sábado, 4 de abril de 2015

Poema






Tenía una razón.
Estaba en contra de todas las casas que
la piel había construido en mis poros, también 
estaba en contra de los sinónimos y antónimos que
tuvieran que ver algo con mi vida.
Eventualmente seguía a los
osos.

Se aproximaba a los tigres según la
carta al evolucionar al naipe y se acercaba
a un rebaño de sed, mientras los hemisferios enumeraban
catapultas en la oración de un regazo.

Una razón con muy pocas hormigas.
Vieja y adolescente a la vez.
Infantil como todo prolegomeno que hay
en una fibra.
Indolente como el coro de lagartos por la noche
intentando convertir algo en presagio; algo como la 
soledad tal vez o el número
de la clarividencia ladrando como un techo en la
colina de los halos o los miramientos donde
la violencia luce una hoguera de ira para aquellos
que aún esperan en el corazón
de los relojes, en los idolos que oprimen
en su espíritu las clepsidras,
todos las maquinas de fuego que cuentan
el tiempo debajo del oceano y nosotros no lo vemos.

Sólo nos oimos.
Elevamos una caricia a veces.
Decimos que cuando nos miramos lo que nos
une en un pedazo del diálogo.
Una carta que quemamos para conocer los
fosforecente.

Tenía una razón.
Es adyacente.
Posee terminos empiricos, pero eso no es
lo mismo que decir inmediato.

Se inspira en las grandes locuras de los hombres
como también en sus miserias.

Y sólo una de esas cosas que todavía me une
a la tierra.





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