viernes, 16 de octubre de 2015
El Arbol
Este àrbol se ha suspendido lo mismo que el silencio
de un vuelo.
El vuelo es llevado por el ave.
Lo que se suspende por el recogimiento.
Intentarè apartar el vuelo del ave.
Pensare en èl con intensidad para asi llegar a lo desconocido.
Olvidarè el ave de modo que pueda descender y
caminar por los puentes, manejar un utensilio o saludar a los hombres.
Pero este àrbol del cual parte el poema està hecho de madera.
Se traslada entre emanaciones.
En su interior los pianos yerran como luciernagas.
Este àrbol en el cual separamos el vuelo de la criatura que la
forma hasta llegar a aquel que por si mismo nos narre su leyenda.
Su mitologìa al pie del mar donde las ostras casi logran
ser inasibles.
Donde los barcos son palidos antes de tocar el azul.
Donde las cosas se inmolan en la epifanía.
Este àrbol donde un nombre grabado no nos da la consistencia
de una existencia, tan sòlo nos habla de un nombre en general que
fue grabado aquì. Sellado aquí.
Asi que yo no grabaré el mío.
Yo iré a una tienda y volveré a los parques.
Me sentaré en las pistas. Hablaré con la brea de noche.
Propiciaré -de ser posible- incursiones al pavimento.
Grabar un nombre en los árboles...
Esa era una pretensión de cuando existían motivos incluso para
llegar hasta las algas. Escribir una ecuación. Vivir pulseando
una parabola, una ideología que podría ser ecuestre o
poseer latitudes digamos.
Este árbol se ha suspendido lo mismo que la soledad de su
vuelo.
De ello es capaz por el vuelo.
Por las cosas que de día y de noche se suspenden.
De ello ahora que cubre todo el hemisferio de modo que todo
ese hemisferio es sólo un árbol.
Y las condiciones para que se desplieguen las ramas
de él son imposibles.
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