lunes, 9 de noviembre de 2015
El Techo es Celeste
El techo es celeste.
Un pàjaro de aceite cruza la tarde guìandolo
hacia un sur de cometas.
El techo y las paredes son celestes.
El grillo que canta lleva una grieta en su lengua.
Pero azul el conocimiento del cual partieron una noche.
Azul los prismas y las metamorfosis por las cuales
los muros que lo sostienen transformanse
mas aùn hacia algo lejano.
Azul el eter.
La relativividad y los automoviles.
La cigarra y la brisa donde los espejismos detienen
el pulso del reflejo y del seudonimo. Del relente.
De los camellos con ojeras y ademàs
la aurora, con sentimientos amarillos como los que
vibran en las sombras de las uñas.
El techo es celeste.
Te dispones a caminar ahora que los termometros
bajan de tus sienes llenos de overoles
y herviboros.
Te dispones a escribir en el barro esa postrera palabra
que suponìa una gruta, una gema en el arco,
un perihelio de aceite, una estaciòn llena de alambres
como los que sostienen el vidrio,
un pedazo de ceremonia en la lluvia, una manifestaciòn
ante el cosmos.
Celeste el techo.
Azul el eter.
Las ceremonias desfilando su oraciòn de lluvia y
cartilago; ademàs el hecho y el jiròn, la continuidad y los
hierros. La metaeufonìa y los bosques donde el mar
era sòlo una performance de melenas.
Y el farol con una medida de nieve para toda
adolescencia, brillante en el silencio, allì nacieron los àrboles
para que algun ser sobre la tierra oyera el lenguaje
de las cascaras y las caracolas.
Sobre un blanquecino azul.
Devastado por celestes imaginaciones de blanco.
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