miércoles, 14 de octubre de 2015

El Izar del Muerdago





Soledad de algunas esquinas iguales a heraldos.
Nuestros pasos en ella semejantes a otros.
Ahora setiembre posa un color de enigma
en ellos; la época que se iza nos busca
en los muerdagos.

Extraños los árboles que no nos pertenecen.

Silenciosos los pasos del abismo donde
hallamos un ancla llena de ejes y rastreamos
el sol a través de una campana negra.

Inviernos que languidos forman una escultura
entre granizos de porcelana,
enigmaticos paisajes que traen el calor de una
flor en los dientes.

Nace el fosforo sobre el pavimento.
La hipotesis del mar en la albufera cobra mas
fuerza, ahora que los acantilados se pudren.
Pero igualmente, desconocemos.

-desconocer es la longitud y latitud de todo lo
que hacemos, también es el verbo-

Espíritus de bronce junto a una columna
despliegan la exacta velocidad del espacio.

Historias como el agua y el ayuno regresan al
extasis.

Jardines de plomo recorren debajo de las superficies
con su olor a rayo.

Se desnudan los ángulos en las improntas.

Esa misma desnudez sube a la forma acompañada
de muestrarios; todos son de barro.

Mastodontes como el papel y la reliquia
recorren silenciosas ventanas
donde una cortina ondula su textura hasta
crear un pliegue.

Es lejano nuevamente el movimiento.

El tono de la apariencia junto a un caño; el lampo
perpetuado en alguna aparición.

Solitarios nichos junto al mastil donde un hombre 
vive ocupado con alguna palabra.

Día de esquirlas en una parádoja.

Plantaciones de espuma en el aliento; cada una 
formada por paises en la garganta.

Raices de plataformas e iridios.

Páginas de barro como un obelisco donde sólo
sólo su sombra vuelve a los contenidos del mar con
un finisimo hilo; el mismo es liquido.

Diminuta ceremonia frente al mar que desde la razón
nos lo devuelve.

Y algo silencioso como la vida en nuestro espíritu 
lo sella.








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