viernes, 27 de mayo de 2016

Las Antenas de los Caracoles






Recuerdo el àrbol con reencaraciones 
de leche en alguna de sus ramas. Lo evoco
con esa luz que es radiante en un pliegue
de la memoria, donde tambièn vivieron
ciudades de madera y leviathanes.

O eran civilizaciones?

Ninguna ciudad es de madera, pero en los
lexicos de las fragatas, las ciudades 
son empujadas hacia las 
transfiguraciones o el aleteo de aquella
metamorfosis que observo en un eje,
es la palmera inaudita
con interiores de volcanes
y obuses.

Pero yo recuerdo el àrbol que soñaba con sus
cascaras. El lirio de un animal formando en las
legañas, la continuciòn del barril y las ecuaciones
donde los suicidas elaboran sus planos
antes de caminar por ùltima vez
en una pagina.

-¿esa pàgina, pertenecìa a las tradiciones?-

Pero las pàginas no existen para exclusividad
de los suicidas ni de los hombres que duermen en
ellas con sus automoviles.

Recuerdo el àrbol. 
Serà seguramente por un presentimiento
o una oraciòn que encalla en los pies de un sujeto
adherido a sogas que atraviesan con
el otoño, el filo de los minerales
cuando muestran sus ojos.

-tampoco sè el porquè de ello-

Gaitas llenas de colisiones y heridas
empiezan a dar forma a un enigma hecho de 
alambres. Un viento de carne se encuentra oprimido
en ellas. Un viento de sangre que es puro como
los carbones o un deletreo igual 
a los oboes,
donde las cigueña despiden ese asunto 
de todo aparato logistico cuando es
desfigurado en el platino.

El àrbol porque es nuevamente un vagòn
donde calan las serpentinas.

El embrujo de un ritual que terminaba con
una proeza en los cabellos o un errante buzo
con cuellos de serpentinas.

Vagon como un aparejo -que diriase- tambièn
piensa en las medialunas del àrbol con
reencarnaciones y los menguantes donde un astro
suele dar caza a la tela de una araña.

A una bolsa de nieve.

A una orilla donde se convertiràn tarde o 
temprano en vidrio las sartas.

Junto a prefijos absolutos de equilibrios
arrastrandos por las antenas de los caracoles.






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