viernes, 27 de mayo de 2016

Pendulos





Es temprano para mirar de frente. Ademàs
no hay nada que mirar si no es una mesa.
Sòlo hay cartilago en ella moviendose extrañamente
como si hubiera sido alcanzado por la locura.
Esa que me espera con paciencia en algùn lugar
al final del camino. Yo admiro esa locura
porque es lo ùnico que aguarda al final.

Y admiro ademàs el contenido de las leyes.
La flor que se repite en un higado. Los lampos
y desavenencias por las cuales crece un
edificio, calculado por las llamas
en las mitografìas, cuando
por la tarde queman los parques donde 
la existencia se hizo errante
junto a la conversiòn de los azotes.

Es temprano y la casa de polen descubre
a los jabalìes entre nocturnos de garrochas, 
de paraderos donde el transito es un perdigòn
y pienso en ello, exactamente como lo
hice los miles de dìas desde esa
existencia; es decir sin aguardar màs que 
aquello que puede ser llamado inocencia
segùn  las ceremonias de los nidos.
Segùn las evoluciones de
los brujos.


Lampos de agujas donde son creados las
particulas. Escalofrìos junto a una celula que
mira con unciòn el pavimento y se pregunta
en què tiempo de lagunas y pisos
abandonè los circuitos de
una playa, conduciendo su
ùnica palabra a un espectro llamado
realidad.

Es temprano en las albuferas.
En el himno del gorjeo que las cupulas han
dejado de sostener.
En las saetas y en la conciencia de una mariposa
tomando las figuras como herencia
de un carnaval, donde el
oxido se ensaña con las plateas donde
el agua es formal
-casi formal-
como un protocòlo.

Como un acantilado.
Como un prolegòmeno que desprende goletas
de plastico, siempre sobre un oceano de
acido.

En tiempos en que los pelìcanos desertaban
de las islas para afirmar que tambièn
abrieron la noche de manera que
empezaran a esparcirse los
astros.

Igual que adivinos en los pèndulos de
las palabras.



























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