miércoles, 20 de abril de 2016

El Calor en Las Cigarras






Una de las imagenes pregunta por el àrbol.
Una que llego de los pezones con una selva de leche.
Una de ellas como si se tratara de un antropofago
o un lugar constituido por quimicas.
Que existe por pedazos y ofrece la existencia a la cera en
las estelas de un molino, abierto por coreografìas.
Por sumas elementales de nieve en un sistema de osos en
las orillas de una lengua.

Yo pienso en esos sistemas de osos, en la piel que fue
cristalizada por la noche, hasta llegar a un azul 
de castillos, de perdigones que caminan hacia el viento
con rafagas de pinos y ecuestres seres que cabalgan
tocando el aire en sus herraduras por un instante.

Una de las imagenes, pero no es una que llega de las ferias
ni los relojes que un circo delimita en los perimetros de un
deseo, tampoco el recuerdo de las cupulas en una
historia astral e itinerante de porcelanas dividiendose en los
colores del mundo tomados por una astrofisica
hasta convertirse en hojarasca.

No es esa imagen que nos señala colores del cefiro entre
sus estadios ni presiona las bocanadas de aceite en un lunar
de madera ubicado al norte del pelo lleno de sortijas
y blandas sacudidas de cofres.

No es tampoco el espacio donde las torres reconocen el
lado transparente de su mitografìa y el hambre es palida como
una estela de niño en el oceano, recordando los paramos
de esa inocencia que colgamos de los sauces.

Una de las imagenes. No es la de un baul sobre la
sensualidad de un planeta que se derrite en el sol escondido
en las piedras por la noche.

De las cuales toma el calor una cigarra.







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