viernes, 7 de noviembre de 2014

Antes del Menguante





Todo lo que se desataba en la arena, mientras el 
mar era un jardìn cubierto por la hierba. Uno que a 
veces traìa un àrbol y nuestra intenciòn cayendo
en la espuma mientras se disecaba el eter
en los sedimentos del limòn, a pregonarlo.

Aquello que llegaba con las algas.
El mar plegandose de un mastodonte.
La citara convaca del pergamino en las palabras.
Aquella suficiente en los ojos para ver
entre la oscuridad del dìa, màs no en la penumbra.

Algo como la providencia guÌandonos en
esas penumbra a los alfabetos de 
la memoria, donde los cisnes
guardan guaridas de pelo y tropicos de lamparas.

Aquello donde las siluetas conviertense en
castigo y las imagenes divisandose como un brillo
pudriendose en la arena, nos enumeran
los cantos de los dinosaurios y la
primera hojarasca baja a los
acantilados como
un plenilunio.

Mira; a esta hora las creencias dejan toda 
supersticiòn en los menguantes.

Y la cosa -tan dificil- parece tan simple.

Entonces nos dejamos llevar por la poesìa.

Para arrancar de esos menguantes los ciclos
de la luna.








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