domingo, 1 de junio de 2014
El Culto del Nictàlope
Conozco un nictalope.
Lleva siempre un tridente tanto como a veces
un ciclope.
Escribe de motines.
Memoriza purgas.
Lleguè a amarlo con la leve fuerza que da la
imaginaciòn: El amor de esta muere en otras cosas.
Eso es inevitable. Tambièn inasible.
Nunca entramos al desasimiento tomados de
la mano, pero contamos ballestas en el
horizonte.
Tal ser està ascendiendo siempre por anclas
o balleneros.
Es sepulcral y decide que el corazòn en el poema
es historia de todo maleficio.
Evoco su nombre y por màs que jamas vuelva a
pronunciarlo, puedo decir que conozco un nictàlope.
Obviaba, evidentemente por su patologìa la luz.
No podìa reconocer en el agua los
vestigios del nilo.
Su cerebro estaba compuesto por cantos
de murcielagos y aunque ello lo escribo porque tal
ser dejò que esa imagen inundara alguna de las
mìas. La que me pertenece fue despedazada.
Conoco un nictàlope. Sè bien que vive en
los muèrdagos, que ama los relojes si es que
vagan sobre la superficie de los manantiales. Sè
de su vida por anuncios tempranos
en sus ojos que llevan algùn sacrificio de sus sueños.
Alguna noche dormimos entre la hierba.
Y evitamos promesas porque pertenecen a los
hongos.
Conozco un nictàlope porque cada amanecer
quiebra el culto del druida.
Guillermo Paredes
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