lunes, 10 de marzo de 2014

Los Hilos de Iridio






Según la extensión de la palabra cadmio, el
manifiesto de la palidez es un iman
y cuando no, una araña. Luego 
está el retorno a la playa, los adornos
de los mares a través de una bolichera, el
embarcadero
del sino donde una construcción
asalta un organismo suspendido en el hierro.

Con esas condiciones
que indican a la superstición
un adobe, la calma del alheli cuando yerra,
nacen torrenteras de escarnio en las sienes, una 
estación sin paradigmas, entonando el viaje
de un hormigueo en el alma.

Deletreanse entonces el vibrar incansable
de trascendencias e hilos,
el lampo completo de una orgía de aceite 
en un manantial,
la evaporación de la saliva en una puerta
de acero un mediodía 
de verano.

Filtros y polígonos nos traen canteras 
de adviento; por allí pasó la duna, el cayado,
el solitario iridio que arrebatamos al espejo, la
tibieza de un martinete aún nos recuerda
el martillo y los carbones en las silabas, 
con que pensamos sellarlo en 
nuestro espiritu.

Pero ese iridio también poseía sus hilos.

En cada uno esperaba también
su destino.


Guillermo paredes

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