viernes, 16 de octubre de 2015
El Violín del Leopardo
Desde que el leopardo atravesó la puerta
nada es lo mismo. El reloj detuvo su movimiento,
los objetos fueron abriendose paso en el espacio
hasta llegar a la otra habitación. Los astros
que habitaban ese mismo espacio desaparecieron.
Las reliquias volvieron a adquirir existencia de
brujulas.
Desde que el leopardo cruzó la puerta, el hemisferio
que cubre esta casa dejó de pensar en los límites.
La naturaleza que lo contemplaba todo, pensó
en el sentido de esa contemplación cuando se duerme
y no hay goletas ni nombres rosados que cruzar
o soñar, no hay caminatas con cuestas ni erigires
o el sur de los filos con una cabellera que sigue
oceanos emplumados de extrañas aristas como
los que poseen los filamentos.
Dioses de escamas en una de las mesas donde nace
un predicado de hierbas con el periodico mineral
de un escrutinio. Dioses que hablan de lenguajes
en el interior de la saliva acompañados de nombres
identicos a los que forman un dique en el instante
que sus ojos forman un reino disipandose entre
las sombras de los muelles.
Luces y palabras de mar suspendidas en el pelo, desde
que un jaguar atravesó esta puerta hay meandros y
cirros, esquirlas que desprendense de una espoleta,
maniobras de gas en los rincones donde el aura ofrecía
un sitio profundo a las raices.
Partes de barro, colores en sueños que nos ciegan.
Y desde ese momento que el leopardo pasó a habitar
este lugar, el violín que sonaba en ella no es el mismo.
Ningun objeto entre la realidad puede imitar un rugido.
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