jueves, 21 de abril de 2016

Versiòn de un Suburbio







El mar forma los dormitorios.
El mar que ya habìamos visto en el 
color de los cometas y la balada que enjuaga
sus sortijas junto a un màstil.

Construcciones que rasgan con sus siluetas
las orillas de un continente en el hemisferio.
Una regiòn del fosforo.

Alabastros como diamantes en los sentidos
de la liebre percibiendo las quimeras.

Habitaciones que no seràn para siempre.
El olvido y la memoria como un evento que transfigura
entre caminos de sirtes.

Metamorfosis iguales a la lluvia que cayendo al
suelo alcanza al barro. Notas de ese barro 
llevados en los picos de las aves.

Luces de congresos donde las espinas
son barajas irremediables, que buscan un solsticio
conquistado por los naipes.

-tambièn luces de ensueño en los parlamentos-

Estelas que tocan esos naipes.
Que entre semillas y cauchos colocan la direcciòn
de un abrevadero, huyendo del amanecer 
hacia las dagas.

Estilisticas que doran las particulas de las sombras
junto a un horror que inspira otros nombres.

Violetas encrespandose en la polvora de los latigos
y verdugos bajo la hojarasca de niquel.

Flotas de gurbiones y veleros encendiendo
el pavimento del pañuelo con una fogata de acido.
Con una antorcha que lleva encerrados en su
yesca, cefiros. 

Extraños movimientos de una casa rodeada de
aparatos, de juicios industriales derramados por
los tejidos de la misma.

Cuerpos en lontananzas que figuran dentro de
una expediciòn a los tapires y los circulos de lana.

Manuscritos con una sensibilidad de tahur ante un
semaforo, con esquinas que besan lo cotidiano llenas
de forenses alientos.

Destellos de artropodos creciendo en una bandera
junto a los coloquios de los buhos. Mamiferos de sal
en los medanos donde reposa un alicate.

O una armonìa de hierro eternamente separando los
zocalos de las trayectorias.

Y la idolatrìa de los ozonos, al llegar al aceite. 















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