miércoles, 20 de abril de 2016

Las Brùjulas que Giran







Mi deseo era escribir de una mujer que tuviera un hilo
de vidrio en sus celulas.

Que hubiera descubierto en su pelo una forma
de metafisica con la cual se puede viajar por las boinas.
Anhelaba que nunca mostrarà el nombre de su
metafisica ni sus mesas de agua, pero igualmente anhelaba.
Mi deseo era verla en el interior del oxigeno
con una linterna de psicodelias convocando a los
himnos de las azucenas.

Mi deseo era un limòn conquistado por el hielo.

Anhelaba que ella sumergiera las cortinas como 
algunas cosas de la naturaleza lo hacen en sus lapsos.
Asi, creo que que el diluvio serìa un lapso.
Y ella lo tomarìa desde esa forma con que terminan 
los objetos. Es decir arrojandolo al mundo semejante 
a como lo hace el oceano.

-por otra partesè que hay seres en la arena cuyo destino 
destino es esperar un diluvio.

Anhelaba ver sus pasos suspendidos en las ramas de un 
àrbol. Un àrbol mesopotamico digamos.
Querìa observar la forma en que saltaba de àrbol a àrbol
ya que en los parques de nuestra ciudad no existen lianas
ni telefericos. A lo sumo lo ùnico que hay en ellas, son
periscopios.

Cùal es el sentido me preguntaba y ella tambièn se lo
preguntaba, de un periscopio en las ramas.

-no es el sentido que proviene del amor, el amor es
otra cabaña-

Mi deseo era cuantico.
Particular en una mesa de plantigrados donde
el bronce justifica los teatros.
Cervical en la miscelanea de sus poleas.
Derivado del fuego y las colinas donde los astros
tejen en los adobes, rodillas y
espeleologos.

El deseo en ella llevaba eucaliptos e hidrogenos 
como los que suceden en un parpado o el ejercicio de la membrana
escenificada por un cetro de colonias en las manos.

Querìa ver una mujer en la experiencia del alheli
semidormido en el lomo de un jabalì. Querìa ver en 
aquella mujer el evento de esa palabra
donde se reconocen señales de una tijera. Me acerquè 
a ella buscando el nombre de la sal y los laboratorios.

Oì en su boca el sonido de las desembocaduras en los ecos
mientras retomaban la caminata a un gorro.

Comprendì que el mar era una manifestaciòn de aquello que
en si mismo se agita desgarrado.

Dormì toda una tarde pensando que ese sueño me 
llevarìa a los suyos. Pensè que de esa manera
podrìa comprender los mìos.

Pero eso fue inutil.

Al final, intento seguir escribiendo de una mujer que vive
en las ramas.

Entre interiores de extrañas metafisicas que viajan 
entre las boinas.

Acompañada de brùjulas que giran.








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