jueves, 25 de junio de 2015

La Libèlula de Cuarzo





Aquella, la libèlula radiante de cuarzo.

La que se llena de nombres en las aristas de
nuestra tempestad.

La que descendìa de los terminos con una
gota de estaño y buscaba sìlabas en el hierro
como si fuera una presa; en ella los peñones 
ahelando el detalle de los siglos, el tramo 
del agua y el batir de los colores en una
escaramuza, semejante a una vertiente
increible entre los hilos.

Y el ulular de los cielos en compañia de
los satiros y la fiebre de un camposanto donde
se baten las higueras y he allì -tambièn- los
frutos de un amanecer, con castas de tortugas;
un amanecer admirandose en los jardines
del hombre y las formas de la hiedra
donde las espinas nacìan un amanecer
lleno de dragaminas tanto como liebres, 
de aposentos furtivos para los mensajes
sin nombre entre los candelabros y 
las casas de adobe, atrapados por la 
quincha de las paredes.

Aquella, la criatura de ventanas mordidas
por las aletas, el lunar en stereo del bulbo y
el secreto marginal de un oboe sobre ese
tiempo de husares reducido a los desfiladeros,
a los veleros boreales del virrey, a la minima
aguja que jamàs domesticamos y entonces
surge la electricidad arqueando el lunar
de una bolsa conquistada por osos de
acido.

Esos mismos que hacen del punto una 
metropoli.




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