martes, 28 de abril de 2015

Ebria de Adioses





La bandada que roza una colina
El vuelo del aguila entre ellas y bajo
una silueta de ambar, la naturaleza empieza
a formar sus propios idolos; un conjunto de entrañas
nuevamente se perfila en el gris del diamante 
ascendiendo con otros overoles, llenos de
cicatrices en los nombres y religiosas
heridas en sus pronunciaciones.

Historias de gacelas en las fauces del leòn
menguando como una sìlaba.

Crònicas de bestias que no hemos visto y nos
llegan en este nocturno igual que una fabula
o una rapsodia que podemos leer
ebria de adioses.

Los husares en la piel vuelven a formar
arreboles.

Los escenarios detienen entre el vilo, 
toda sensacion de la ira y los iones.

La noche nuevamente como un tremante
se desboca junto a los escalpelos.

Silencio del eco que yerra eterno entre
una selva, mientras la piel tensa un latido
en la transfiguraciòn de una celula
y la intensidad de sus cenizas.

La bandada que toca una colina.
El arte del ciempies junto a una balaustrada
de harina, el color del volcan
cuando la adolescencia descubre la primera
grieta en èl. Los adornos a los que recurres para
que literariamente ello parezca un clan,
alguna parabola,
un dije que llevamos como una ironìa 
pero que no es mas que un profundo secreto, una
perfecta muerte con nosotros mismos.

Asi deberìa ser, me digo mientras mi imaginaciòn
evoluciona a la sensibilidad.

Muy contrariamente a lo que piensa el 
poema.

Y en las dos ùltimas cosas, al igual como en la
figura de una bandada que roza una colina.

Sigo preguntando porquè.

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