jueves, 26 de junio de 2014
Textualidad
Tenemos un texto. Un método y la interpretación,
el cielo y lo proclive. El tiempo, los segmentos con
que un ángulo es formado entre constelaciones de vacío: no
sabíamos que las estrellas desprendianse de los muros y
sus grietas, sobre todo de las últimas y los hilos
de araña formandolos, que cuelgan un poco
-sólo un poco mas allá- de los
cielos.
Los hilos nunca escribirán todas las cosas, sólo sugeriran
que el universo muere ardiente, pero eso es cosa
de todos los cabellos, vaga de generación en generación
cuando alguien se depila, de tradición en tradición
cuando devana recuentos de salivas.
Tenemos y hay un texto, por lo general no es un piano,
ni va entrecomillado, puede tener bibliografías, citar a los
maquinas de coser e ir iluminado por el recuento de
nuestros perdigones.
Pero lo último parece algo personal. Subjetivo hasta la
cascara del platano donde resbalarnos y hay que clasificar un
poco mas, ser taxonómicos según la llanta y la sonata
en una esquina donde lo que nos separa de la otra
acera es mas que la luz roja y los semaforos
inteligentes bajo la garua.
No es cosa de esquimal ni gentilicio. Tampoco
de prosopopeya.
Es asunto de agua y pedagogías con caballos de hipnosis
que también elaboran metodologías
en amalgamas de petroleo. Tenemos un texto. Está
en nuestros labios como sonido y en nuestros dedos como
palabra.
Después de ello no hay otro mundo.
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