martes, 22 de julio de 2014

La Ciudad de las Raices








La tierra como un ojo adherido a los vidrios de la ventana.
Sucia y antigua despertando relaciones con misteriosos arquetipos.
Diríase que uno es el agua, otro el sueño que fijado yace
en nuestros lechos y no termina de alejarse. La tierra.
Como un sintoma de idiosincracia
y cuadros revolucionarios llenos de carne. Diríase que
uno es el mentón y otro las sienes; producto
o carta ideal, como las que diariamente humedecen
el universo los inocentes. Cúantos de estos
podrían decirme que ello no sucede
mientras encerrados en sus habitaciones, ceden a un
mundo con agujeros de osos. La tierra que nos
enseñó a maldecir o empequeñecer todos los frutos. El
país de la vela o el entendimiento. El paso como
una sonrisa de barro anunciada por los ecos. Por las
flores vacías del empedrado y los añiles que
como datos curiosos del estremecimiento
hablaron del éxtasis como
una forma escribir desde otra sensación, con un 
día velado, digamos. Un día de mástiles,
de intuiciones, como las que duermen entre jabalinas
o cadáveres. De expresiones como las
coloquiales o el espectro de un monólogo que
entre nosotros asiste a una función sagrada donde
el devenir muta el verbo
y lo conduce a una ciudad sagrada de raíces.





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