miércoles, 9 de septiembre de 2015

Hecha de Hierro





Tù y yo. Las enredaderas.
El silencio reducido a una campana donde
sobrevuela una tijera y los reductos
de agua cimbrean ante el oceano con sus escalas de 
lluvias a la deriva; una que otra vez alguna escapa
de ese oceano.

Reductos que entonces arrancan rafagas de fuego al cielo.

Tù, yo. Ambos. Es un decir, estamos quietos. Tomemos 
la luz y luego caminemos hacia los uniformes, allì volveremos
a unirnos a los plasmas y entre reciprocos halos
seremos simultaneos hasta que uno de 
toque la sien del velo, el jiròn rojo del epitafio,
la curva de la insignia en el ala. Seràs tù quien lo
haga. Seré yo, quizá sólo descubramos la
intemperie de un nudo en la arena, la
soledad del incienzo en la escarcha.
Tu seno colgando de los acantilados como una
casa fantasmagorica donde eran conjuradas las nubes.

Y el vuelo?
La liana de yesca para no conquistar nada?
El plano domestico y sedentario de la brisa donde los
cuervos remecen con sus entrañas los interiores
de un pabellon en la orilla, allí los lagartos dialogan
con el mar sobre objetos disimulados entre
las crestas y cuando no, en las mareas.

Los lagartos...Ellos reconocen esas palabras.
Ellos saben que el tù y el yo son abrevaderos para 
los muelles, para las escolleras, para esas albuferas donde
los peines dejan de irradiar imanes para que volvamos
a ser desconocidos, adheridos a la realidad de
nuestros propios secretos.

Imanes, lo cual implica que en alguna noche de nuestro
universo, nuestra carne estuvo hecha de hierro.





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