sábado, 5 de abril de 2014
Mediterraneidad de la Lechuza
Amabas los tèmpanos porque allì fueron
unidas las rafagas.
Por llevar en su materia la extensiòn dilatada
por el tiempo; excepcionalmente una curva, el libro
donde vadea la piel una tangente.
Y encendido en la glandula, el piramidal viaje
a la noche, perfilando forasteras lechuzas
terminando su viaje en la eternidad
a travès de lo cuantico, hablaba
entre los tallos o recogìa el
silencio del dado
en una mesa
del destino.
Efervescentes planos burocratas.
Una metamorfosis de polen en la corola; la vida
de una noche como el intercambio fronterizo
entre eròticas y herbaceas formaciones
de apostoles; tautòlogos; lineas euclidianas
juntando frutos de peloponeso.
La calabaza junto a la ciencia era domèstica
entonces.
Al sur la idea parecìa extenderse en direcciones
de cal y estampas donde figuras alusivas a seres
legendarios imaginaban alguna intensidad.
Otras ceñian al dialogo
la propuesta de civiles con realidades fisicas
donde milenarias murallas fueron
defendidas por supersticiosos apolonios.
Pero no sucediò asi.
Yo amaba los tèmpanos y aprovechaba
que la playa se sentaba solitaria
sobre sì misma para aprender en los naipes.
Era una mediterraneidad entre continentes
que duermen cuando pasas la piel
y tu espiritu se encuentra con la carne. Lo
sè con el poco conocimiento que se tiene de
una intuiciòn ante un futuro de madera.
Y cuando el corazòn espera a las lechuzas.
Guillermo
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