sábado, 7 de noviembre de 2015

Las Cabelleras de Helio






El yelmo por la mañana donde las cenizas
de la noche dejaban aùn el brillo de sus ruinas.

Un triàngulo a la izquierda o el peso del sol
en la lengua. En ese tiempo renacìa a cada instante
una nociòn del papiro en las hojas.

Pero al peso del sol se unìa el de las voces y el
complice fuego de un pètalo saqueado por el tiempo,
esmerilado por el mismo, hasta convertirlo en
aquello tan desgraciado llamado belleza.

Y ahora que avanzas hacia el fìn, ahora que tocas los reportes
de la jabalina y la brisa que golpea tu rostro proviene
de un dìa frio como lo cotidiano y un tacto en ello semejante a
la apariencia devela lo profundo.

Pardos imaginarios meciendose entre grises.

El vapor de una cuneta sumergiendo a las hojas. El idilio
del agua y un paraguas ahora que miranos
la lluvia.

La historia de un cisne.
-no aquel que se extasìa en los nombres-
La historia de un higo convirtiendose en fruto en el
interior de la niebla. El calor de la atmosfera desdiciendo
todas las imagenes; al final de la calle hay un puerto
donde aprendimos entre algas y cadenas.

Luces. Cabelleras de helio en el barro. Cosmopolitas sueños
de extraños eslabones que aplastan la ciudad de figuras azules,
de alevines iguales a los que ignora de si mismo el oceano. Las
gamas del cirio en la flor. Los testimonios de una entraña
en las orbitas donde consquistaba un hechizo.

Y de nuevo el puerto.
-esta vez de agujas-
Nuevamente el numero del pliegue recorriendolo todo; soplos
de hierro como una latitud. Lenguajes donde la unidad
era sòlo la identidad del escarpin esparciendose en los bosques.

Bajo la atenta mirada de un àrbol.








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