domingo, 27 de septiembre de 2015

Ceremonia en el Alba




Era un alba.
Coincidió con la sensualidad en la hora
de las agujas y los tigres.
Contemplo la vida oriental de una hoja.
Vió en el semen del agua lo dinástico.
Vió la estación donde vuelves a imaginar, posar
un rostro.
Pensó como un talamo la historia del sueño
y de la espuma. Se junto a la catapulta.
Tuvo señales de helio.
Vivió concentrandose en la existencia azul
de una granja.
Imitó a los hangares. 
Elevó la estación del misterio un anochecer 
en las mandibulas.
Contuvo la estrella sobre la oralidad, el verbo
entre la tradición, el himno después de la humareda
descifrando algo de su vida entre nosotros.

Era el alba y poseía una cadena.
Un puerto, un jardín respondiendo al oxigeno.
Sembró en un inedito barco representando al aire.
Llamó a ese inedito barco con el nombre de navío.
Oyó por la noche el llamado de algo, justo cuando la 
brisa nos toma por nuestros humeros y la flor
es hermosa si se desangra.

Como una palabra en el desasimiento escribió
del irisarse, de la chimenea en los partos
de una alambrada, del pájaro de limón sobre
un espejismo.

Y esa alba fue al encuentro de la poesía abriendose
paso entre el aceite. 
Entre los decalogos de la fiebre en la hierba.
Ya en ese entonces volvía a meditar en la desfallecencia
del musgo en un trineo, en los pasos de un caballo
debajo del oceano.
Ya en ese entonces había abandonado de manera lineal
los buzones, el estilo
de una gema dejando ver su pubis.
Y las entrañas de esa ceremonia que es siempre sagrada
en ella.





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