo sobrenatural -hay que decir- es una especie
de pulso.

Un latido que parece caer sobre el pavimento.

Pero no.

Algo semejante a la desesperaciòn lo sostiene.

Y eso se convierte -quizà- en nada màs que otra
paràdoja.











Gnoseología






El representa una hoja y vive con exactitud e inocencia
en ella. Por lo demás millones de olivos presionan la 
actitud del sueño en los jaguares.

Manifiesta en ocasiones 
una corola en penumbras ebrias de
martillos: todo esto debería tener colores
amarillos. Como los que se pudren en la hojarasca.

El también representa el viaje de las escamas cuando el
árbol es lucido y se queda quieto con esa pose que 
adapta extraños mutismos en la arena; todos
proceden del desierto y las
gnoseologías.

De cúales gnoseologías debería preguntarme.

Sabe que no hay muchas cosas que manifestar y que el
horizonte puede ser ancestral como esa melodía
incrustada en un tronco, llena de pabellones
y acentos boreales, como aquellos que
se identifican con una yema
en las alas de los
exorcismos.

No diré que degolla palancas
pero entre las yugulares de los baules
incendia un reloj dibujado por la pregunta de un lirio
o un lapicero que lo acompaña de manera mustia
a encontrar entre las astronomías
lagartos de hiel en los escamas de un muñeco.

Lo conozco hasta los limites donde nacen los puertos
y las atmosferas, donde las iguanas liberan
hemisferios comunes a los oboes.

Lleva conjuntos de cenizas para alimentarse.
Pájaros con lamparas de agua donde empiezan los oceanos.
Puertos donde nacen los barcos.

El representa una hoja y toda hoja es sólo un balanceo.

Una mirada en un lenguaje de papel ahogandose
pacientemente en sus lagunas.

El es esta especie de poema.

Que en este momento abandona la ironía de este
espejo.

















Semejanza con la Realidad






Por algunas cosas y por otras me encuentro en el lenguaje.
No diré que es azul o es un conjunto de llegadas desde las
cuales se contemplan espirales o el mar es una gota. No lo 
diré de otra manera. Eso a una luz o una sombra no le
importan. Yo no soy ninguna de ambas cosas.

A qué otras cosas dejan de importar este día ese
encuentro...

A qué otras cosas pueden importar ese día...

A qué otras cosas, mientras mi epistemología tiene la imagen
de un sedimento con reencarnaciones 
o liquidas escolleras de cuchillos.

Eso es algo que tampoco sé.

A lo que haga con el mismo puede ser una de ellas. Yo
pensaba al salir de mi casa en un parque lleno de 
pensamientos que se cruzaban
con el polen y las flores. Yo salí de 
mi casa -un poco motivado, diré- por las costillas que la
luna había dejado en los suelos de mi cocina.
Por el único ladrido que me dirigía a ella.
Por los insultos en una corona, siempre bajo el 
desasimiento.
En ese desayuno con un ser mitologico sentado desde hace
siglos en mi mesa, totalmente ambar y con problemas
rituales de helio. Yo pensaba en su mirada
de hidrogeno donde el lenguaje
procesaba nombres
antiguos como lo milenario o la estrella sujetada 
por la piel en el fosforo.

Por algunas cosas me encuentro en el lenguaje.
Por otras no he llegado a las palabras y la vida. De noche
cuando los navíos cantan sé que las melodías recogen
represalias y espejos de eslabones y sé también
que los transeuntes no son tan peatones como parecen
si hincamos con una aguja sus brazos
o las cortinas por donde sus alientos van a encontrarse
con el sueño este día.

Con el sueño.

No con aquello que inutilmente se asemeja a la realidad.









viernes, 17 de junio de 2016

Una Casa




En mi casa hay una ventana por donde
-curiosamente- no entra la nieve, ni los pasos
de las calles se detienen para ver la composiciòn
de ese suceso.

Mi casa -en mi ciudad nunca cayò la nieve- es la
composiciòn de ese suceso. 

-Tambièn es la vida de una hiena por la tarde-

En ella hay algunos rincones que por la noche
construyen las hojas.

En ella hay incursiones y represalias de luz
que se atrincheran en el humo.

-son como nocturnos zodiacos y pensamientos que
aguardan a las flores-

En su mundo se suceden unas a otras las
fosforescencias y en una tarde que camina entre
la porcelana, mi casa llega a la unciòn o los
cabellos. Sin reencarnaciones, sin muestras de 
libelulas, ni labores de agua que llevan oxigeno
entre himnos ambidiestros. Mi casa pregunta 
-a veces- a si misma donde quedan los
techos.

Mi casa no es el evento de la flor ni el paradigma
encerrado en un elixir.

Tampoco es el contenido del naipe
ni el viaje de una geografìa en una mañana 
donde la
experiencia recorre lagos cautivos,
notas que duermen,
mecànicas edades en el imperio de
los ojos, de los tropos y metabolismos
emparentados
a lumenes de hierro.

Mi casa no es un aposento.
Es un lugar donde brotan los triàngulos.
Los peatones uniendose a una luz verosimil
donde un pleamar se entrelaza a un
resplandor clandestino
lleno de periodicos y farallones
casi siempre unilaterales.

Mi casa que casi es un tronco por la tarde.
Un esbozo mediterraneo de acacias y lechuzas.
Un contrabajo donde los sobrenombres
juntan el opalo a las caparazones,
donde monopolios y diametros se unen en
este otoño a la lluvia.












Las Fronteras y el Amanecer





Cuando un pàjaro es menguante.
Cuando posee vocalizaciones.
Cuando traiciona o sueña en los telefericos.
Cuando alcanza una ribera o es conciente de los
rayos que se alargan o llevan dedicatorias de luz 
entre estampidas de destellos, con mensajes 
colmados
de existencias u hojas por donde son
alcanzados los pelicanos
con sus huertos de mayolicas y plazas,
con elementales objetos,
con huellas de lianas o el boceto
de una alcantarilla por donde el amanecer
lo que elabora en primer lugar es un prisma
en sus pulmones. No sè porquè.

Cuando en ese orden de edades con los cataclismos
se llega al interior de un paraiso con flores
y escamas, detalladas por demonios de alambres en
compañìa de lamparas y metafìsicas
que alcanzaron lo sagrado debajo
de un eslabòn, donde los pliegues del aire
se comunican entre luces emplumadas
de plastico o inmensas cadenas
que nos dirigen a culturales proporciones
de oidos y ventanas que rompen una hoja, una raìz
una canciòn de petroleo en la selva
donde es adorada la silueta del
musgo porque vive màs de 
un dìa en relaciòn a una palabra, por ejemplo.

Cuando un pàjaro parece que sigue siendo azul.
Y esas apariencias memoriza las largas analogìas de
los pueblos en una naranja, rozada por rituales
que aùn llevan alas de niño en el pelo
o crucifijos rosados semejantes a los que suman
las muelles de las encìas en su corazòn,
cuando nos aplasta la noche.

Y sin ser nocturno.
-lo cual no significa que sea absolutamente 
diurno-
Intento trazar ese instante donde ambas cosas
se encuentran.
Entendiendo asi que un pàjaro puede ser menguante.
Que traiciona o sueña en los telefèricos.
Que alcanza una ribera o es conciente de los rayos
que llevan dedicatorias.
En una madrugada de fronteras, donde todas las cosas
se convierten en limites.









jueves, 16 de junio de 2016

El Nido





Aùn es temprano.

Un aparato ha fijado su rumbo en el aceite y la niebla
sigue devorando las cenizas del alba. Aùn no
es la tarde, ni los caracoles del mediodìa 
besan una boca, pero hay una extraña imagen en
el fondo de un arbusto donde lo hacen.

Ello es una canciòn secreta en aquello que es
temprano donde se halla el esoterismo de un ave.
Tal esoterismo se basa
en un nido edificado muy cerca de
la tierra, junto a las raices de un tronco. No es 
lugar ideal para contruir un nido. Pero eso parece
no importarle al ave.

Yo miro. Quisiera decir algunas palabras al ave
sobre ello, pero serìa irrelevante. 

Esta mañana el ave construye su nido muy cerca
de las raices en un àrbol. Ello no serìa una canciòn secreta
a no ser por el esoterismo que constituye
ese acto. Es un acto que puede ser tambièn irracional.
Totalmente alejado de los rigores que equilibran
la naturaleza. Segùn ese equilibrio, ese nido
deberìa estar en las ramas. Allà en el sonido inmovil
de los gorjeos que son infinitos. Es decir,
que viven a perpetuidad entre los limites.

Aùn es temprano. He abandonado mi casa, que
tambièn existe como una manada en algùn lugar de 
si misma.

He dejado atras todos los sonidos en ella que 
constituyen la carne y los huesos.

He visto el crucigrama del volcan formando un 
hoyo.

Cerca, muy cerca de donde se construye un nido.











miércoles, 15 de junio de 2016

La Uva que Construye el Centauro






Recuerdo haber caminado miles de veces bajo
la lluvia. Dirigirme màs hacia el sur desde el cual
parecìa provenir esa lluvia. Recuerdo tambièn el 
paso del silencio a mi lado. Era un silencio donde
eran instruidos los espectros o solitarias llamas 
transparentes de un fuego que no podìa ver. Conquistas
de algo que estuvo y estarà vedado a mi ojos. Eso...
desde un presentimiento, lo sè.

Recuerdo el lago donde una utopìa podìa ser un
nihilismo, pero no. Una utopìa era una clase de vidrio,
una visiòn de hermeneuticas arrastradas por sus
cabelleras hacia los pàjaros y mariposas. Sè del
espejo que guardaba las imagenes de aquello y sè
de perihelios que subìan de los sotanos con sus 
alquimias, en una mañana puramente de verbos, 
cuando no de latigos amarillos.

Recuerdo -todo estaba lleno de sombreros ese
dìa- en alguno de los movimientos el palpito de un
exorcismo bañado de imprecisiones como las que
deja una apariencia a lo lejos en un borroso dìa de
otoño donde las figuras no pueden colocar con
exactitud su aliento y son desfiguradas por la
distancia.

El eco del verdugo entre las sombras -siempre el
mismo- y la realidad en èl -enloquecidamente- como 
un jardìn que aplasta los griales en las cuales animales 
como los centauros construyen una uva antes de
darles un lugar entre los racimos. 

-eran uvas que debìan ser tomadas por ciertos hombres-

Recuerdo esa sabidurìa donde la palabra precede a 
la existencia y desde el momento en que es pronunciada
la forma.

Tarde o temprano es que tome materia.

Y parecida a un acontecimiento alcanze la realidad.







Otros Yelmos





Son yelmos.

Lo sè por los pàjaros que yerran ideales
y por algunos conceptos que
descienden de sus vuelos.

Por las palabras que terminan de 
describir una boca en el aliento y los acentos que 
van de la lluvia a los candiles, llenos de fogatas
y unciones propias de la sal
en las mandibulas.

Son otras estructuras. 
-tal vez menos usuales, que las nuestras, no sè-
Otras historias de muerte descendiendo
a las ciudades, con la intenciòn de terminar
con todo lo que existe.

Edificaciones donde el barro 
no siempre es sustituido por el eter, pero
se derrama en sus cascaras con orificios que la
noche parece despertar y asi
abrir un oceano, por el cual llega al 
siguiente dìa
el alba. Toda alba -hay que añadir- no es lo 
mismo que una mañana. 

Son otros parques. Los que estàn aquì buscan la
coherencia debajo de los martillos. Caminan
entre los ojos descifrando aquello que
une las coincidencias a los
vagones.

Son insurgencias, donde el platino recoge
el esoterismo de una invierno para rozar desde 
el espìritu del mismo la lluvia.

-cosa que sòlo estaba destinada a los hombres-

Son otros rieles.


Otros lampos.

Unos se encierran en un primer momento entre
la iridiscencia.

Otros vagan por los finales del mundo.

Y de una otra manera, tarde o temprano 
terminan desprendiendose sobre
las entrañas de la realidad.

-y lo que es peor-

Sobre las de nuestras vidas.













martes, 14 de junio de 2016

El Otro Lado





Te ha costado reproducirte.
Aparte de ello, te fueron sumando durante la
existencia idilios tanto como espeleologìas.
Tal especie de sufrimiento -sin embargo- no es el
que pertenece a las libelulas, ni el que gira
junto con las polillas en circulos 
desesperados, ante los focos 
de luz cuando llega 
la noche
y las cosas que nos rodean nos dicen que sòlo
algunos seres pueden desarrollarse en la oscuridad.
Por supuesto no estàn hablando de nosotros.
Nosotros tenemos que encerrarnos en 
estas paredes y rogar que en las mismas nunca se
formen pliegues ni arrugas. Llantos o 
botellas.

A nosotros nos toca condenarnos entre los mismos
rostros de una casa. Entre los mismos animales.

Y esa termina siendo una armonìa donde los
espectros forman sus inquisiciones. Sus pactos con
los dioses a la deriva, sus treguas sòlo con la
anilina.

Te ha costado llegar a las reencarnaciones.
A las resurrecciones.
Al mineral de la avispa en direcciòn a las poleas
y las nutrias.

Por lo demàs no hay màs obras en estas ruinas.

No màs que aquellas que enseñan los naipes
por la tarde al doblar el crepùsculo
para no tocar el horizonte.

Sòlo las palabras que se forman al otro lado
lo saben.













El Arbol Rojo





El àrbol era rojo.
Asi lo precisaba el sueño.

Ademàs era extraño. Misterioso como una
aguja que es atada al oido o un muelle con algunas
placas de zinc que aprendieron a vibrar en el 
caos.

No lo era -sin embargo- por el color de las venas.
Por el tramite de los prodigios debajo de la piel, ni
los millones de ombligos de carne en los lunares donde 
algunos seres forman sus irònicos estandartes.

El àrbol era rojo y dado los escrùpulos, el pudor
es un grito.

Una estètica genealogìa donde se frotan los bosques
igual que una lampara con un intersticio.

El àrbol.

Rojo como las cosas que se describen a si mismas
una tarde de venenos y civilizaciones desvaneciendose
entre los juguetes.

Rojo, semejante a los preludios que de dìa elevan
sus cacerìas a un tono ambiguo y polar, desnudando un 
mundo que no pertenece a los girasoles.

Un mundo helado o monotomo, igual a los simulacros.

Donde se desarrollan entre las cenizas, las
identidades y los hombres.







lunes, 13 de junio de 2016

Los Barcos de Mercurio





Se logra escribir junto al azul que es un rostro.
Totalmente atado a las fabulas que brotan desde las
serpientes con una uña de acero.
Corriendo hacia el mar con esa desesperación con
que lo hacen los astros al buscar el cielo por la noche.
Contrariados o llenos de dialecticas según el futuro
de las sienes cuando son marrones.
Se logra escribir junto a los sesos.
En un nido de palomas con marginales andanadas
de plasmas, todas además subversibas.
Adorando los platinos que crecen en las cintas.
En las respuestas que como serpentinas amarran 
un árbol por la noche, cuando las galaxias a lo lejos
también son de cera e inclinan las palabras del amor
hacia aquellas que se forman entre las cicatrices
de un caballo en la punta de los perihelios.
Se logra aunque no siempre el oceano pertenece a 
los espejos para reflejarse y los carteles que yerran
en las figuras de los niños llevan la ira de los horizontes,
los violetas que cierran sus parpados y esas cosas
que son escarlatas al final de un augurio, de
un paredón hecho de limones y energías de trigo,
se logra ver en esos espejos más de una silaba
o un torreón que se convierte en más de un molino,
todos suspendidos entre barcos de mercurio, donde
los estandartes recorren el silencio de los tallos
y el viento es un escrupulo que oprime los
paraderos hechos de agua, conquistados en sueños
por las alegorías y los trances en una ciudad
de pétalos. Todos entre polvaredas y bastiones
que llegan formando el vapor entre mediodías
de humo y extrañas escaleras por donde cruza 
la nieve un exhalo de camello para llegar a 
la escarcha o los puntos donde una cigarra
encuentra una noción del sueño durante la noche
en las piedras.
Y poder llegar desde ella, al día dormida.







Una Hoja





Si poseo una hoja es para inventar este otoño.
Para dormir en uno de sus fuselajes o escribir
a las siluetas que en el amanecer 
se difuminan como efigies. Si poseo

es para caminar sobre las cenizas de los pinos
-probablemente hermeticos en un salòn de 
aceite- donde los manuscritos se agitan
a la llegada del alba, como perdigones.
Y lo creo. 

Lo creo tanto asi que dejo los relieves para
las estampidas, donde se descifran
grabados de arena y las manifestaciones son
sacrificadas entre agujas por la noche, 
mientras los escalpelos rondan
las orillas.

Pero aqui hay una hoja que poseo o habito. En 
uno de sus lunares estàn los semidioses hablando con
los husares. 

Millones de pàjaros estàn plegados
a las sombras de aquellos semidioses y husares
para oir en sus palabras. Mi corazòn tambièn
lo ha hecho. Todo es infructuoso o
amarillo como un desembarco.

Si poseo un lenguaje es para recordarme que
no es un absoluto, por màs que cuelgue una herradura 
en sus volcanes.

Si poseo uno es para seguir a los crateres en
los interiores de la luna.

En las inmediaciones que dan forma a los
astros en una fotografìa.

Rasgando -rasgando siempre- el vuelo 
de los dirigibles y los ecos.

Si existe un lenguaje no es para quitarle
un aviòn a los bufalos que se acomodan entre
el granizo.

Es sòlo para llegar a las fronteras.

Sin poder alimentarme en ellas.



















Las Máscaras del Frenesí





Nos conocemos por las sortijas en los techos.
Sortijas -por lo general- descritas por las arañas.
Por los ángulos de una maniobra en el pez y la
aleta que cruza una peninsula de artropodos.

Por la naturaleza que deja atrás una playa.
Por las conchas en la orilla destruidas por los abanicos.
Entre los carbones y la noche que abandonan un arpa
en los limites de los periscopios y los mamiferos
que tejen primitivos sobre los espejos.

Por la oscilación del destello en un cometa.
-a veces el más lejano-
El que reproduce cintas de arroz en una apariencia
de frenesí violeta.
De fiebres que son purpuras al tomar la canción de
una iguana.

Sabemos algo del mar por los tropos, por los lenguajes
de las cisternas, en una casa donde los ángulos
se tienden emplumados hacia un barrote
de yeso, inspirado por melodías
en una alameda de
coros 
iguales a los que posa un alfabeto en los trajines
de la lluvia.

Por los mercados.
Por el final de lo verosimil, quebrado por una vanguardia
de pelos.

Nos conocemos por las urnas alternativas del alambre.
Nos conocemos por esa vanguardia, ninguno ha vuelto
a los filos de un astro para 
recoger de sus esferas puñales o cascaras,
balcones y gritos de yelmos
desatando nidos en la brisa
corpulentos y amarillos como las murallas
de los objetos bajo un culto lacrimogeno.

Un culto que lleva rituales de latas.

Nos conocemos por todo lo que hemos dejado de 
escribir en la arena.

Seguros de que sería la marea por la noche
quien llegaría para tomarlo.





















Era una Palabra






Era una palabra.
Antigua en algún sentido.
Llena de antepasados en sus perchas.
-ancestral dirían los tallos-
Mediterranea y azul en la 
sangre. Llena de orbitas al horadar en los lampos
y las criaturas encerradas entre los manantiales. Era
una palabra enlazada a los lagos con una sola
mandibula.

Dejaba de progresar en los onomasticos y aniversarios
de hierba.

Era una palabra angosta, dubitativa, llena de pliegues
de cascaras y pleistocenos. De forajidos rumiantes
que llenan los parques de gargantas.

Traía la lluvia en uno de sus senos.
Y en sus nucleos reconocía el eco de una langosta
al unirse a otra para convertirse
en plaga.

Provenía de los diluvios como los sonidos
que cuelgan de los relojes. Extraña en los diarios
de las brújulas, cuando en la piel son anunciados los
monasterios donde se asilan las supersticiones. El aliento
del sol, la raíz de un maleficio que examina las
agujas de manera sagrada.

Era una palabra buscada por lo sagrado.
Una corola donde giran como bucles las melenas.
Un espigón en el cual los farallones abandonan 
el dictado de la luz y alzan el alfabeto
de una misteriosa penumbra,
donde sella un quiste en el amanecer la magia.

Una que oprimía la soledad desde 
esotéricos balbuceos. Llena de saliva a veces, 
comprometida con los árboles y las centellas, tomada
del timpano y del redil con las sentencias de
una cuchara, bajo un hemisferio
de latigos, donde los
astros pierden
su circunferencia.

Mientras rotan en el infinito.














sábado, 11 de junio de 2016

Dos Figuras





Desde hace algùn tiempo estoy despierto. 

Extraños cabellos se han derramado por 
las paredes igual que ayer. Ningùn animal 
que habita esta casa pudo evitarlo.

Paralelamente los nombres de las piràmides
han caido de las alas de los cometas.

De una aleta provienen esta mañana
las noticias de extraños oasis o el escrito que
se sobrecoge en la brisa.

Grutas y paramos se conmocionan ante
la llegada de las chimeneas.

Reliquias de anilina zarpan de
una cuchara de hierba llevando una brizna.

Aquello que era manifestaciòn del 
granizo, reconoce en lejanas arenas una liana.

Oraciones de bosques se suman a las
del agua para unirse en un acertijo.

Los hombres se unen en los puentes ante
la llegada del amanecer.

Ondean los edificios y los rascacielos en
una distante silla.

Los sauces recuerdan la llegada a las piras
y los monasterios.

Estalactitas de algodòn cotejan un silencio
plagado de otros seres.

Estrellas como la luz y el hipotalamo
caen de un regimen de vidrio y màs allà de 
la hoja un sabueso construye su
hialino parlamento
alimentado solamente de polen.

Desde hace algùn tiempo este color azul
escribiendo en la penumbra,
en el monòlogo  de un corazòn vociferando 
en una mandibula o en esa figura donde el frìo de
un invierno  en el atardecer
humedece un higo.

Y tambièn la figura de un pico del ave 
que este instante lo devora.

Dos figuras con las que indefinible e 
irreparablemente empezarè mi recorrido hacia
la noche.










Los Cipreses Amarillos





Hoy el cipres debe ser amarillo y ello
por los crepùsculos atados a los nudos de
las ramas
y segùn las cabelleras, por las propiedades
de un fruto que regresa al 
corazòn bajo un gorjeo de aves, errante en 
su inmensa copa. 

Pero hoy el cipres debe ser tambièn una amapola
y algo en mì, me dice que debo decirlo 
pacientemente
para llegar a sus cualidades
como lo hace la intensidad en las cosas, por
ejemplo. 

-hay una conexiòn entre el àrbol y mi espìritu
que desconozco-

Y no obstante los rigores del frìo, el cipres es
amarillo para imaginarse por si mismo sin 
necesidad en estas palabras o las lupas donde 
sueña con insolitos vaivenes. Pero esas
son otras imagenes.

Hoy que la luna se detiene en un pozo y los clavos
crucifican extraños troncos y raices
escarbando en los corales de algo,  
algo como un resplandor o un paraguas.

Hoy los edificios y los escalofrìos tomando 
el ritual
del solsticio, examinado por un litro de 
esporas o los niños que anuncian
versiones llenas de mareas para
desvanecerse.

Y en esa versiòn de un niño desvaneciendose,
en esas pàginas que recorren los
lagos para lograr ubicarlos
existe un tallo devorando los frutos
de los zocalos,
del limbo cayendo de los teatros,
cuando la noche representa màs que azules
y el mundo que sigue al fervor, es
siempre proclive a la radioactividad y los
suburbios,
a los alfabetos que devastan idiomas
como un ancla -esta vez- en el insomne
silencio del lenguaje bajo la
superficie del mar.


Hoy el cipres, pero tambièn la boveda,
los pilones y las baquetas,
el humo deteniendo un objeto por sus raices,
el canto de oxigeno
presionando su acustica, su capitulo de 
flanco en las elipses,
sus brillos sin astronomìas y tambièn el
exodo en los bosques,
donde palabras esmeraldas son poco
o mucho para una silueta.

Y se desvanece con el mismo rigor que
un niño al representar versiones de diluvios
en los pètalos  -igual que los cipreces- amarillos 
de la arena.












viernes, 10 de junio de 2016

Las Teorìas Secretas







Una forma de involucrarse segùn la ciencia
y las teorìas secretas de los telèfonos.

Una que silenciosamente desentierra idolos
en los juguetes, cuando el peso de los galeones
recuerda la mistica de una cebra ahogada
en el mar.

Otra manera de llamar a la aquiescencia o de
estrellarse contra una cigarra
que elabora jinetes de barro en lo màs profundo
del jardìn, por la noche.

Una donde los circulos esconden sus
cabellos y los àrboles violetas determinan el matìz
de sus melenas en una esquina de nieve y de 
virreyes.
De soplos.
De encierros segùn los opuestos en los cuales
una aguja es soldada a otra hasta 
formar los rieles o las 
corazas.

-son millones de agujas que deben ser soldadas-

Una forma donde existan opuestos en las legañas
y las hipotesis sean de los
astros desgarrando el brillo de aquello que puede ser
lejano.

Que no se describe a si mismo con tan sòlo mostrar
una de sus figuras.
Uno de sus veleros.
Uno de esos encantamientos que -en intenciòn-
encuentran los animales
encerrados en los 
coros
o las cintas que a veces regresan de la lluvia
con intensidades de plomo y escarcha
sin una razòn.

Una forma que pueda recorrer los circuitos con
inocencias de hambre arrancadas a la niebla o los
verbos traficando en un monòlogo.

Que no trascienda ni comulgue con las ruinas
de una avenida donde las reencarnaciones toman
el camino de las playas.

Para encontrar a los peces.










El Nùmero de las Hojas






El nùmero de las hojas es el mismo.
Tienen una sombra plateada como la que
poseen los àrboles.
A veces son semejantes a pàjaros atonitos 
o verdes.
En sus pensamientos hay una flor digerida
por las ramas.
En sus metabolismos hay un corcel 
con perimetros de luz abandonados a la
yesca
a los pumas y las herraduras
a las canciones y perdigones que se
oprimen
a las efigies desesperadas en el pecho.

El nùmero de las hojas es el mismo, pero
no siempre es igual al del caballo y mucho 
menos a las luces que crean espigas
en algùn punto de las sienes
donde las corazonadas no son
iguales a una sospecha y veo asi
sometida la transparencia del
preludio a otro fervor.

A uno que desconozco.

Entonces
iguales a un camello
encuentran grillos en el hidrogeno y en 
las inmensidades de los aminoacidos
deciden representar una cabaña
donde los manantiales
son de cera.

Asi llegan a la plastilina.
A una especie de humedad.
A las ventanas que yerran ciegas entre
las mandibulas.
A los pasos de un ser en la rama mientras
creaba daguerrotipos. Junto al tàlamo.
En los nombres de los obeliscos
y las porcelanas, en la demasiada
fortaleza de los puntos antes de 
llegar a los hidrocarburos
con un lenguaje donde
sòlo se tiende la silueta del vapor
que se eleva a la atmosfera. No
hay otra.

El nùmero de las hojas posee un craneo
y de manera diametral encierran el
deseo en las fintas de un poema
que sabe de bozales.

Pero el nùmero de las hojas es
tambièn infinito.

Lo infinito -debo añadir- es una hoja 
o un objeto que se separa de los àrboles.

Buscando las nervaduras o los 
parpados.

-a veces da igual-

De una chimenea girando a las imagenes
del oceano.











jueves, 9 de junio de 2016

El Dìa





El dìa y el asfalto colocado en el àrbol
donde una malla de gas es sujetada por el helio.

El dìa y en èl los latigos, las cenizas de un barco
ebrio de hemistiquios y toxinas, de violines,
de baules que siguen a la sangre cuando traza lo
pristino sin necesidad de incrustarse en la arena
o en los ojos.

El dìa, pero no el dìa que amarro al silencio de 
una gruta, ni el dìa que pregunta en el diàlogo por
las narraciones que el vilo posa como un enunciado
ligado a los mentones y los hematomas de los
hilos.

Aquel que no es una medusa ni una anemona, pero
igualmente radica en los pulmones con sus hebras
de platino.

El dìa abstracto, como -en ocasiones- la plastilina 
en mis sienes. Digo es ocasiones para no alterar
el sonido de los ecos en los perdigones.

-esos que son tan lejanos-

El dìa -no este- que se arrodilla en las cascaras y 
sueña en los platanos, bajo temporadas de hipotenusas
y medanos, que dejan en la tierra las dagas con
que seguramente este otoño degollarà un
heliotropo.

El dìa junto a los esquimales que besan ese 
heliotropo.

El dìa, pero no el que se coloca en la puerta de
esta casa, donde se ahogan los aeroplanos con
botellas de mistica y las fauces parecen ser aùn
de las panteras, amenazadas por dioses de 
alambre, desde alguna extraña 
perspectiva.

El dìa y el pavimento, colocados en una urna 
y en contra el dibujo de un murcielago colorado,
proveniente de un aura a base de golpes y
conocimentos que descienden de lo urbano
con una caravana de ciegos indicando
el extasis abdominal de las hecatombes.

De los diluvios.

-y por cierto-

De los leviathanes alimentados aùn por las
penìnsulas y las banderas.







miércoles, 8 de junio de 2016

Fragmentos





Los barcos enseñaban sus fotografìas
entre los imanes.
Nombres de brisas elegìan en el viento
sus hemiciclos.
Buscaba un hilo, mientras el dìa se sumaba
a las helices.

Sustantivos y casas para el lenguaje de
las bovedas.

Historias en una huella de anuncios
con apariencias legendarias.
La distancia de un dragòn colocada en
la vida de los tulipanes.

Idolos con un peso de luz entre los elementos
y en alguna existencia, ademàs todo gesto 
convertido en hambre.

Escencias de nieve en una cabellera, donde
las boinas desertaban hacia 
los juguetes, inventando un universo en el
cual se organizaban los plasticos.

El comportamiento del agua en las casas
donde inflexiones de sueños
son tomados por un tallo, pero la vida de
un tallo suele darse sòlo entre veneraciones
de acrilico.

En anuncios de alamos.

Donde las mascaras se entregan a un idioma
encerrado en la desvanecencia de 
una luz, que materializa los fondos de
una caverna, degollada nuevamente
en el lenguaje.

Los barcos enseñaban sus radiografìas.
Los nombres mostraban sus idolos entre casas
donde los maleficios aprendieron a separarse
de las cosas continuas al sol o los
despliegues de una resaca
destruyendo las estelas fragmentadas por 
las mareas.

Y el hombre aqui.

El hombre pensando que cada fragmento es
un idolo.














Las Cenizas entre los Humeros





Este atardecer serà como una voz siguiendo
toda secuencias de la linfa, cuando hunde cometas
y el viento de lejos, parece despertar un atlas.

Pero yo deberìa dormir como una pregunta en 
las luces, cuando llegan las tinieblas del pàjaro y
algunas circunstancias de hule son insomnes en 
el pelo.

Yo deberìa encontrarme con los senos de las 
flores, empujar a las jarcias contra este otoño de 
leche, donde sufren en el pavimento, las alcantarillas.

Yo deberìa encontrarme con las ubres, antes
que el color del lunar muestre sus contrarios y las
cosas amarillas sean ludicas y electricas.

Esta tarde todo serà como un astro en la urna
a la cual regresan los vilos, despertando un ala
o los nucleos que oprimen los bosques.

Este atardecer con universos de atalayas, con
uñas tomadas de las puas y de las bocas uniendose
en una montaña de grevas en los alfileres.

En los dormitorios donde es infinita la estampa
de brea, donde llego al plastico sin ningun prodigio
de arena, por màs que la orilla duerma ligera.

Por màs que los reflejos regresen a los oboes
con evocaciones de extrañas naturalezas, donde el
oceano tirita en los escalofrìos del medano
al cruzar la orilla.

De esa orilla porque es cervical.

Y  de los sueños porque llevan en sus estelas 
la dimensiòn que recorriò algun atardecer el jadeo
con el cual recogìan sus cenizas los humeros.
















Poema





Era la palabra. Como un semidios o
un bajorrelieve en las entrañas, donde un
espectro colgaba en el dìa una braza, 
una particula, una celula desprendiendose
del mito en el cual era errante; errante como
en el universo un otoño, antes de ser 
arrojado a la realidad.

Como un sino de telescopios y barcazas
flotando en una casa de peces o el ayuno de
sacerdotes amarillos en el agua, mientras
el oceano dibuja sus primeros coloquios;uno
de ellos se dirije al papel por la noche.

Moradas y lunas de garrochas, el paso
violeta otra vez del asteroide y un confìn de
inercia hacia el cual viajan los destellos
con su infancia de helecho en las selvas
y la adolescencia del gorjeo en el cemento.
La juventud vendrìa a ser de los cometas.

Era la palabra. Su silueta encarna por el dìa
los promontorios, donde venenos y torres
viajan por el dìa, hacia escalas incandescentes
de planos y presentes, con ejemplares que la
mistica incendia en sus sueños, entre los
màs remotos reductos del verano.

Era la palabra. Con un dìa de bosques, donde
el sol desciende del hemisferio para ocultarse 
en el cuello, rodeado de botellas y cisnes.







El Paladar de los Màstiles






Oìgo en la hoja.
En los màstiles formando su paladar.
En los arciprestes que flotan a destiempo en su nuca.
En las manchas del agua mientras el destino 
anuncia flores antiguas entre lo
milenario
disecadas o señaladas por las agujas que regresan
de un craneo, entre los mandamientos y
ofertorios.

Oigo.
No es precisamente el mundo que esperaba.
Pero no tiene porque serlo. Lo que se aguarda suele
ser la continuaciòn de un menguante, 
la flexibilidad de un cuerpo para
llegar a la luna por la tarde
cuando un punto es sexual como el polen
cuando es dificil encontrar esa luna por la tarde
y la misma intenta tensarse, agitandose 
entre cartones y hemisfericos 
pesos.

Lo que se espera es sòlo es un marco, donde
las galeras cuelgan un territorio de zinc
en las olas, llenas de azufre y 
conjuntos de avispas.

Tambièn observo.
Desde el interior de un zoologico veo la parte
azul de los animales. El desplazamiento de
mitones de azucar en su pulso, el
lumen o la intensidad de este 
otoño en que los
hormigueros
son univocos, semejantes en ello a otro sentido que llega
del agua.

Y donde las cosas corresponden silenciosamente a 
aquello que vive debajo de los liquidos.

Formando sus cadenas.






martes, 7 de junio de 2016

Civilizaciones de Aves





Mi casa es de aceite.
No tengo nada contra ella, pero a veces pienso
en que debiò haber crecido entre parpados
y tallos. Eso alejarìa la visiòn de una
casa con paredes y suelos
de aceite. Pero, en què la convertirìa.

Asi tal cosa es imposible.
Y en mi casa sòlo hay lunas y adobes para
edificar supersticiones que por la mañana recogen
los buhos. 

En sus habitaciones sòlo existen
rasgos donde un periodico examina
carbones, como si ello
fuera un objeto 
màs
perteneciente a una historia, donde se abandona
el conocimiento de una civilizaciòn
con garfios en el rostro
e inmensas industrias quemando fosiles y se elige
aquella cuyos similes se asemejan al
estro en un instante ebrio de fosforescencia en
sus pètalos.

En sus superficies donde los motines se parecen
al hambre.

En sus suburbios donde el origen del oceano puede
ser marginal como un àrbol.

-todo àrbol lo es-

En sus copas, civilizaciones de aves existen
decapitandose.