lunes, 7 de septiembre de 2015

Poema





Era una ciudad, puede que logremos compararla
con un equilibrio, puede que cada una de sus calles posea
la nota de un paraguas, en la misma las manos descifran
los circulos de una bicicleta y las goletas de una belleza
anidada por la fiebre de una estela en la marea
recordando nuestros nombres y puede que hayamos
existido de manera fugaz en ella, rodeados de agua
y salitre, rodeados de uvas y semànticas, ajenos
totalmente a los paramos donde el racimo o la
conciencia con que el polvo alude a los zocalos en 
dìas de placas pertenecientes al fondo de la tierra, se
deciden por el tacto o las nebulosas, por la gravedad
o los ciclopes.

Era una ciudad y hay que imaginarla segùn la visiòn
de una ferula, comprendiendo en cada segundo la llegada
de la lluvia, imitando a los pinos cuando lo hacìan tambièn
los àrboles, despìdiendose de la inteligencia en cada
nube occidental impregnada de hombres, una mañana en 
que el hielo es tensado por la llegada de una gaviota.

Una ciudad, es posible todavìa que nuestros desenlaces sean
intactos en ella, que los dìas atraviesen su corazòn dejando
alguna arquitectura, que los jardines en ella fueron diseñados
para otro poema, cabe la duda por las verdades que en otro
tiempo sellò en sus ventanas y por la forma en que intenta
que sean actuales cabe -que duda cabe- un extraordinario
sigilo compuesto de iones en su metamorfosis, donde tù y 
yo inutilmente ansiamos -inutilmente ansiamos- las brujulas
que guìan a la oscuridad en las sombras.






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