sábado, 19 de marzo de 2016

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Tenìa un fantasma en cada serpentina, asi la
vi rodar. Luego, un oceano de madera que aprendiò
a confundirse con el agua. Habìa una jarcìa tambièn
en su sombra.

Tambièn se observaba un oceano vivir entre el agua
y la madera, he aprendido ello. Tambièn he aprendido 
entre acantilados de sienes y amè la hojarasca entre los
parpadeos de los baules. Pero allì no terminaba.

Existìa un fantasma en cada una de sus serpentinas 
convirtiendose en relente.

Y en su cuerpo llegaba hasta una duda descendiendo
con un cactus que el aire oprimìa hasta los testimonios, en
este caso de un manantial.

Habìa ademàs un juicio semejante a la ralea y ello la
definìa devorada entre avenidas que cubren coordenadas de
ficus. Ante ello tuve que abstenerme del zapato.

Asi, mi ùnica definiciòn tocaba el hielo.

Y dormida -encerrada- en el secreto de alguna visiòn, 
percibìa el mal.








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