sábado, 10 de octubre de 2015
El Vuelo de las Sirtes
El palacio de ambar incrustado en un soplo.
La noche de efigies en una bolichera de granizo
y pieles sumergidas.
La brisa juntandose a la piel en el muerdago.
La visión de una bengala en el pecho, llegando
del infinito para despertar el latido.
Ese latido que duerme bajo voces de ceniza.
Ese diamante en el oxigeno y sobre su silueta el
batir del ala de una libelula.
El mar descolgandose de la noche para llegar
al oceano. El juicio del alga en una vela.
Los aerodromos. En ellos una rompiente de sufijos.
Un plano de escolleras y los bordes donde
la intensidad quema el limbo y
los travesaños de la yesca que acaso como un rito
desnuda la magia y lo desconocido,
el trapecio de coral sobre maquinarias de bronce.
Mi peso industrial, conmemorando tan sólo
por mis sienes.
Mi peso de hilación y tejido, como los que imagina
una araña en el higado.
El palacio de ambar incrustado en un soplo.
La caleta del sur donde los pelicanos vuelven con
sus alas llenas de cera.
El cielo de plastilina para que se queden varados
los barcos.
El paso del tiempo y los labradores de flautas.
El recogimiento de ese sonido en la percusión con
algo elemental en la carne, igual a un cometa o como
un dragón emplumado que se eleva de las sirtes.
El papiro del barro y después los anuncios
de un dios de vilo horadando en las sentinas.
La maquinaría del sueño cuando crece una aguja.
Esa maquinaría donde la existencia encuentra
una hoguera, un placido dominio de travesaños
y overoles, en ellos la grasa o el imperio de una
superficie dotada de palabras.
El palacio de ambar ahora que un eje despierta
entre los molinos.
Y estamos allí.
Observando como se convierte en helice.
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