lunes, 11 de abril de 2016

Poema








Tambièn el cruxifijo.
La hora estelar del cuchillo y la flor
en el interior de un dragaminas.
Tambièn la flor aprendiendo
de los apèndices.
De aquello que es subyaciente encima
de los hombros
llenos de escalofrìos de trineos
dimensionados por 
fluorescentes.

Y el esquema de plastico
con una nube irregular espoloneada
por un calìz. 
Por un torno.
Por esos troquelados de barro que
simplifican los sonidos de una campana
para incluir en la locura a todas
las calles
-sin excepciòn-
y todas pertenecen al delirio sin 
necesidad de una goleta ni un cartucho,
sin necesidad de un àrbol o una
profecìa que se derrame.

Y tambièn el horno,
El papel estival del sortilegio.
El presente del aeroplano en un 
departamento calzado por los asteroides.
Sobre todo aquellos que rasgaron una y otra
vez el universo con un pulso que nunca
perteneciò a las multitudes.

Tambièn el cruxifijo. 
Un altar.
La proeza de una mariposa hecha de 
sangre que alimentamos con nuestra
piel despuès de la tarde. 
La proeza de un escarabajo que
se desvaneciò en las sienes
y siguiò dibujando en ellas
veleros de perdigones y atlas.

Sì, el atlas.
La yugular de una luz abierta por
el cefiro.
La rafaga de un cefiro con puntos
irracionales, para que las refrigeradoras
llegaran heladas al alba.
Frìas.

Como este sòl, sì, como este sol
ahora que buscamos nuestro oraculo
en las entrañas de los marsupiales.

Y sòlo encontramos la sensaciòn de
su cuerpo.

















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