viernes, 30 de octubre de 2015

Llegada a lo Irreal





Los àrboles pasan.
Detràs de ellos los asteroides del ojo.
La silueta de un esbozo, asi que tenemos una
pregunta de hierba para los animales. Un acento 
en el matìz se curva. Nace un prolegòmeno.
La lluvia del ocaso recoge un protocolo
de la arena, junto a ello la nociòn de
una estrella que duerme en la bahìa.

Peninsulas, muelles que esta vez caminan al
mar con una sola palabra.
-el nombre es tambìèn uno en los labios-
Brota un exordio, la campana del agua cita
uniformes de sueño en las colinas; èstas llegan como
un eco.

Flautas de vanguardias, como incendios que dejan 
sus labios entre la luz. Esporas abandonadas en un calendario.
Las mismas acontecen.

Muerde el dìa la escena de la apariencia. Observamos la
fortuna de un sepulcro en un coeficiente de araña. Vemos el
pigmento de un ferrocarril cruzando los umbrales.

El eter vuelve a ser de nieve, citas de estigmas sobre
una hebra. Generaciones de mejillas y libelulas exactas con
un trazo de frascos en su nuca.

Los àrboles pasan. Hubo una vez una reja.
Un circuito de alambres entre la poesìa.
Existiò hace mucho una brisa de metal que se reencarnaba
a cada instante en el polvo, entre barros que
desenterraban alabastros.

Entre cenizas que como relampagos se astillan en los
pendulos.

Existiò una ciudad que sobre arcanos regueros se marchitaba.

Sòlo para llegar a lo irreal.








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