miércoles, 9 de septiembre de 2015
Horario de Animales
Escribimos desde una copa.
En la hora más antigua del acido y de
los animales.
Guiados por la gravedad de una soga o la
luz de un cuello siempre en los muelles, en los
elementos, en la escencia que deja de
personificar a las paredes.
En la luz mistificada de la nuca.
Bajo los ríos que asordandose en movimientos
de extrañas cabañas inundadas por relojes, crean sus
mundos.
Escribimos sin supuestos, asumiendo que
los crimenes son amarillos como la hojarasca
y en sus labios de esa hojarasca se despunta
una cadena nocturna que exalta las cenizas del
día en los craneos.
Seguros de que hemos cabalgado sin necesidad de
una sombra, buscando remitentes en los pantanos o la
existencia de una hechizo emplumado en la nieve,
compuestos de maquinas y ciclos con la
efervescencia, con el universo palido
de un atomo cuando abandona
la celula y un requien de adioses limpía las
balaustradas donde el corazón vuelve al jínete, al gitano,
a la estilización de los prados y los ligeros juguetes
que llevan por vocación sólo magma
más y más magma.
Escribimos desde los adjetivos o sin ellos.
Sin ninguna capacidad ni condición, sobrenaturales porque
siempre se tratrá de la palabra y su eufemismo, el verbo.
Dispuestos a dejar de recoger un papel.
Universales y descendientes de los ángulos.
Con cuatro paredes que acariciar siempre por la tarde.
Y con un dejo de parpados. Un silencioso sigzagueo
de parpados que inundan de figuras
los tejados.
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