domingo, 17 de abril de 2016

Periscopios






Una palabra. El desnudo de sus ecos es una bocina.
Una hoja, tambièn desnudàndose como si ello fuera todo
o los almanaques recorrieran suburbios ebrios de mascaras
y explicaciones. La interrogante se acerca al oceano
convertida en dialectica y jabalì.

Una palabra, en  ellas todos los espejos caminan hacia un
animal, en ella todos los animales se arrastran hacia la noche
donde una figura transporta el destino de los muelles hacia un
orden lejano y antiguo por donde cae de la estaca un
valle que no lleva rigores, pero tampoco es de voces que
pertenecen a los platanos.

Soplos de sal, fabricas nocturnas de helio donde la intensidad
recoge el tempano y el azafràn, el subterfugio y la raza, la ley
de una nostalgia envuelta por vapores de trenes, en dìas
que son de leche como las arquitecturas rosadas. 

Una palabra. En ella la castidad y el soplo son un anuncio de
los puertos, de los muelles con agujas inasibles en la boca,
apuntando a dromedarios y desdecimientos que casi siempre
fijaron la hora de los limbos para rematarnos o decirnos que 
màs allà de este cuello hay un himno que es de sangre.

Una. En ella el brillo es demostrado por las bovedas y en las
direcciones de extraños planetas, la vanguardia de tus hilos
entreteje las cosas derrotadas que escriben las urnas entre las
maderas, con grandes oceanos de petroleo... La idea. Casi fija
y elemental se libera entre regiones de truenos, donde las
iguanas inventan finalmente una radio.

Turbas de alas, planeadores en seco en una mejilla. Dosis
de acuarios cuyas siluetas fijan helipuertos de polen y
transfiguraciones en una cuchara, acaso incluso la muerte
incrustada en las manadas del sur con raices enlazadas
al eter tenga algo que decirnos al respecto.

Sì, ya sè que las iguanas inventaron las radios. Que las
arañas oficializaron el estilo de los nombres en un parque,
que incluso nos detuvimos entre alientos de polvora,
para tener la memoria exacta de los perdigones.

Y recorrer con ellos pequeños espacios, diminutas lenguas,
donde la luna bate lo nocturno para trazar sus periscopios.







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