sábado, 19 de julio de 2014
Los Huesos Rojos
Nunca he reconocido una iguana por las espoletas
que hay en sus patas.
Jamás he caminado como los elfos con tal agilidad
que deje mi corazón de conmoverse
al convertirse en elasticidad
entre grandes universos que escondieron sus cadenas
para días de barro
cuando el mundo deja lo completo para ser
objetivo.
No tengo nombres como las cenizas o tambores
de soledad borrando sus redobles hasta
que alguien como tú descubre
que el armiño no es
diferencia
es sólo una condición cuando los ficus se elevan
al arrobo.
Y en ello hay adjetivos como la religación o
las habitaciones de grillos
al despejar guijarros de emplazamientos
como la situación o
necrologías en la vereda de la sensibilidad
antes de trazar un sentimiento. Aqui la verdad
de cierta naturaleza abándona
al hombre. Aquí la estrella
del metal vuelve al hemisferio
estirando aún más la voluntad de lo invisible.
Las ranas ven en ella.
Pero nunca he reconocido
una iguana ni me condujo a la hojarasca
con esa serenidad que posee
el verano cuando reclina su paciencia en
las cupulas de los árboles, con el sentido ardiente
que tienen los navíos, cuando adentranse
en algo tan ajeno y contrario a ellos
como las aguas.
Jamás desaté los nudos de mis timpanos, no pude
hacerlo ni logré saquear el velero otomano
que encierran el corazón de las
garzas.
Yo busco nada mas que orillas mentando
que los muelles no agonizan sino es en otra perspectiva.
Donde el mar muestra huesos rojos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario