miércoles, 23 de julio de 2014

El Animal Ciego







Todo empezò con las cenizas 
cubiertas por sus ojos.

A pesar de todo tenìa una boca.
Un oido donde se agitaban pedazos de
agua y en el interior de ellos un pez tocaba la noche.

Escribìa palabras, algunas corrìan por la sed y eran consideradas
por una metàfora, otras iban sin habitaciones ni piel
buscando radioactividad. Yo pensè en
las nucleares. Pensè que podìa
deformar una atòmica.

Pero a pesar de no tener 
ojos, sacudìa una boca y se estremecìan
pedazos de peces. Los ùltimos se abrìan
para que hallara en
el interior esa longitud que desde 
la carne llegaba a lo carnivoro, a la seda, a los vidrios
y dromedarios. El paroxismo de ese interior -cabe decir-
era metafìsica.

Pero no me importaba lo carnivoro.
Tampoco me interesaban los mamiferos y si
alguna metàfora era nuclear o atòmica
ello significaba sòlo un par de descenlaces en
relaciòn a la metàfora.

Despuès vì el horizonte por donde vagaba 
su mirada. Tan solo vagaba.

Y tal hombre ciego, juntò sus manos para unir
todo lo que habìa creado -inutilmente- este poema.

Tomò una diagonal hasta desaparecer con ello.

Y tuve que cerrar mis ojos, para que las cenizas
con que empezò este tetxto
pudieran quemarme como se quemaban en èl,
bajo estos y otros mantos de realidad.





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