Este presentimiento.
Esa raìz en el oceano de los leopardos.
La casa de selva desnaveciendose en la tarde
mientras la biografìa de una ribera observa.
Este tremante
con lenguajes que hoy separan al astro del
azul sostiendolo en el fondo, pero
sòlo un instante.
Esta herradura, como una señal de que
hasta ayer vibraron en nuestros caminos objetos
que nunca se cansaron de golpear la tierra.
Ese patio.
El jardìn de legañas en èl suspendido
en algùn sueño por sacudidas y relojes, por
clepsidras o un acto tempranero del temple sobre
la melodìa de una huraña cigarra.
Este preludio con orejas.
Con edificios en el secreto de los semaforos.
De los parpadeos. De las goletas que pasan con un
pulso de nieve de modo que en el verano sea
menester recordar el espìritu del frìo.
El palomar de tela y la ciudadela del espantaparos
colandose por un filtro de barro en
el atrio, donde un territorio de
cimenes azules nos espera.
Esta orilla sin ningun archipielago.
Llena de persas.
Dormida en el nihilismo que ofrece una laguna
cuando brotan de ella petalos como
la sed y nosotros despertamos
en ella
con generaciones que caminan del genesis
hasta el mostruo de coral bañado de armiño y soledad
como nuestros verbos de ceniza
y hollin, quemados una y otra
vez por el fuego de los
perros.
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