sábado, 11 de abril de 2015
El Don del Precipicio
Tengo una casa.
No siempre tiene paredes.
Tampoco se acerca a las cenizas y las
toma con un sentido semejante al que sostiene
la arena. No puede ser aquel con que tomamos un
precipicio, cuando ello sucede, sabemos que el unico dòn
de un precipicio es ofrecernos su vacìo.
Y a èl caemos.
Una casa, con talento quimerico para despertar.
Con un don -no como el de un precipicio- para reconocer
que la corriente que se cuela entre los edificios
no proviene de la hierba o de ese espejo
donde las figuras sòlo se reflejan
sin alcanzar jamàs
la realidad.
La gente en esa casa con o sin apellidos.
Tomando los astros como si fueran asteriscos que hunden
los petalos en las ensenadas
o muestran los adioses como un tacto improbable
donde se reclinan cosas semejante a un
peso. Algo que enrola y elabora
un punto donde lo infinito
debe ser profano
para volver a encontrarnos.
Y nosotros, sòlo repitamos las palabras.
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