jueves, 2 de julio de 2015

Desiertos de Nieve






La noche digestiva.
Llena de plantas herviboras,
-eso es tautológico-
y metatarsos, ebria de libidos y antropomorfismos,
con reposos de herraduras e incendios
de cera.

La noche como un instrumento.
Como algo marino y boreal debajo del oceano,
exigencia del mar y la experiencia derivada del
hidrógeno al cultivar relojes.

Y a veces; movimiento natural de piedra,
donde los planetas despliegan una astrología que
rotaría a la llegada de los peces.

Esa llegada de los peces alejada de los hombres.
Con relojes de hidrógeno entre sus límites y 
fronteras de polen, llena de catarsis por
algún recuerdo del granizo.

La noche que nunca alcanza la luz verde
del semáforo.

La noche.
Entre ella y los hombres existe un megaterio
y los minerales progresan bajo la anestesia de una
libélula.

Los minerales progresan entre espigones que 
podemos aplicar a conjuntos de 
anillos.

Y volvemos a reiterarlo, la noche digestiva, 
civil. Llena de contrabajos,
latifundista y ordenada por un poema según
las ilustraciones del marfil en un ancla.

Rigida, a veces ornamental como la belleza.
En otras, nada más que ornamental,
llevando el ritmo de pleamares
y mareas; un ritmo que bajo
una desconocida intensidad 
recorrería este sur de cal
y misioneros
de aletas
y pavimentos que logramos deshollinar.

Donde la miscelanea se ordena en un
desierto que es de hielo.

Igual que la nieve.


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