jueves, 14 de abril de 2016

La Identidad de la Fiebre





La casa està llena de termometros.
Yo quise escribir en ella una historia pero las
puertas eran evanescentes y el sueño en sus relieves 
dormìa entre temporadas que hoy encuentran sus
estelas en el frìo de los perdigones.

Las cabelleras ascendìan al lado de la gimnasia
con una arena delirante, graficada por territorios donde
por la noche terminan sus ciclos los suicidas.

Sus muros estàn llenas de oraciones que llegaron
de las estepas, entre sales puntiagudas y acidos formados
por el sudor de los purpuras.

La casa que se ciega en los patibulos.
Que ofrece una cascara de nervios al rehen.
Que es un suburbio para la conmociòn y un margen donde
un lustro que podrìan llamarse razòn deja de llamar al velo y un
mago dotado de uñas se encadena a la lumbre
por causas que son inexplicables. 

La casa que busca desde lo grisaceo.
Con apariencias de realidad en sus formas.
Llena de efigies como los alfabetos. Entrenada en el ocaso
donde la nieve conjura otros tallos de petroleo.
La casa invadida de bengalas que 
dialogan.
De sacrificios que relatan.
De posesiones que se mentalizan en los pasos que 
daràn y las direcciones que tomaràn  para lograr contemplar 
todo aquello que es perpetuado por un latigo.
La casa que tambièn es de latidos.
De una herida en el caracter infinito de un instante, digamos.
De una herida en el brillo del yelmo donde ya antes 
se arrastraron hacia las imagenes los cuerpos, los
nombres que los mantenìan atados
a la tierra aùn son manifestados
en ellos como simples 
cigueñas 
que enseñan sin sentido alguno a los cefiros
sus salvoconductos.

Como si aquellos pudieran encontrar la identidad de
su fiebre.

Cuando sabemos que los cefiros, sòlo se dedican a 
vagar por la tierra.









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