viernes, 11 de septiembre de 2015

Tradiciòn




El hombre reflexiona en las palabras.

Reconoce en ellas algo concreto; una ciudad,
un oboe metafìsico.

Reflexiona en esas palabras, pero eso no quiere 
decir que exista equilibrado en ellas, para ello es
indispensable la distancia, el peso del espacio.

Pero distancia y espacio no son lo mismo y en ello
coinciden tambièn los tambores y ciertas alegorìas
creadas en las grutas del aire por los murcielagos.

Sin embargo el hombre debe volver a reflexionar en 
esas palabras -todas parecen polisemicas- tienen una 
posibilidad, pero eso los hace vulnerables.

Y ese hombre reconoce un pendiente por el cual
todas las cosas se transforman en dije, en sala hermafrodita,
en canciòn de araña desde el centro de una emanaciòn
con un residente llamado humanidad, cuerpo de nieve, pero
no como algo relativo al idilio nacido bajo las cuerdas
del invierno.

El hombre reconoce en su pisada las vueltas que da
el mundo en la punta de una aguja y se suspende sobre ello
sea la direcciòn que tome ahora que deja de alimentarse 
de un ancla, ahora que llega al mar, ofreciendo una
verticalidad, un olor a sacudida trayendo ejes de crepùsculos.

Y ese hombre medita en sus ojos.
Parecen automàticos, propios de ninguna conquista, tienen
un sudario, pero eso no significa que aguarda llegar a la
resurrecciòn, es sòlo una informaciòn del planeta que
habita y habitarà durante siglos.

Y que otros hombres 
-igual a èl cuando hablamos del poema-
lo llaman tradiciòn.




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