viernes, 25 de marzo de 2016

El Grito Boreal del Molino





Algunas murallas describen un día.
Otras despuntan a las brisas que duermen en
la visión de un catalejos.
Seguidamente -no sabemos porqué artificio- logramos
construir una estela.
En ésta filarmónicas y conservatorios se doran
febrilmente, como en una noche de crines
y molinos que desembocan
en el ambar de un helice,
de una sedición llevando un cronograma de
limones,
de violines y junto a ellos el eter,
cabizbajo y lleno de recogimientos en una casa
donde los suburbios a lo lejos florecen
entre astillas de halos 
e incursiones de reflejos.

De rascacielos adheridos a una casa de coral 
en un martillo.

De rascacielos que llenan los lenguajes de hojas 
y desnudan en los filamentos la herida de un dón,
el espacio que hoy llamea entre monólogos,
lo que en el azucar es cautivado hasta el fuego 
o los grevas de una llama,
situada por la luna en los senos de la porcelana,
en los brocales del viento, mientras la brisa
determina una ojera y
en ella el extraño pasaje del oido hacia el termino.

Nociones de evocación al final del vagón.
Espacios que colocan al trueno raido del espacio 
en un sueño erosionado por las cartas,
aquí la flor vuelve a ser una cavidad de la lampara; dioses
de aluminio en la memoria. Cielos como
si el oceano descubriera en el hemisferio, una nota de 
zumos junto al alamar y el réquiem para
un tatuaje.

Coloquios que sumamos un día a los tramos
de una silueta, donde los universos
presentan sólo un circulo, una 
forma de agua que describe los árboles,
el tallo de una araña
devuelta silenciosamente a las radas por 
las proas de un talón que pisa
un cine.

Y asi el grito boreal de algun molino empieze.






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