miércoles, 11 de noviembre de 2015
La Ventana de los Màstiles
Alguna ventana. Luego el recorrido de la nieve
en una sortija y como itinerario el viento sueña entre
los pabellones.
Los pàjaros duermen. Fueron conquistados por
el azul de una hora sagrada; muy cerca el deseo con
una liebre de erotismo.
Las superficies brotan desde un pecho de carne
amarilla. El atardecer es rojo como un pulso.
Lo que es silencioso vuelve al grito del caballo.
La paràdoja anida en el pètalo.
Vòrtices. Semejantes a una criatura que en su igualdad
resiste al brillo y al grillete. A una brisa abriendose
paso entre los hombres y nos extrañamos de las sienes
y perspectivas en su rostro. Nos extrañamos de un dìa
de maravillosos espectros descendiendo de ceremonias
de plastico.
Y en su albedrìo. En aquello que basicamente es una
ventana llegan antiguos almirantes con un temple dinastico
de vacìo; celeste como la arqueologìa del cielo una tarde
de astrales espeleòlogos.
Alguna ventana y en ella un piano, la luz de un alfiler.
Y en la cabeza del mismo, la piel de una cigarra en el
atardecer, cuando las nubes en el cielo dejan de decir cosas
semejantes y nace el crepusculo, la identidad de una boina,
el rango que prepara las grutas de la noche
para las constelaciones.
Asistimos asi al parpadeo, a una agitaciòn.
A un centelleo que denominamos muy cerca de una orilla
de tambores y ceniza, llena de lugares no muy lejanos
en sus màstiles. Que denominamos sin nombres en las
escamas de los neologismos.
Por los cuales definimos aquella ventana al crear un
un corazòn en cada màstil.
En el instante preciso en que nacen los barcos.
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