miércoles, 17 de junio de 2015
Historias de Crótalos
No es esta la sensibilidad.
El tacto autoctono de la fiebre.
La rigides de un día expresado en lo
celeste.
Y no es tan lejano el desarrollo
donde la urbe del aluminio posa su palidez
de alamo, su significación de parpado relativo al
gorjeo, a una luna inmediata,
a la asignatura de un pez junto a una boina
donde el poema estrella sus
caleidoscopios.
Ni el atardecer con sus exodos marinos
en el semblante de una comunión que une épocas
precisamente porque el balde era de lluvia
y los cometas recogían el sustantivo de la piel
entre minutos de perspectivas enteras; allí
las filarmónicas eran preparadas por
el bulbo y la conciencia entera de
un santuario medieval
sugería historias de
crótalos en la
medula.
Allí donde los árboles no eran de
madera.
Pero bajo las sombras, brotaban.
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