Los Rieles de una Cabeza

Tenía una cabeza.
En ella un nucleo y a veces un tragamoneda -el lugar 
no tan indicado para separar al ser del hombre-
También era un craneo, que jamás podía ser suplantado
por un lirio -digamos- o caminatas de adoquines en la piel,
caminatas por donde siempre va el día, mostrándo esmaltes en
sus ojos. Unos ojos que escalonadamente
vuelven buscando un eco muy pequeño; bocamaza ó botadura
de reliquia y muelle, tejiendo en los bordados de apolo
elixires inutiles.

Yo veía a diario en esa cabeza más de un tranvía.
Pero me fueron seduciendo cosas arcanas...
Una apoplejía relativa al pacifico.
Una modificación de la costa a través de los años
para que los pasos por la orilla profetizaran que la misma
sería diferente. Pero era sólo una cuestión de tiempo
y de espacio. Asi que en vano profetizan los pasos


Poseía una cabeza y en ella un craneo.
Años de zoología y ruecas con cavernas.
Proverbialmente la exaltación llegó a ella.
Pudelando arzobispos y a la vez sonatas, la castidad
de una ribera en la lejanía que el oceano violentamente borra.

También poseía una mente.
La constituían neuronas. Algunos amantes cerebrales de 
la idea. Cranealmente todo esto formaba divisiones.

Era esmeralda y rojo como la sangre.
Difundía leyendas y se desintegraba en las nutrias.
En esos regimientos que sólo las más intimas
virtudes doblan en los peces.

Viví en tales costas porque estaba hecho de un craneo.
Me exilie juvenilmente entre bosques donde los cosacos
se dedicaban a cazar limones.

Yo y mi mente vivimos en esas formas hasta ver
en que punto del universo es quebrada la pureza.

Me bastó un reloj que siempre se disecaba en mi mesa.

Todo fue tan pausible, a base de sillas y algún remordimiento
ante la reminiscencia de un árbol.

Tuve una cabeza y el yo debía recordarla hasta la
llegada del craneo y por más dificil que puede ser para mi vida
o un tranvía.

Yo debía separar mi cuerpo de su nuca.

Y dejar que la llevaran los vagones.



Guillermo Paredes