miércoles, 30 de marzo de 2016
La Edad de la Mariposa
Alguno de nosotros conoce la edad de la mariposa.
Otros estampan y juegan sumidos en los gambitos de
las golondrinas. Las estrellas vuelven a devorar sus colores
hasta que sòlo queda un resplandor que tintinea.
Las alas de las aves han destruido las cucharas en un mundo de trenes.
Solitarias cabinas donde yerran los musculos y alfiles retiran de
la mesa sus mandibulas. Son marrones como la sal de un sortilegio.
Prisiones de urnas en los alfileres y los clavos. Cartas de madera
desde un lago de pretiles donde los astros deforman el rostro de las carabinas.
Alguno conoce esa mariposa. Con ella podrìamos caminar toda
la tarde, con ella saludariamos al sol y sus espejismos. Incluso agregariamos
sal a un vaso de leche y lo ofreceriamos a las corolas. Todo esto
dentro de un supuesto cuadro inimaginable donde caben los
sueldos, las organizaciones, los puestos de una alambrada en las sienes.
Sobre todo en las sienes.
Idolatrìas del fulgor en las alas de las incrustaciones.
Inviernos de peces en las rendijas de las atalayas. Luces
empedradas en un filtro de hollìn donde las chimeneas oprimen a las
bolicheras. Edades de una mancha que aùn desconozco tanto en
el ozono de los cines como en todos los minerales.
Edades que anhelan una ilusiòn en el sofisma. Llamaradas
del cefiro que bate uno de sus hombros entre lo hialino. Sudor del
mar que parece entre el amanecer un oleaje.
Uno de nosotros la conoce. Uno de todos los seres en este planeta
la busca entre las medias y los gitanos.
Y los otros se deslumbran por ello.
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