jueves, 6 de agosto de 2015
Mar
Veo el mar.
Hoy mi mirada del mar deberìa separarse
de todas aquellas que desde mis ojos, formaron
lo mismo. No es asi. Veo el mar y es el mismo
que arrastraba mis supersticiones de niño,
es el mismo que compartiò mitad de sus
enigmas en mi espìritu; aquel que en
la orilla, fue guiado hacia todos los
objetos; sobrenaturales y azules
-tal vez- como una herida.
El mar. Su martilleo es ancestral
como una muestra de zafiros. Como una
radiografìa de arena donde se muestran mensajes
inmemoriales de la playa; en alguno de ellos
leemos la historia del antepasado de
un astro.
Ese mar con nada màs que una ola en sus
eslabones.
Atravesando siempre escaleras para llegar
a la nieve.
Redondo y nocturno como una visiòn antigua
de los fosiles.
Un mar donde la desesperaciòn tiene el nombre
de hojarasca, que a travès del poema a veces regresa
a los muelles, filtrando peces en su camino, historias
de escamas y satiros envenenados desde las
bolicheras.
Veo el mar.
Los gavieros en èl, caminan sobre las corrientes
de la brisa como lo harìa la filigrana.
El mar, que sin embargo por si mismo deja
de mirar algo en el horizonte, que tendido sobre sus
superficies, reconoce en las orillas la edad remota
de un mundo, donde las agujas escarchan todo
significado de mastiles y velamenes
cuando mirabamos en estos.
Asi llegabamos a ese otro significado de
los planetas.
Donde dejaba de ser de agua el universo.
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