martes, 9 de septiembre de 2014

Poesía






Yo sé que existe una razón en cada eje.
Y que en todos hay una proporción de cervical
rastreada por un libro. Y sé por distintos
motivos que el camino del alma al alabastro, es la interpretación
del abismo que no siempre se transforma y por ello conduce toda
inteligencia al sepulcro del cometa. Aqui es donde nacemos como
un pergamino. Como un edipo. Como un papiro que arrastra luces 
de su propio diluvio. Yo sé que no son heterogeneos
los báculos y los astilleros donde se deslinda
tal orbe. Tal condición es sólo a veces la austeridad tan propia
de un mustelido. Yo sé y mas que saber siento tanto
que el lenguaje por sí mismo no trascienda, que
siempre necesite un hombre.

También sé que la arena que piso cada tarde es supersticiosa
pero eso no significa nada. Que es elemental y que ello estaba en
la posibilidad de vivir entre mis sienes; de ser ningún heteronimo 
o practicar el uso o el deshuso del lenguaje en una liebre.
Eso no tiene importancia. Lo conocen con mas
exatitud las fiebres de mi propía experiencia.

Yo sé que en cada figura de estela existe una reencarnación
asi como en cada siames el triángulo donde un escarabajo no termina de encajar
y un verso -sólo un verso- aglutina por un instante la condición de
una naturaleza no siempre transfigurada, pero vibrante
en la trascendencia de exactos poligonos con la
lucidez de todos los solsticios. Sobre todo y basicamente 
cuando se dedican al frío. A los aminoacidos y el 
alfabeto de los cromosomas y
también de los iones.

Lo sé. Puedo seguir escribiendo estrofas hasta que termine
el universo. Todo el tiempo de mi vida es lo que
me queda para ello.

Lo que no puedo saber...

Es como evitarlo.








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