sábado, 12 de julio de 2014
Continuidad
Siempre he pensado en un poema.
A la manera en que pueda dejarse o no de escribirlo.
De plantearlo hoy que ya casi no quedan palabras ni
estrategias. De caminar con él como dos extraños forasteros
buscando manadas de nieve. Clanes.
Fuí tras él desde la infancia. Ustedes dirán: los niños van
tras cualquier cosa. Pero pierden el gusto tarde o temprano por
las cosas. Yo sigo detrás de ese poema. No sé de algún
amigo que me hable aún de sus manías infantiles. La
mayoría viven ocultos en el parietal o el occipital de una
ciudad -tan inmensa ahora- como esta. Y encontrarlos
es cosa de camellos: un asunto de alamedas más
grandes de aquellas en las que vivo. Las que
logro pisar.
Con frecuencia pienso en un poema y hasta en ocasiones
puedo escribirlo. Tal acto me trae recuerdos de una
flauta o un oso que llega de lejos. Tal oso posee
en sus ojos, las extravagancias de algunos
moribundos; hubiera querido tener la
experiencia del oso y las
extravagancias de aquellos moribundos.
Pero no. Este es un poema que cuelga medias en
cualquier enredadera.
Este es un poema que sigue pensandose desde un hombre
que intenta escribir mientras ninguna conexión
anuncia sus extravagancias.
Porque sencillamente no soy un muribundo.
-debería serlo-
Y mucho menos un oso.
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