miércoles, 26 de agosto de 2015
El Brillo de la Libélula
Generalmente un ave se esconde del universo
luego elabora un metodo general de la hierba,
una altura por donde crecen los prados y un
conocimiento del aire donde vuela llena de agujas.
Y luego la noche con su osamenta de treboles
donde se origina el viento con una caparazón fija;
real y aerea como un tropo.
Báculos de almenares donde el horizonte crea
los paises una noche de aluminio en la hojarasca
y lenguas de cera resplandeciendo en los tallos
de las algas.
Limpios horizontes de esquirlas. El lampo
frotando su desidia en las curvas de una terraza
donde el sentido de una bandada es el soplo de
los equinoccios.
Tierras hacia lo lejano, un sol de juguete en el
roble de las raices dobla una gasa y en un
manantial de bronce una fragata.
Piedras por donde el hollín declara su luz insomne
el relato del pelicano en la uva, el brazeo en la
cresta de un soliloquio donde escribe la lengua,
donde el oceano se abre en pedazos y el infinito
elabora un legendario amor con abominaciones
de ambar.
Hasta allí la tierra del animal.
Hasta allí el lenguaje de la luna hecha de astros
precipitandose siempre en el horizonte.
Resplandores de grilletes, esferas que en una esquina
aguardan el vientre donde el sol anunciaba un elixir
lleno de martillos; por aquí el ancla; más allá el
bozal. Las citas de aire por las cuales lo perpetuo
incendiaba la llegada de una iguana en el pecho
con una columna donde florecía sólo un río.
Breve, inadvertido, igual que el vientre de una libelula
durante el día en la hierba.
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